Se molestó mucho el editorialista de El País porque algunos gobiernos autónomos del PP están dispuestos a flexibilizar la ley antitabaco y a no forzar a los hosteleros a hacer obras. Severo, el editorialista advirtió a los políticos de la derecha que "deberán explicar muy bien a los ciudadanos por qué anteponen los intereses económicos de unos pocos a la salud de la mayoría".
Una de las patrañas del intervencionismo es que quien se le opone debe ser malo y extraño; los opositores son pocos y egoístas, atendiendo sólo a su vil y minoritario interés.
La prédica de la izquierda, presuntamente liberadora y que en realidad ha retrocedido al puritanismo sectario de los primeros socialistas, se funda en datos falsos. El riesgo del "fumador pasivo" es hipertrofiado de tal modo que no hay manera de resolver la convivencia si no es por la coerción. Se llega incluso a la actual propaganda que muestra a niños –en clásica estrategia fascista– "víctimas" del tabaco que fuman otros.
En realidad, los gobernantes con su represión (ahora contra el tabaco, antes contra el alcohol, y casi siempre contra la droga) no están protegiendo la salud sino ante todo impidiendo que los ciudadanos consuman libremente sustancias bajo su propia responsabilidad. Eso es lo que combaten principalmente, la libertad, y no la enfermedad.
Pero además, ¿cómo pueden pretender que los contrarios a la ley antitabaco son pocos y sólo cuidan su egoísta beneficio? Los hosteleros son empresarios y hacen muy bien en proteger su beneficio, sobre todo cuando ven que quien lo amenaza no son los consumidores libres sino la coacción política. Pero dejando a los empresarios aparte, se ha estimado que los fumadores son unos doce millones de personas y en su mayoría, para más INRI de la izquierda, trabajadoras y trabajadores. Para el pseudoprogresismo, empero, son "unos pocos".