Es una frase hecha, muy expresiva, que se utiliza para animar a los miembros de un grupo en trance competitivo. El “que no se diga” seguramente se traduce mal a otras lenguas vecinas. Es una extraña mezcla de solidaridad con el círculo íntimo y de culto a la apariencia. Lo fundamental no es tanto fracasar como quedar mal, esto es, hacer que los otros hablen de uno. Se supone que, si dicen o hablan, es para denigrarnos. Así que lo mejor es que no digan nada, porque el elogio tampoco se espera. El temor a la crítica es un estímulo.
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