La tradicional entrevista televisiva con François Hollande, el catorce de julio, día de la fiesta nacional francesa, fue un verdadero desastre.
Rimbombante, llena de lugares comunes, salvo cuando se llamó a sí mismo audaz. "Vous en connaîtrez, j'espère, des présidents aussi audacieux que moi" ("Ustedes conocerán, espero, presidentes tan audaces como yo"). Exceso que ha sido el hazmerreír de la derecha y de una buena parte del país.
Qué lejos estamos de aquellas entrevistas que dieron presidentes como François Mitterrand y Jacques Chirac, y hasta el mismísimo Nicolás Sarkozy. La simpleza con la que Hollande despachó la suya ha dado mucho que comentar. Y ha demostrado que no solamente es un hombre orgulloso, además es un tonto peligroso. Un tonto de capirote, de carcajada si la cosa no fuera tan seria.
Para colmo, su autosatisfacción, su regodeo de sí mismo, tan martillado, tan apuntado, debido al establecimiento de la Ley Macron o del Pacto de Responsabilidad, son lanzados en un momento en que el contexto económico y de seguridad en Francia deja mucho que desear.
La actitud orgullosa del presidente ha suscitado burlas o enfurecimientos en los partidos opositores, lo que se vio venir en la medida en la que transcurría el debate.
Con un desempleo en franco crecimiento, ¿cómo puede este hombre juzgarse a sí mismo audaz sin que le tiemble una pestaña? Conociendo, sobre todo, que es, como se ha confirmado mediante encuestas, el presidente más impopular de la historia de la república.
No hubo un solo tema que manejara con una cierta destreza, ni siquiera con elegancia. Su superchería hizo ola, y de las altas. De las que dan vergüenza ajena.