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Alberto Míguez

Bienvenido, Mr. Bush

Razón no le faltaba tal vez al presidente chileno, Ricardo Lagos, cuando dijo a algunos de sus interlocutores que los españoles no se habían enterado de la “distinción” que el presidente norteamericano G. Bush II les hacía al escoger Madrid como puerta de entrada de su gira por Europa. Lagos cree que Bush ha convertido a España en el principal interlocutor de Estados Unidos para asuntos latinoamericanos, aunque, a decir verdad, el imperio no necesita para nada de este tipo de intermediarios para mantener unas relaciones constantes, a veces cordiales y otras al contrario, con la llamada comunidad hispánica de naciones.

Uno de los objetivos de la nueva Administración norteamericana es precisamente volcarse en América Latina, y la creación del ALCA es una prueba clarísima. Pero, tanto en Iberoamérica como en Europa, una cosa es predicar y otra, muy diferente, dar trigo: los Estados Unidos recogen en las Américas adhesiones incondicionales y desafecciones profundas, depende de qué país se trate o, sobre todo, de qué presidente. Menem, ahora en chirona edulcorada, era un “fan” del imperio, Fernando Henrique Cardoso (Brasil) lo es menos. Pastrana (Colombia) y Fox (México) no tienen más remedio que sonreír al Gran Norte. Castro sigue predicando la destrucción del imperialismo y sus lacayos.

Desde luego España no puede ser el amigable componedor de las querellas intramericanas cuando se produzcan ni está claro que le convenga apoyar la empresa de Bush en Iberoamérica. Inevitablemente los intereses de España y de los USA se cruzarán y opondrán, como pudo verse en el diferente formato y ambición de las Cumbres de las Américas (invención de Washington) y las Cumbres Iberoamericanas (invención genuinamente española) que de alguna manera se contraponen. Bush intentará seguramente en Madrid despejar los malentendidos del desencuentro entre los dos países en las Américas. Pero viene, sobre todo, con la nada oculta ambición de potenciar unas relaciones intensas, casi carnales, que Aznar desearía convertir en especiales tal y como se reflejó en la Declaración Conjunta firmada por Piqué y Albright hace unos meses.

Las relaciones hispano-norteamericanas son buenas, sobre todo en el terreno defensivo como demuestran las reformas en curso de las bases de Rota y Morón a las que seguirá un nuevo Acuerdo de Amistad y Defensa cuyo texto se está elaborando. Pero estas relaciones no pueden orientarse unilateralmente hacia la defensa en solitario, aunque sea un tema de cierta entidad. Deberían ir más allá de la cuestión de las bases y avanzar en los terrenos cultural, científico-técnico, comercial, empresarial, etc. Y precisamente debería ser en estos dominios en los que España y Estados Unidos podrían colaborar más intensamente en el resto de las Américas.

En cuanto al “escudo antimisiles” (antes se le llamaba “nacional” pero ahora se trata de convertirlo en transnacional) el gobierno español no tiene, como la mayoría de los gobiernos europeos, las ideas claras, entre otras razones porque el proyecto les parece a científicos y militares irrealizable a corto y medio plazo. El único asunto en el que aparentemente España y USA no están de acuerdo es en la aplicación de la Ley Helms-Burton sobre Cuba, pero hay que decir también que el asunto no tiene entidad suficiente para envenenar unas relaciones prometedoras. La propia Administración Bush no tiene muy claro que esta Ley deba mantenerse tal como está, aunque su política cubana será tan severa o tal vez más que la de Clinton.

Bush viene a Europa para hablar con los europeos (en el Consejo Europeo de Goteburg) y los aliados (en Bruselas). Podría suceder que el diálogo se procesara con dificultades porque la nueva Administración norteamericana desconfía de estos aliados un tanto díscolos y lejanos. Europa sigue sin tener un número de teléfono al que llamar para entenderse con ella como reclamaba hace muchos años Kissinger. Con España, ese problema no se plantea. Bush y Aznar hablan por teléfono con cierta frecuencia. Y, a veces, en español.

Es obvio que el diálogo de Madrid será mucho más fácil para el nuevo presidente norteamericano que el de Eslovenia donde se encontrará con Vladimir Putin.

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