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Fue un domingo particular, no todos los días se detienen a tiranos, y fue un domingo particularmente nauseabundo para las autoridades francesas y su prensa servil. El arresto de Sadam Hussein constituye una magnífica noticia para todos los demócratas del mundo, empezando por los iraquíes, país donde no abundan los demócratas. Para todos, salvo para los franceses, o en todo caso, sus políticos y su prensa. Su reacción no expresaba satisfacción, sino un odio acrecentado por Bush y los USA, que han logrado esta victoria.
 
Como todos los que escribimos en los papeles, al enterarme de la noticia, me puse a zapear de una cadena de televisión a otra, de una radio a la siguiente, y me dio asco. Los medios adoptaron dos criterios: las principales cadenas de televisión ningunearon la noticia, prosiguiendo sus programas dominicales, canciones, deportes, telefilmes, como si tal cosa. El 11 de septiembre, sin embargo, lo interrumpieron todo, dedicando horas a los atentados terroristas en EE UU y si este domingo no lo hicieron no es porque decidieron considerar el arresto de Sadam como un asunto sin relevancia, sino, sobre todo, porque estaban desorientados y furiosos.
 
Habían hecho todo lo posible para salvar a Sadam, antes de la intervención militar, afirmando que Irak no constituía una amenaza para nadie. Ganada la primera batalla por la coalición, que calificaron de agresión imperialista, pusieron todas sus esperanzas en las dificultades reales que encontraban las tropas aliadas frente al terrorismo. ¿No se anunciaba triunfalmente por doquier que los USA habían perdido la guerra? Las radios y televisiones de información continua, dieron, claro, la noticia, pero como una más, y menos importante que el fracaso de la cumbre de Bruselas sobre la Constitución europea (comentaré en otra ocasión la admirable resistencia de España y Polonia).
 
Al ser domingo y ocurrir por sorpresa, los pocos “expertos” que lograron sacar de los maleteros de sus coches, en donde se estaban pudriendo, expresaron claramente su odio a Bush, insistiendo en que nada había terminado. Es cierto, pero no dijeron porqué: Irán, Siria, y con su habitual ambigüedad y triple juego, Arabia Saudí, subvencionan y fomentan los atentados terroristas en Irak, y los dirigentes de esos países odiaban tanto a Sadam Husein como a Occidente. No como Jacques Chirac, amigo personal de Sadam, a quien ayudó lo que pudo, desde hace años, y quien, ante la caída definitiva del tirano, se ha limitado a que el Eliseo publique un comunicado hipócrita y “diplomático”.
 
Quien dio la cara en la tele fue el cupletista Dominique de Villepin, el cual, con admirable caradura, presentó las cosas como una victoria de Francia, a partir de lo cual exigió (como cualquier Zapatero) que se cumplan las decisiones francesas sobre el futuro de Irak. Varias radios y televisiones, dedicaron el domingo por la noche emisiones especiales, muy superficiales y hasta embusteras, sobre la tétrica carrera de Sadam, porque siempre existe la tentación de salir en socorro del vencedor, incluso cuando se le odia, porque nunca se sabe. ¿Quién se ha atrevido a decir, cuando tantos lo piensan: estábamos a favor de Sadam y lamentamos su arresto? Nadie.
Pero dejemos el mal humor, para celebrar esta victoria de la democracia en su guerra contra el terrorismo, guerra inconclusa. Eso dijo George W. Bush, sobrio y realista, que se apunta un tanto, como Tony Blair, que bien se lo merece, y José Maria Aznar y los demás gobiernos aliados, que no han traicionado la solidaridad democrática, como Chirac, a quién ni su mujer, ni su hija, ni el borgoña, han logrado consolar.
 

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