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Daniel Rodríguez Herrera

Internet es malo

Tenemos que aprender a emplear la red, como hemos aprendido a no dejar las llaves del coche a un adolescente con ganas de juerga y acceso a una botella de whisky. Nada más, y nada menos.

Durante años los internautas hemos tenido que soportar que en los telediarios las únicas noticias en las que se mencionaba internet fueran sobre detenciones de pederastas. Parecía que fuera lo único que pasaba en la red, pese a que ya existía antes y no se informaba del papel que jugaban tecnologías como el teléfono en casos similares. Los más sabios auguraban que cuando todo el mundo, especialmente los periodistas, incorporaran internet a su vida diaria las noticias sobre la red abandonarían el gueto de las crónicas de sucesos. Y tenían razón, los jodíos.

Internet nos hace la vida más fácil. Pero la vida está llena de cosas buenas y malas. Así que éstas últimas también son más sencillas. En la red es más sencillo que un adulto contacte con un menor para fines sexuales, pero porque también es más fácil que un adulto contacte con otro adulto. Internet, en resumidas cuentas, no nos hace peores ni mejores: sólo baja las barreras de entrada, que diría un economista.

Un claro ejemplo es la reciente sentencia firme que condena a dos chicas por crear un perfil falso de una tercera en Tuenti. Lo hicieron bien: pusieron datos reales, subieron fotos de la susodicha, detalles que sabían de su vida... era razonable suponer para sus amistades que era legítimo. Sin embargo, una vez ganada la credibilidad, incluyeron cosas falsas que la dejaban en ridículo y la hicieron insultar a compañeras suyas del instituto, lo que provocó que todo el mundo la dejara de lado y cayera en una depresión. Un plan ingenioso y retorcido, pero más sencillo que antes de la existencia de las redes sociales.

Se ha intentado y se intentan crear tecnologías que limiten abusos y acosos online, especialmente a menores. Pero no existe ninguna solución universal, tan sólo ayudas parciales. Al final, los padres tendrán que seguir vigilando a sus hijos y procurar educarlos de modo que eviten ellos mismos los riesgos más evidentes en su vida en la red. Que al fin y al cabo es lo que tendrán que hacer cuando sean adultos. Enviar a alguien una foto tuya en pelota picada si no quieres que tiempo después circule por la red es un riesgo tan absurdo cuando tienes diecisiete como cuando tienes treinta. Sí, es cierto que quien la cuelgue en internet debe ser perseguido, como el que roba un coche. Pero si te dejas la puerta abierta, algo de responsabilidad tendrás.

Tenemos que aprender a emplear la red, como hemos aprendido a no dejar las llaves del coche a un adolescente con ganas de juerga y acceso a una botella de whisky. Nada más, y nada menos.

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