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Antonio Golmar

Mercaderes de odio

Barack Obama adorna su plan de obras públicas y otras medidas para la reactivación de la demanda con la etiqueta "Buy American". Dios, patria y socialismo. Quizá no sea socialdemócrata, sino algo peor.

Agitar el odio para presentarse después como el único capaz de apaciguarlo es uno de los trucos políticos más viejos de existen. En la Atenas clásica, tanto los tiranos anteriores a Clístenes como los demagogos que acabaron con la ciudad-Estado basaron su poder en el fomento de la sospecha y el resquemor internos –miembros de otros clanes u oficios– y externos –extranjeros. Por desgracia, la crisis y la resistencia de los políticos a dejar que sea la sociedad quien resuelva sus problemas están haciendo resurgir fuerzas que en los últimos años permanecían durmientes.

Preocupado por la creciente popularidad del fascista British National Party (BNP), Gordon Brown decidió copiarlo. Para ello adoptó su lema, "trabajos británicos para trabajadores británicos". Ahora se enfrenta a una coalición de sindicalistas y empresarios que le exigen cumplir su promesa. El BNP reclama la paternidad de la idea y organiza una huelga de simpatía por todo el país. Sus miembros montan piquetes informativos en las puertas de las fábricas y animan a los trabajadores a protestar contra los extranjeros que les roban el pan y la sal a las honradas familias británicas. Quien con fachas se acuesta, dorado se levanta.

Al otro lado del atlántico, Barack Obama adorna su plan de obras públicas y otras medidas para la reactivación de la demanda con la etiqueta "Buy American". Dios, patria y socialismo. Quizá no sea socialdemócrata, sino algo peor. Su decisión de introducir el control de los salarios en el sector financiero ha desencadenado una auténtica orgía de retórica de odio y resentimiento contra los presuntos culpables de la recesión, más propia de la prensa bolchevique que de una nación que se dice defensora del libre mercado.

En Ecuador, el fotogénico Rafael Correa pretende prohibir la importación de bollos, perfumes, bisutería y juguetes y quiere aumentar en un 500% los aranceles sobre el champú, el desodorante y el papel higiénico. Las advertencias de posibles problemas diplomáticos con sus vecinos, Colombia y Perú, han sido despreciadas con un chulesco "no se atreverán" que recuerda el exceso de testosterona y la falta de cerebro de los espadones decimonónicos. ¿A qué huele el socialismo del siglo XXI? Por ahora, a sudor revenido. Quién sabe si también a sangre.

En Davos, el turco Erdogan, cuyo país sufre un descalabro económico similar al español, le monta un numerito al presidente de Israel llamándole asesino de niños y augura el castigo divino para el Estado hebreo. Pide la redefinición del concepto terrorismo para Oriente Medio y acusa a Israel de crímenes contra la humanidad. No sólo de pan vive el hombre. En algunos lugares, el antisemitismo también alimenta una barbaridad. David Harris, del American Jewish Committee, lamenta que el país que acogió a tantos judíos expulsados de España en 1492 haya caído tan bajo y recuerda que Hamas e Irán no tienen nada que ver con "todo lo que una Turquía moderna y democrática debería defender". En los últimos tiempos, algunos países desandan a una altísima velocidad un camino que sólo recorrieron a medias.

En estos tiempos de triunfo temporal del socialismo transversal en sus distintas manifestaciones, solas o combinadas y sostenidas por nacionalismo y/o religión, conviene recordar lo que Ludwig von Mises, profeta a su pesar, auguró en 1932:

Los rectores intelectuales de los pueblos han producido y propagado los errores que están a punto de destruir para siempre la libertad y la civilización occidental. Ellos, y únicamente ellos, son los responsables de las matanzas en masa que caracterizan nuestro siglo y solamente ellos pueden volver a invertir esta tendencia y despejar el camino para el restablecimiento de la libertad.

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