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César Vidal

Pablo Iglesias

Ortega y Gasset habló de él como si de un santo laico se tratara y no pocos le consideraron un ejemplo moral hasta el punto de que no resulta tan extraño que contara con cuatro biógrafos a los que se denominó los cuatro evangelistas. Nacido en 1850 en el Ferrol -como Franco- y bautizado con el nombre de Paulino, Pablo Iglesias pasó una infancia de penalidades que tuvo como jalones el viaje a pie hasta Madrid acompañando a su madre, el paso por el hospicio y el aprendizaje del oficio de impresor en la infancia.

Inquieto y amante de la lectura, la juventud de Pablo Iglesias acabó desembocando en la búsqueda de una ideología que le llenara de esperanza, por lo que se adhirió a la I Internacional y en 1873 ingresó en la Asociación del Arte de Imprimir, de la que se convirtió en presidente. Durante toda su vida fue un pésimo conocedor de Marx. De "El Capital" sólo parece que llegó a leer una versión muy resumida traducida del francés. No resulta extraño que su socialismo estuviera especialmente influido por Guesde. Pese a todo, si no conocía en profundidad la doctrina, sí comulgaba con sus aspectos principales: la eliminación del capitalismo y de la burguesía, y la imposición de la dictadura del proletariado como paso hacia la sociedad final de carácter socialista.

Precisamente, esas dos características iban a pesar enormemente en el desarrollo posterior del PSOE, del que fue fundador. El partido iba a considerarse no tanto demócrata como marxista y partidario de la dictadura del proletariado, aunque, por supuesto, contaría con un sentido de la oportunidad muy desarrollado. A pesar de que no eran pocos los que admiraban el tesón de Pablo Iglesias, sus tesis no llegaron a convencer a las masas que, supuestamente, serían redimidas por el socialismo.

Hasta 1905 no fue elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid -el primer cargo público del PSOE- y necesitó otros cinco años más para obtener un acta de diputado en las Cortes. En ambos casos, se vio aupado al desempeño de los cargos con los votos republicanos sumados a los bien escasos del PSOE. Aunque en las Cortes su voz sonaría vez tras vez contra las malas condiciones de vida de los trabajadores o la injusticia del servicio militar no-obligatorio, lo cierto es que Iglesias nunca llegó a desarrollar un programa coherente de gobierno. Soñaba con la revolución cuando llegara el momento oportuno e incluso llegó a amenazar con el atentado personal como forma de acción contra políticos cuyo ideario no compartía.

Visto todo en el contexto de la monarquía parlamentaria, no resulta extraño que la renovación de su escaño no fuera acompañada de un peso mayor del PSOE en la vida política. Si, finalmente, en sus últimos años, el PSOE logró con él una situación más relevante se debió, paradójicamente, al golpe de estado del general Primo de Rivera. Enamorado de los más diversos sistemas, el veterano luchador de la guerra de África creyó que un tratamiento de los socialistas similar al que el kaiser había otorgado al SPD en Alemania apuntalaría la monarquía y mejoraría las condiciones de vida de los trabajadores.

La realidad fue que el PSOE aprovechó su colaboración con la dictadura -un episodio del que prefieren no acordarse los socialistas actuales quizá solamente porque lo ignoran- para librarse de un adversario tan embarazoso como la anarquista CNT y hacerse un lugar entre la clase obrera. Al igual que sus inspiradores franceses y alemanes, Pablo Iglesias se opuso al ingreso del PSOE en la III Internacional. Sin embargo, tampoco había que hacerse muchas ilusiones sobre el proyecto de futuro del partido. No se sentía inclinado a abrazar el proyecto dictatorial leninista pero tenía el suyo propio, un proyecto que los republicanos no acertarían a ver, empeñados como estaban en liquidar la monarquía de Alfonso XIII.

Cuando Iglesias murió en 1925, ya había dejado sembradas las semillas de la bolchevización del PSOE. En menos de una década, el sector reformista de Julián Besteiro fue laminado totalmente y sustituido por un partido en el que tanto Prieto como Largo Caballero ambicionaban liquidar la República e implantar la dictadura del proletariado.

Sufrió mucho en su niñez, fue seguramente honrado a carta cabal e incluso padeció viendo la penosa situación en que vivía la clase obrera de inicios del siglo, pero la obra de Pablo Iglesias no se tradujo en un proyecto de democracia y desarrollo económico, sino de socialismo revolucionario, cuya meta era la dictadura. Se trató de un socialismo que contribuyó decisivamente al estallido final de la guerra civil y que hoy sólo puede ser reivindicado o por ignorancia o por perversión o quizá por la ceguera que causa el necesitar ídolos a los que adorar y de los que se carece.

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