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Alberto Míguez

Incompetencia e hipocresía

No es la primera vez que el Consulado de España en La Habana se equivoca con visados, documentos y otros papeles. No es tampoco la primera vez que cubanos “en tránsito” piden asilo político en el aeropuerto de Barajas. Mal que bien, la mayoría de estos perseguidos han podido entrar en España aunque invariablemente se haya rechazado su petición sin que mediaran razones ni razonamiento.

Las decisiones de la Comisión encargada del asilo son tan abstrusas como hipócritas. Uno de los argumentos más certeros –y curiosamente menos utilizados por la oposición al Gobierno– es que, mientras Aznar se unió entusiasta a la “guerra de Bush” –supuestamente para ayudar al pueblo iraquí a sacarse de encima al tirano–, cuando algún disidente kurdo o chiita pedía asilo en España su solicitud era rechazada.

Se cuentan con los dedos de una mano los iraquíes que el año pasado lograron asilarse en nuestro país. Al disparate inhumano, la incompetencia consular y la hipocresía del Gobierno se une por lo general la prepotencia burocrática a la que el partido que sustenta al Ejecutivo y sus mediocres sayones o funcionarios de Interior o de Exteriores nos tienen acostumbrados.

Decir que la diplomacia española es un desastre sin paliativos se ha repetido tanto en estos últimos tiempos que no vale la pena insistir. Que el gobierno de José María Aznar haya metido la cabeza debajo del ala cuando la tiranía castrista intensifica la represión y viola alegremente los derechos humanos más elementales, no deja de ser tampoco una ilustración farisaica de lo mucho que le importa la suerte de los disidentes cubanos.

Aznar ha preferido inspirar una declaración de la UE advirtiéndole a Castro y a sus amigos de que si siguen así no entrarán en el grupo de países ACP ni en el Tratado de Cotonú, aunque, eso sí, sin dar la cara, no vaya a ser que Castro se incomode. Sinceramente, cómo creer a Aznar y su pintoresca ministra de Exteriores cuando se compadecen de la suerte que corre el pueblo iraquí mientras a los disidentes cubanos se les deja en manos del tirano sin rechistar y a los que huyen del presidio caribeño se les ponen pegas y obstáculos permanentemente.

¿Qué diferencia hay entre Sadam y Castro? He ahí una pregunta que convendría contestar lo antes posible. Pero no nos hagamos ilusiones: ni la izquierda ni el Gobierno responderán, máxime cuando en las manifestaciones “contra la guerra” se enarbolan pancartas con la efigie del Che Guevara o se empuñan banderas cubanas. Esta historia de la guerra está sirviendo al menos para calibrar hasta qué punto a unos y otros (Gobierno y oposición) les importa un higo la suerte de los patriotas cubanos encerrados en el presidio mayor, tan lejos de la compasión internacional como de la solidaridad democrática.

Hay disidentes y disidentes: unos merecen las lágrimas del cocodrilo diplomático y a los otros, que les den morcilla.

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