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Carlos Semprún Maura

21 de Abril

Lo que los sociólogos cursis calificaron de seísmo, y los medios repitieron, demostrando a veces gran originalidad calificando el suceso de terremoto, ocurrió hace un año, el 21 de Abril de 2002, cuando, en la primera vuelta de las presidenciales, Le Pen obtuvo el 17% y barrió a Lionel Jospin, el cual considerándose hombre providencial, y habiendo ya encargado su esposa nuevas alfombras para el Palacio del Eliseo, declaró públicamente: o Presidente o nada. Fue nada y se fue. Ahora, como esas ratitas blancas que nuestros científicos torturan en los laboratorios, está fuera y quiere entrar, pero encuentra todas las puertas cerradas.

Hace un año, los comentarios, las manifestaciones, los medios, con una ejemplar imbecilidad, declararon, todos a una, que Francia estaba al borde del abismo fascista, peor incluso, que Francia se había convertido en la Alemania de los años treinta, y que Le Pen era peor que Hitler. Colegialas y colegiales, que nada saben de Historia, ya que no se enseña, desfilaron gritando “¡No pasarán!”, convencidos de que no sólo estaban en el Berlín de 1933, sino en Madrid en 1936, analfabetos, ni siquiera sabían que su consigna era gafe, ya que “pasaron”, ¡y tanto! La crema y nata de la intelectualidad progre, heces de Sartre y Althusser, increparon violentamente a quienes nos mostrábamos escépticos ante el peligro fascista, e intentábamos aclarar que la situación en Francia nada tenía que ver con aquellos ejemplos que agitaban, como si de cócteles se tratara.

A los revolucionarios de hoy, siguiendo un rito vudú, sólo les interesa vivir las revoluciones muertas de ayer. En un país como Francia, la diferencia entre izquierda y derecha, es una diferencia de gestión, no de pasión. Chirac ha intentado introducir algo de pasión en su mala gestión, y ha metido la pata. Con su “no a la guerra” no fue Gandhi, sino Petain. El viejo Mariscal, súbdito de los nazis, no cesaba de proclamar la grandeur de Francia. Que nadie se llame a engaño, la realidad nada tiene que ver con todo esto, me refiero únicamente a los símbolos que pretenden utilizar. La realidad es que los franceses, quienes votaron menos que de costumbre, votaron contra la izquierda plural, contra el Gobierno socialista y su autobombo, contra sus medidas sociales antisociales, como, pongamos, las 35 horas, votaron contra su mala gestión, presentada como la mejor del mundo, puesto que era de izquierdas, y votaron a los extremos, por cabreo. Porque si Le Pen, el joker imprevisto de Chirac, obtuvo un 17%, por primera vez en la Historia de Francia, tres grupúsculos trotskistas, sin ideas, ni apenas militantes, obtuvieron juntos, pero desunidos, un 10,5%. Du jamais vu.

Como era previsible, en este primer aniversario, abundan los comentarios sobre el supuesto seísmo, mucho menos vehementes que antaño, y un congreso del FN lo celebra ¡no faltaba más! Dos cosas saltan a la vista, así de prisa y corriendo, Le Pen, siempre presidente, prosigue su lenta mutación hacia la “respetabilidad”; los temas ultranacionalistas, xenófobos, antieuropeos, populistas, son los de siempre, pero expresados con mucha menor virulencia; y la segunda es que inspirándose en Corea del Norte y Siria, ha nombrado a su hija, Marine, vicepresidenta del partido. Y Bruno Gollnisch se sube por las paredes: esperaba heredar.


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