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Clifford D. May

Matar el debate

Le pregunté al director de American Prospect si no lograba entender la diferencia entre musulmanes e islamistas, entre por ejemplo, un hombre de negocios kurdo y un miembro de Al-Qaeda poseyendo conocimientos de tramas de ataques contra civiles.

Después del tiroteo contra un médico abortista en Kansas y contra un vigilante del Museo Conmemorativo del Holocausto en Estados Unidos, dos destacados columnistas del New York Times, Paul Krugman y Frank Rich, hablaron firmemente contra aquellos en los medios que vierten mentiras y posiblemente incitan a la violencia.

Hay "lunáticos" allí fuera, escribía Krugman, y las "organizaciones mediáticas dan pábulo a ese tipo de gente por su cuenta y riesgo, bueno... por nuestra cuenta y riesgo, en realidad". Rich advertía sobre la "retórica tóxica" y de los "demagogos en los medios" alimentando una rabia que podría "salirse de control".

Así es que imagínese mi sorpresa cuando veo que en la web del New York Times decía: "Cliff May argumentó que la tortura se justifica contra los musulmanes porque son musulmanes".

 

¿Qué significa eso? ¿Que yo pienso que hay que arrancarles las uñas a los musulmanes inocentes? No había una sola cita o un hecho demostrable para respaldar semejante alegato incendiario contra mi persona. No había enlaces a artículos que yo haya escrito o a programas de radio o televisión en los que yo haya salido. ¿Por qué me atribuiría el New York Times algo tan indignante, sin ni siquiera intentar verificar su autenticidad? ¿Por qué por lo menos no me llamaron a preguntarme si me interesaba negar las acusaciones?

Para ser justo, esto estaba en una sección del periódico que se llama "El Opinionator: Una selección de la Opinión en internet" y esta opinión particular había sido de Adam Serwer, que escribe en American Prospect, revista que se autodescribe como "una autoridad en ideas progresistas".  

 

Pero para seguir siendo justos, el New York Times es el New York Times. Hace algunos años, cuando yo trabajaba en el New York Times –como periodista, corresponsal de Washington, corresponsal en el extranjero y redactor– se sobreentendía que, desde el becario más humilde hasta los más importantes redactores, sabían que en un periódico serio no puede renunciar a la propia responsabilidad de lo que se saca en prensa simplemente diciendo: "Uy, perdón, es que nos hicimos eco de otra publicación". Inmediatamente le escribí una nota al Defensor del Lector del New York Times. Hasta el momento, no se ha tomado la molestia de contestar.

El artículo de Adam Serwer, en el blog del American Prospect intentaba sacar el mismo tema que Krugman y Rich. Arrancó afirmando que "ha habido una tendencia alarmante de la violencia de derechas recientemente", pero estos actos generalmente son considerados como "actos de locos en vez que de grupos de hombres blancos". De alguna manera, esto desemboca en la descripción de mis opiniones antes mencionadas. Su artículo concluía con la pregunta: "¿Cuánto tiene que ver el llamamiento de tomar ‘medidas extraordinarias’ para luchar contra el terrorismo con los desafíos únicos de luchar contra el terrorismo global y cuánto tiene eso que ver con un miedo irracional, orientalista, a todo lo árabe y musulmán?".

En la muy ponderada opinión de American Prospect, ése sería yo: un irracional, orientialista, temeroso de todo lo árabe y musulmán. Le escribí una nota a Mark Schmitt, director ejecutivo de la revista, precisando que nunca he dicho cosa semejante que pudiera justificar remotamente las opiniones que se me atribuían. Agregué que he trabajado de cerca con muchos musulmanes, sobre todo con aquellos de mi propio think tank (un laboratorio de ideas especializado en terrorismo) creado hace casi ocho años, a los pocos días de los ataques de 11 de septiembre. Dicho sea de paso, yo había estado organizando una conferencia que contó con la presencia de por lo menos media docena de musulmanes, incluyendo a dos embajadores de mayoría musulmana. Y hace años, en mi rol de periodista, trabajé en muchos países de mayoría musulmana. (Y eso que no he mencionado que algunos de mis mejores amigos son musulmanes). Le pregunté a Schmitt: "¿Por qué tenía su revista que escribir algo así sobre mí?". También le pregunté: "¿Es Ud. indiferente ante la posibilidad de que al decir tal mentira se está incitando a que algún loco me ataque a mí o a mi familia?".

Y me contestó lo siguiente: "Nosotros (y el New York Times) deberíamos haber proporcionado un enlace a la web, pero claro que usted sabe que nos estamos refiriendo a sus muy comentados escritos en The Corner el 24 de abril".

Me fui a mirar mi comentario en The Corner y encontré lo que había escrito: Que explícitamente me opongo a la tortura. Había pensado agregar que, no obstante, yo entendía a aquellos que tildan de "pro-tortura" a cualquier persona que se atreva a sostener que "puede que haya métodos de interrogación que son desagradables pero que no llegan a ser tortura".

Seguí con una cita de Abu Zubaydah, el terrorista capturado de Al-Qaeda que, según los memorándums de la CIA publicados por la administración Obama, dijo esto a sus interrogadores: "A los hermanos que capturen e interroguen, Alá les permite proporcionar información cuando creen haber alcanzado el límite de su capacidad para retenerla frente a dificultades psicológicas y físicas".

Esto me llamó la atención como una rendija que se abría para observar el pensamiento militante islamista, algo importante y potencialmente salvador de vidas. "Imagínese a un miembro de Al-Qaeda que quisiera dar información a sus interrogadores, que ya no quiere continuar luchando, que preferiría no ver a más gente inocente asesinada", escribía yo. "Él necesitaría que sus interrogadores lo presionaran fuerte para que pueda sentir que él ha cumplido con sus preceptos religiosos, sólo entonces podría cooperar".

Schmitt insistía en que lo que yo había escrito, se refería "claramente a las técnicas de interrogatorio que mayoritariamente se consideran como tortura" y que, por lo tanto, "la caracterización de los comentarios de Cliff May es totalmente apropiada".

Peor aún, él insistía en que era obvio que yo estaba sugiriendo que "hay una especial necesidad de usar medidas extremas contra los musulmanes/islamistas debido a la naturaleza de su creencia religiosa, esto es, por ser musulmanes".

Le pregunté si no lograba entender la diferencia entre musulmanes e islamistas, entre por ejemplo, un hombre de negocios kurdo y un miembro de Al-Qaeda poseyendo conocimientos de tramas de ataques contra civiles, o entre un agricultor de Indonesia y un líder de Hizbolá o Hamás. Yo conozco a gente en la extrema derecha que no hace estas distinciones (a veces recibo agrias cartas de ellos) pero que el director de American Prospect tenga esta opinión me parece asombroso.

La realidad, por supuesto, es que Schmitt no es tan ignorante. Él simplemente respalda la difamación contra gente como yo, gente que tiene la osadía de disentir de la ortodoxia por la que él aboga.

En este caso, sin embargo, su revista fue más allá de la simple tergiversación hasta llegar a alentar la violencia, porque cualquiera que en realidad aboga por la tortura contra "musulmanes por el hecho de ser musulmanes" debería estar preparado para recibir una dosis de su propia medicina.

Eso es más que un ataque contra mí. Es más que un ataque contra el debate. Es un intento de acabar con el debate, de deslegitimar argumentos incómodos y de demonizar a los que los hacen. Es una forma de decir: "cállese o alguien se encargará de hacerlo callar".

Ésta es la clase de uso irresponsable y matonesco del poder que tienen los medios de comunicación que Krugman y Rich dicen detestar. Lo hemos visto antes muchas veces y en muchos lugares de todo el mundo. Pero, ¿quién se lo hubiera esperado del New York Times y de American Prospect, esa revista que dice ser "la autoridad en ideas progresistas"?

©2009 Scripps Howard News Service
©2009 Traducido por Miryam Lindberg

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