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Alberto Acereda

Día de la Dependencia

En lugar de celebrar el Día de la Independencia, bien podríamos decir que al hilo de los drásticos cambios y políticas llevadas a cabo en estos últimos meses, este 4 de julio pareceríamos estar celebrando el Día de la Dependencia del Gran Gobierno.

Sobre los sólidos argumentos de la Declaración de la Independencia de Estados Unidos, firmada en Filadelfia el 4 de julio de 1776, se plantaron los cimientos del edificio político, social y cultural de la nación más libre del planeta. Se trataba de la primera democracia liberal que logró formular su ejemplar Constitución en 1787, la de la nación que durante la mayor parte de su historia ha sido ejemplo de libertad, de esfuerzo individual, de responsabilidad y de prodigiosos avances humanos.

El texto de aquella dieciochesca Declaración de la Independencia continúa representando la pauta con la que los Estados Unidos se miden a sí mismos en virtud de aquellas verdades evidentes y autoproclamadas: que todo ser humano es creado igual y que es dotado por su Creador de ciertos derechos inalienables, entre otros los de la vida, la libertad y la propiedad –concepto éste corregido después por lo la búsqueda de la felicidad. El texto de aquella Declaración apuntaba además sin fisuras que para garantizar tales derechos los hombres instituyen los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados. Por tanto, en el momento que una forma de gobierno se hiciera destructora de esos principios, el pueblo tenía derecho –según dicha Declaración– a reformar o abolir tal gobierno instituyendo uno nuevo fundado verdaderamente en dichos principios.

De lo que se trataba, en fin, hace ahora 233 años en Estados Unidos era de garantizar un sistema político que ofreciera las más altas probabilidades de alcanzar libertad, seguridad y felicidad para cada individuo. La historia nos enseña que los más altos éxitos de Estados Unidos como nación tuvieron lugar justo cuando se siguieron aquellos honestos principios. Por contra, sus más graves fallos han ocurrido cuando se olvidaron esos ideales y se erró a la hora de mantenerlos. Contra lo que muchos opinan, sobre todo quienes no viven el día a día en Estados Unidos, hoy es posible afirmar, aunque nos duela, que los norteamericanos presenciamos una de esas raras épocas donde los principios de aquella genial Declaración y otros valores de la posterior Constitución parecen importar poco o nada a los gobernantes. Por eso, en lugar de celebrar el Día de la Independencia, bien podríamos decir que al hilo de los drásticos cambios y políticas llevadas a cabo en estos últimos meses, este 4 de julio de 2009 pareceríamos estar celebrando el Día de la Dependencia del Gran Gobierno.

Porque de eso se trata si queremos definir lo que está ocurriendo en esta nación en el último año y particularmente bajo la administración Obama. Cierto es que la debacle económica del intervencionismo empezó a finales del pasado verano bajo Henry Paulson, el horrendo secretario del Tesoro de George W. Bush. Pero más cierto es todavía que la debacle la multiplicó a la enésima potencia Barack Obama desde el día mismo de su elección el pasado 4 de noviembre de 2008, o sea hace ahora justo ocho meses. En un mes más, el fatídico embarazo y parto de la política de Obama dará a luz una economía maltrecha para varios años dejando una nación entera abocada a un precipicio financiero nunca antes sospechado: con un déficit gigantesco que bajo Obama ha cuadriplicado el ya alto déficit anterior de Bush; con 467.000 pérdidas de empleo sólo este pasado mes de junio y con un índice de paro en el 9,5% y que posiblemente superará el 10% a final de año; con varios estados de la Unión en bancarrota, entre ellos California –hasta ahora la octava economía mundial; con varios bancos y empresas nacionalizadas y con un sector privado intervenido, pendiente de nuevas subidas de impuestos, de nuevos paquetes económicos y otros tantos falseados estímulos o rescates.

Como hemos venido advirtiendo en nuestras anteriores columnas, Obama y el Partido Demócrata –con poderosas mayorías a día de hoy en ambas cámaras– están decididos a aprovechar esta crisis para convertir aquel original sistema de libertad individual y económica en un aparato de dependencia del Gran Gobierno. El último proyecto de ley loco-ambiental aprobado en la Cámara de Representantes por una escasa diferencia de votos muestra hasta dónde quieren llevar Obama y el Partido Demócrata el control del Gobierno sobre la vida de los ciudadanos. A esa ley, que esperemos no pase el Senado, seguirá el intento de reforma de la salud bajo medidas de control gubernamental y el intento velado de acabar con el sistema privado de salud. De pasar ese proyecto, el horizonte no podrá ser otro que el correspondiente retraso o racionamiento de servicios médicos a los ciudadanos.

En política exterior, nunca como hasta ahora Estados Unidos había estado tan alejado de la defensa de la libertad. Lo hemos visto estas semanas en los sangrientos acontecimientos de Irán y la tardía y débil respuesta de Obama criticada incluso por su propia secretaria de Estado, Hillary Clinton. Lo vemos de nuevo ahora en Honduras, con Obama ignorando el Estado de Derecho y la Constitución hondureña y apoyando –igual que Fidel Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega y parte de la tribu de Naciones Unidas– a la abyecta figura de Manuel Zelaya. Lo vemos en la fiesta de misiles de Corea del Norte. Y lo vivimos en la hipócrita tergiversación presidencial del tema de Irak, donde Obama quiere llevarse ahora las medallas de la pacificación y afirma en vergonzoso discurso lo contrario que él, su vicepresidente y su partido entero vinieron diciendo contra Bush desde 2004 hasta hace bien poco.

Lo peor de todo esto, sin embargo, no es ya sólo Obama. No es que se celebren, cual república bananera, actos públicos televisados con preguntas preparadas y público afín para dejar bien al señor presidente. Lo hiriente es que el Partido Republicano a día de hoy es incapaz de hacer nada porque no tiene más votos y cuenta con minorías en ambas cámaras a la espera de las intermedias de 2010 y el posterior surgimiento de un líder para 2012. Lo penoso, además, es que media nación y los medios de comunicación están amnésicos, más preocupados por la muerte, autopsia y funeral de Michael Jackson o por los amoríos del extraviado Mark Sanford que por lo que verdaderamente se está jugando en esta nación de cara al futuro. La otra media nación norteamericana sigue afortunadamente despierta y se prepara en este 4 de julio a reclamar aquellos principios de la Declaración celebrando más motines del té al hilo de esta histórica fecha. Son gestos tan sólo, pero gestos a fin de cuentas que miran ya a noviembre de 2010. Hasta entonces, algunos seguiremos celebrando mientras podamos y nos dejen, igual que cada año, aquella ejemplar Declaración de la Independencia.

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