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Bernd Dietz

Los parados

¿Para cuándo una España sana, exigente, pluralista, sincera, comprometida con la erradicación del tercermundismo intelectual y sus tebeos, amante de la responsabilidad? ¿Para cuándo una España encabezada por los españoles cuerdos?

La auténtica hecatombe de este país son los cinco millones de parados que han fabricado con desparpajo los gobiernos de Zetapé, a base de vaciar las cuentas públicas, dilapidar capital humano por resentida ceporrez y practicar la elegancia del regalo en plan piñata, fin de fiesta o macroagencia de colocación de parientes y afiliados. Al estilo del caciquismo ochocentista, mas como desquite oclocrático, siguiendo los dictados de la envidia erigida en por qué no yo, véase Benidorm, que desnuda lo que es progresismo y amor familiar. ¿Acaso los cacicazgos plebeyos no engordan el paro? Aunque no fuesen todos los que están en ese guarismo horrible, la mayoría de esos cinco millones que ansía sentirse útil y trabajar no recibe ingresos derivados de una labor decente y productiva, ni abriga esperanza de obtenerlos por caminos honrados y ajenos a las redes clientelares. Los parados constituyen la prueba viviente del fracaso de nuestro engranaje o gatuperio moral, económico y social. Del timo clamoroso que degrada a una nación en caída libre cuyo presidente se pavonea en el G-20 con vacua gracilidad, mas carece de vocación o aptitud para proporcionar desempeño legítimo a los compatriotas que no encuentran sus zapatetas divertidas.

¿Por qué no consiguen trabajo los parados? Desde luego no es a causa del capitalismo, ese régimen económico que adoptaran con unanimidad y no por imposición dictatorial (pues tan antiliberales, injustos y esclavizadores fueron antaño el feudalismo como modernamente el fascismo o el socialismo), ya no todos y cada uno de los países más desarrollados y creativos del planeta, sino incluso, por la puerta trasera, las economías emergentes gestionadas por gobiernos de izquierda como los de China, India y Brasil, en donde no se estigmatiza a los empresarios y profesionales de valía, ni se desincentivan el esfuerzo, la competitividad y sus merecidas recompensas. El mayor entusiasmo teórico por el mercado lo ponen las antiguas repúblicas socialistas del este europeo, que tras sufrir la experiencia comunista generaron obvios anticuerpos contra el colectivismo. Entonces, si la solución no consiste en instaurar una tiranía del tipo de Cuba, Venezuela o Corea del Norte, ¿a qué debemos la extravagante singularidad de España (a tenor de la labia liberticida, anticapitalista de sus patéticos próceres) dentro de Occidente? A vergonzosos factores entre los que resaltan, junto a la castiza inclinación al autoengaño romántico, el consuetudinario recurso al fraude y a la vanilocuencia, la inquina igualitarista a la excelencia académica, la extorsión fiscal y las multas recaudatorias, la injerencia del interés político en la justicia o la corrupción instalada en los distintos ámbitos institucionales. Casi todos vicios, si queremos percatarnos, en los que asoma la huella del intervencionismo oficial. ¡Nada de liberalismo salvaje, vamos!

Esas lacras, ¿cómo se combaten? Pues, para empezar, no aplaudiéndolas. No aceptando una partitocracia parasitaria, de embaucadores profesionales salvo reconfortantes excepciones, que se llenan la boca con patrañas que reproducen dócilmente sus terminales mediáticas, sindicales y titiriteras. No transigiendo con el amiguismo, el enchufe, la coima, el do ut des, la chapucería, la prevaricación. Desconfiando de haber inflado la población universitaria hasta doblar la de Alemania, donde rige un modelo educativo basado en la meritocracia, la diversificación de itinerarios, la movilidad territorial, la demanda de productividad, la rentabilización de la unidad lingüística o el respeto incuestionado a una cultura nacional enriquecida por los siglos. Sustituyendo el localismo patatero y la cerrilidad ideológica por un pragmatismo constructivo. Haciéndole la pascua a los chupópteros, los caciques, los facilitadores, los demagogos y los listillos. Promoviendo una economía con base en el valor real, la tecnología, la calidad del producto y, principalmente, el trabajo tenaz y contrastable. Penalizando la charlatanería, el ocio consentido, las bajas impostadas y la metástasis de un funcionariado enfermo de endogamia y corporativismo. Evitando que la garita de mando del jefazo, cargo público o hermanísimo sea el paraíso de los cafelitos donde el grueso de las energías se destina a solventar cuitas de hijos, cuñados, primos y allegados. Dejando de pensar en que, como concurren abundancia de sol, alcohol barato, sentimiento fácil y costa explotable, no hay más que repantigarse y seguir maquinando cómo recalificar terrenos, levantar colmenas de adosados de fealdad contrastada, embolsarse comisiones y clavarle al panoli que pica. ¿Y aún nos atrevemos a encogernos de hombros y a poner cara de angelitos remedando los aleteos de José Luis, para afirmar que la culpa fue del chachachá?

¿Para cuándo una sublevación? No una majadería de huelga general, ni otra charada de esas que atraen a los coros y danzas del embuste revolucionario e institucional. Sino un levantamiento del país, dirigido por sus profesionales de relieve, por la valiosa gente que madruga cada día. Por los que pagan sus facturas, trabajan lealmente y no consagran su magín a urdir trampas, que aún quedan. Por quienes no son esclavos del rencor y los complejos, sino que buscan ser mejores. Por una mayoría natural de individuos serios, no obstante abusaran del sintagma Fraga o Ibarretxe. Y que nada tiene que ver con la derecha o con los creyentes honestos, aunque pueda haber bastantes de ellos que estén en esa línea, por decantación común del instinto bienintencionado. Compartiéndola en armonía laica y constitucional, según está inventado desde Jefferson, con ateos, libertarios y socialdemócratas solidarios. ¿Para cuándo una España sana, exigente, pluralista, sincera, comprometida con la erradicación del tercermundismo intelectual y sus tebeos, amante de la responsabilidad? ¿Para cuándo una España encabezada por los españoles cuerdos?

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