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¿Por qué va a fracasar el plan de ajuste de Grecia?

Reducir el gasto y subir los impuestos no suele aumentar los ingresos. Son dos medidas que se neutralizan mutuamente. Grecia seguirá, mientras pueda, viviendo a costa del crédito exterior.

Reducir el gasto y subir los impuestos no suele aumentar los ingresos. Son dos medidas que se neutralizan mutuamente. Grecia seguirá, mientras pueda, viviendo a costa del crédito exterior.

Al final Grecia se ha salvado de la suspensión de pagos por la campana. En el último momento, y tal como ya tenía previsto el irresponsable de Papandreu, la República Helénica pidió el viernes que se activase el plan de contingencia para salvarse de la quema. Las razones que el Ejecutivo griego adujo o supo hacer ver ante los líderes europeos se pueden resumir en una sola idea con mucha fuerza: a la bancarrota griega le sobrevendrá inevitablemente el caos.

Así, Merkel y Sarkozy, que son los que van a tener que correr con la mayor parte del rescate, se apresuraron a garantizar los fondos a pesar de que en los dos países la oposición interna ha sido amplia, en el caso de Alemania amplísima. El rescate griego es de tal gravedad política dentro de Alemania que bien podría costarle la cancillería a Merkel en las próximas elecciones.

Otros como Zapatero han hecho lo que les han dicho sin dudarlo, sabiendo que en España la prensa está lo suficientemente domesticada como para oponerse a algo de lo que haga el presidente del Gobierno. En España existe, además, la percepción generalizada de que, más tarde o más temprano, nuestro país se verá obligado a pedir ayuda financiera, de modo que esto de Grecia sería un precedente muy tranquilizador para nuestros manirrotos políticos.

Una vez aprobado el plan de rescate, lo único que ha pedido Bruselas es un plan de ajuste más o menos creíble con su correspondiente proyección. Papandreu, que ya había preparado uno en febrero, lo retomó endureciéndolo ligeramente y se lo presentó a los prestamistas europeos y del FMI. Esto es lo que hay. A cambio de salvar al Estado y a la oligarquía política griega de la quiebra, su primer ministro entrega una buena parte de la política económica.

El plan consiste en un recorte, no demasiado drástico, de gasto público acompañado de un programa fiscal bastante ambicioso, de hecho tan ambicioso que sería inaplicable en cualquier otro momento. El resultado es que se van a neutralizar mutuamente dejando todo como está.

Austeridad insuficiente

Lo que se ahorre por un lado va a dejar de ingresarse por otro. Me explico, los recortes de gasto se pueden planificar, es decir, que si gastamos 100 en tal capítulo con retirar el capítulo se ahorran automáticamente 100. Es algo aplicable para cualquier presupuesto, desde el que un niño hace para comprar cromos hasta el de la mayor petrolera del mundo.

Los ingresos fiscales, sin embargo, no pueden planificarse, o pueden hacerlo a muy corto plazo y poco más. Esto es así porque los seres humanos somos eso mismo: seres humanos y no funciones matemáticas que se comportan siempre de un modo constante. Es una pena para los ingenieros sociales, pero es así.

Si se sube el IVA dos puntos en una primera y cortísima fase se notará el incremento, luego muchos de los agentes económicos, esto es, personas y empresas, dejarán de comprar. Entonces pueden suceder dos cosas, que ese dinero se convierta en ahorro privado (donde el Estado sí mete mano) o vaya directo al mercado negro. Un ejemplo, si el tabaco subiese mañana un 200%, ¿seguirían los fumadores comprándolo en el estanco o en una manta junto a la boca del Metro?

Cuanto más se sube un impuesto menos se recauda. Esta es una de las viejas verdades del barquero que los políticos olvidan continuamente. Es lo que se conoce como la curva de Laffer, que se va a cebar con Grecia tan pronto entren en vigor los nuevos impuestos “verde”, sobre la rentabilidad de las empresas, sobre la propiedad y sobre el juego.

Efectos de la subida fiscal

El primero es un impuesto ideológico que, en este caso además, ni siquiera va a cumplimentar el fin del impuesto -el cuidado del medio ambiente-, sino que se va a ir directo a tapar un agujero estatal. El segundo es un desincentivador del beneficio. Si cuanto más ganamos más gravan las ganancias, el mensaje que se transmite a los contables es que hay que ganar poco, nada o, directamente, perder dinero en el balance.

Los otros dos impuestos causarán efectos secundarios muy semejantes. Si se grava el juego más de lo que venía haciéndose, las timbas y casinos ilegales proliferarán por doquier creando un problema extra de orden público y criminalidad. El Estado, entretanto, verá como mengua la liquidación fiscal al mismo ritmo en que crecen los beneficios de los operadores clandestinos. Y de esos rendimientos informales el Estado no ve nada.  

Por ignorar la ley de las consecuencias no deseadas, el Estado se encuentra de nuevo contra la pared y hace lo único que puede hacer, perseguir a los defraudadores, pero para eso hace falta gastar dinero, montar una agencia antifraude, dotarla de presupuesto y, con suerte, recuperar algo de lo que se defrauda.

Se da entonces la paradoja de que el Estado que quería ingresar más y gastar menos, termina ingresando menos y gastando más. Un clásico de la incompetencia estatal que ha sucedido en infinidad de ocasiones. Y eso es probablemente lo que le va a pasar a Grecia. Porque, en lugar de acometer una severa reducción del gasto, se ha limitado a cuestiones puramente cosméticas. ¿Qué más da congelar el sueldo a los funcionarios, cuando éstos constituyen el 25% de la población activa?

Un sector público sobredimensionado

Con la misma población, Grecia tiene siete veces más empleados públicos que Austria, país éste que no es precisamente el templo del librecambismo y el Estado mínimo. Un millón frente a 150.000, así, en números absolutos puede uno darse cuenta de la verdadera causa del desaforado gasto de personal del Estado griego. Con todo, Papandreu ha prometido que no contratará más funcionarios, lo cual da pie a pensar que la intención de su Gobierno hasta la llegada de la crisis era convertir a todos los griegos en burócratas.

Otras reformas muy necesarias, como la liberalización de ciertos sectores o la privatización de algunas empresas públicas, quizá no terminen llevándose a cabo. Teniendo en cuenta el vandalismo y los motines callejeros que asolan las ciudades, es muy posible que aquello, una vez cogido el dinero, quede en agua de borrajas.

La izquierda griega ha conseguido la primera victoria, poner al país en jaque desde la calle sin más argumentos que unos derechos supuestamente sagrados. El Gobierno Papandreu ha sabido utilizar ese descontento popular para presionar a sus colegas de la Unión Europea, que se han tragado el sapo entero.

Es imposible saber que pasará con Grecia de aquí a final de año, el mejor de los escenarios es que se quede como está, permanentemente subsidiada por sus socios. Pero esta situación no puede durar mucho, ni dentro ni fuera de Grecia.

Luego llegará la hora de la verdad y los griegos tendrán de hacer frente a la crudísima situación en que les ha metido un Gobierno, el suyo, que para más señas es socialista, y de los ortodoxos. Por lo tanto, la crisis griega no ha sido por falta de socialismo sino por exceso. Esto, claro, nadie lo reconocerá.

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