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Amando de Miguel

¿Cómo debe decirse?

La idea de que cada cosa se designara por una palabra distinta y que todas las palabras tuvieran un solo significado es sencillamente utópica. No se podrían hacer chistes o retruécanos con tanta facilidad

No hay que obsesionarse por el rigor gramatical. No estamos ante una ciencia exacta, incluso en el caso de que hubiera ciencias exactas. Salvo los errores de bulto por ignorancia o por azar, en el resto de los casos funciona más bien una lógica gramatical un tanto difusa. Es decir, no es tan tajante como parece el juicio de lo que se dice o se escribe de una forma y no de la otra. Veamos algunos ejemplos.

M. Doncel aporta su cuarto a espadas en la polémica sobre si, al decir la hora en la radio o en la tele, hay que añadir “una hora menos en Canarias”, como se oye tantas veces. Su opinión es que lo correcto es “una hora antes en Canarias”. Me parece bien. No obstante, en el mundo de las verdaderas comunicaciones masivas hay que imaginar que un emisor se dirige a personas que pueden estar en distintos husos horarios. Sería insufrible que un locutor tuviera en cuenta ese hecho. Entiendo que lo más razonable es que el locutor identifique el lugar desde donde está hablando y asigne la hora local. Los que reciban esa comunicación calcularán fácilmente, por la costumbre, la traducción al huso horario respectivo. Por tanto, si se emite desde Canarias, los de la Península ya sabemos que tenemos que añadir una hora a la local del archipiélago. Si un corresponsal se despide desde los Estados Unidos dirá, por ejemplo, "buenas noches". Los oyentes desde España entenderemos perfectamente ese giro, aunque lo oigamos por la mañana. Sigo el principio de la navaja de Occam, es decir, la solución más simple es la mejor.

Íñigo Benjumea me comenta la necesidad de introducir algunas voces castizas allí donde se necesiten. Cita el caso de la "chatarra", normalmente un residuo metálico compuesto de diferentes clases  de metal. En su opinión, la chatarra propiamente dicha sería la de hierro o acero. El resto metálico, muy heterogéneo y de menos valor, sería "chapajo". Mi memoria no me acompaña del todo en ese razonamiento. Cuando yo era niño, era corriente que recogiéramos todo tipo de metales para venderlos después en las chatarrerías. Distinguíamos la chatarra propiamente dicha (hierro, hojalata, alambre) del “metal”, que era más caro (normalmente cobre, latón). No sé si esa distinción se puede establecer ahora. Al igual que la basura, la chatarra es un conjunto heterogéneo con distintos precios para los diferentes elementos. Cuando se hace esa distinción se empiezan a necesitar palabras distintas. Por cierto, la palabra “chatarra” es un vasquismo.

A propósito de la polémica sobre el apodo de “Cicerón” (algo relacionado con los garbanzos), Gerardo (Valencia) recuerda el apodo de César que proviene de que  él o algún antepasado vinieron al mundo por una operación de cesárea (= corte). Tengo muchas dudas de que esa anécdota sea fiel, pero, en fin, es la que circula.

Mi primo José Escuder me envía un simpático mensaje de Pedro Pérez en el que se comenta lo confuso y divertido que resulta el hecho de que una misma palabra pueda significar dos cosas. Ya hemos hablado aquí de la polisemia. Es algo común en todos los idiomas cultos. La alternativa de que cada cosa se designara por una palabra distinta y que todas las palabras tuvieran un solo significado es sencillamente utópica. No se podrían hacer chistes o retruécanos con tanta facilidad, pero los diccionarios tendrían que acopiar millones de términos. Es un ideal imposible. Ni siquiera podríamos decir que los "libertarios" son los que envían mensajes a Libertad Digital, por lo menos a esta seccioncilla. Sería dudoso el título de Lengua viva, pues las lenguas propiamente no tienen vida. Ni siquiera podríamos hablar de "lengua" en el sentido que aquí le damos, pues se trata de una parte de nuestro cuerpo. Tampoco podríamos decir que este texto está escrito con un "cuerpo" de letra.  Así hasta la exasperación.

Otra polémica es si hay que decir "mi nombre es…" o "me llamo…". Ignacio Uría (Pamplona) resuelve la dicotomía con esta fórmula que oyó a un gallego: "Me llaman…". Tiene su lógica porque, efectivamente, casi nunca se llama uno a sí mismo.

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