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Alberto Acereda

Vamos a contar mentiras

Sin llegar todavía a lo de la Venezuela chavista, ni a lo de la España de Rodríguez, en Estados Unidos la búsqueda y captura de los enemigos del régimen obamita inició ya su labor de listas negras hace nueve meses.

El gusto de la progresía por tergiversar la realidad traspasa fronteras. Para la izquierda que se llama hipócritamente progresista, pero que es en realidad un anacronismo ideológico, todo vale con tal de acabar con sus enemigos políticos. Uso común entre su fauna es intentar tirar por tierra mediante la mentira a quienes les dan batalla y desmontan sus argumentos. Por eso se ataca a periodistas y comentaristas, a emisoras de radio y a cadenas de televisión. Eso hace la progresía. Y lo mismo da en España que en Estados Unidos. De los casos de persecución, acoso e intimidación a determinados periodistas y medios no afines a la progresía ya saben bastante nuestros lectores de Libertad Digital.

Sin llegar todavía a lo de la Venezuela chavista, ni a lo de la España de Rodríguez, en Estados Unidos la búsqueda y captura de los enemigos del régimen obamita inició ya su labor de listas negras hace nueve meses. La cadena de televisión Fox News Channel, por ejemplo, está siendo objeto en las últimas semanas de un descarado acoso por parte de la misma Casa Blanca, empleando dinero público para costear campañas de desprestigio de la única cadena que aquí se atreve a cuestionar las políticas de Barack Obama y su Partido Demócrata.

Más sangrante todavía es la personal cruzada que esta misma semana se ha lanzado de forma humillante contra el comentarista de radio conservador más oído y célebre de Estados Unidos: Rush Limbaugh, que preside el programa "The Rush Limbaugh Show", con una audiencia semanal que llega a los veinte millones de oyentes y con una trayectoria en ascenso que dura ya más de veinte años como líder absoluto. Como Limbaugh es un estorbo para Obama y para el Partido Demócrata, la solución es contar mentiras sobre él e intentar desprestigiarlo como sea.

El acoso a Limbaugh no es nuevo pues ya Bill Clinton, peor presidente de lo que muchos creen, lo acusó de ser quien indirectamente incitó el atentado terrorista de Oklahoma City en 1995. No cabe mayor descaro. Por supuesto, fue Limbaugh quien ayudó desde las ondas a que fuera posible la conocida revolución americana conservadora de 1994. Clinton nunca le perdonó eso y desde entonces no han dejado de ir contra él. Obama recoge ahora el relevo.

Aficionado al fútbol norteamericano, Limbaugh anunció la semana pasada que iba a ser uno de los varios socios del grupo inversor dirigido por Dave Checketts, el propietario de los St. Louis Blues, para comprar el equipo de fútbol de los Rams de San Louis. Aparte del odio que a Limbaugh le profesa la progresía por conservador, también le envidian que se haya hecho millonario con su programa radiofónico. Como en el año 2003 Limbaugh tuvo una polémica con Donovan McNabb, un jugador negro de dicha liga de futbol profesional (la NFL), los figurones de la política racial no han perdido ni un minuto para salir al paso a desprestigiar a Limbaugh y pedir su cabeza.

Al Sharpton, un activista negro enriquecido con el cuento de lo políticamente correcto, envió ya este pasado lunes una carta al comisionado de la NFL, Roger Goodell, pidiéndole una reunión para discutir las razones por las que a Limbaugh no se le debería dar la oportunidad de participar en la compra el equipo de los Rams (¡Viva el libre mercado!). También, Jesse Jackson, otro reverendo de la raza, atacó a Limbaugh asegurando que éste se había enriquecido generando animadversión de los blancos contra los negros. Se han traído a colación una serie de supuestas citas de Limbaugh que resultan ser falsas y fabricadas, tomadas de entradas manipuladas y sin rigor alguno de Wikipedia o Wikiquotes.

Algunos periodistas de la izquierda más sectaria, como Rick Sanchez, de la CNN, pusieron frases en boca de Limbaugh que éste nunca ha pronunciado, negándose luego a desmentirlas. El director ejecutivo de la Asociación de Futbolistas de la NFL, DeMaurice Smith, también se opuso a Limbaugh, sin dar razones y sin contar –claro está– que él mismo es uno de los donantes de la campaña de Obama a la presidencia. Como bien apuntaba Mark Steyn, no hay huella de realidad en esas declaraciones racistas que achacan a Limbaugh, quien precisamente tiene a un hombre de color, Bo Sneardly, como mano derecha para su programa, además de a colaboradores como Walter Williams.

La presión de la progresía sobre la NFL ha hecho que finalmente ésta asuma como reales dichos comentarios de Limbaugh –nunca demostrados– y también que los accionistas hayan prescindido cobardemente de Limbaugh para la compra del equipo de los Rams después de haber sido ellos mismos quienes lo invitaron. La moraleja de esta desafortunada historia es, por tanto, que contar mentiras cuela y permite al yugo de lo políticamente correcto de la progresía poner pegas a la libertad de las personas.

Porque si se trata de buscar verdaderas frases con ataques racistas, éstas no se encuentran en el programa de Limbaugh sino en múltiples declaraciones y hechos documentados por parte de esos que más atacan a Limbaugh. Bastaría mencionar nombres y frases concretas de políticos del Partido Demócrata para comprobarlo. Como Fritz Hollings, de Carolina del Sur; como el anterior presidente del Comité Nacional Demócrata, Howard Dean; como Diane Watson, de California; como el propio vicepresidente Joe Biden; como el antiguo miembro del Ku Klux Klan y hoy senador Robert Byrd; como el alcalde de Nueva Orleáns, Ray Nagin; como Steny Hoyer; o como Al Sharpton y su caso con Tawana Brawley...

Lo que en Obamérica estamos viviendo es un intento de silenciar a la oposición, un auténtico linchamiento de la libertad, tal y como Toby Harnden apunta acertadamente al hilo de este asunto en el Daily Telegraph de Londres. Que eso lo haga la progresía era de esperar al ser parte de su lamentable historia intelectual. Que pase en un país como Estados Unidos muestra el deterioro de su vida política.

A título personal, para quienes seguimos el deporte y la cultura popular norteamericana, nos resulta triste que una organización como la NFL sea ya más tolerante con deportistas que han resultado ser asesinos (OJ Simpson) o mataperros (Michael Vick) que con un comentarista radiofónico cuya culpabilidad es indemostrable y cuya pasión por el fútbol, incuestionable. A título general, si Limbaugh es un racista, ¿lo son también los veinte millones de norteamericanos que lo escuchan semanalmente? Por supuesto que no. Pero vamos a contar mentiras, tralará.

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