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EDITORIAL

11-M, seguimos queriendo saber

Lo único que cabe hacer es perseverar en la investigación y no dar la espalda a nuevas revelaciones como ha hecho el PP cuando se ha enterado de que, efectivamente, hubo más de un explosivo en el atentado que les sacó del Gobierno hace seis años.

"¡Puff…dinitrotolueno!", exclamó el perito de la Policía Nacional Andrés de la Rosa al descubrir que una de las pruebas tomada en el tren que explosionó en la estación de El Pozo contenía restos de DNT. Un técnico independiente que asistía a la sesión de laboratorio preguntó si pasaba algo; entonces, el jefe del operativo reconoció que, en ese caso, podría haber otra carga explosiva distinta al Goma 2 ECO, único explosivo que entra en la versión oficial de los atentados y único que se aceptó en el juicio del 11-M que se celebraba esos días. Acto seguido reinó el desconcierto y el malestar entre los peritos.

Esta escena fue grabada en vídeo hasta el momento en que se descubre el DNT. Entonces la cámara deja de grabar debido a un supuesto corte de electricidad. Pero, con apagón o sin él, todo lo que se tenía que saber ya se sabía y había quedado oportunamente registrado en una cinta. Era el punto y final del debate sobre los explosivos del 11-M, y los peritos eran perfectamente conscientes de ello. La versión de la Goma 2 ECO extraída ilegalmente de una mina asturiana por la trama que planeó los atentados se derrumbaba, por la simple razón de que el DNT no forma parte de este explosivo sino de otro, del Titadyne, profusamente utilizado por la banda terrorista ETA. El hallazgo de los peritos es tan importante, que podría equipararse a un caso hipotético en el que se condenase a alguien por tener las manos manchadas de pólvora, cuando luego se descubre que la víctima ha muerto a cuchilladas.

El fantasma de los atentados volvió a aletear por aquella sala, y se ha paseado hoy por las primeras planas de los periódicos que todavía tratan de aclarar quiénes cometieron unos atentados que suponen un antes y un después en la historia reciente de España. Porque, aunque el 11-M como caso judicial críe malvas desde hace dos años, sigue siendo sujeto de investigación como crimen. Conocemos bien el efecto de aquella matanza, pero no la causa, es decir, a estas alturas, casi seis años después, no tenemos ni idea de cuestiones elementales del atentado como quién puso las bombas o por qué lo hizo.

A pesar de ello, toda la clase política y buena parte de los profesionales de la información han cerrado un pacto de silencio para que nunca más se vuelva a hablar de un tema que pone a demasiada gente nerviosa. No debería ser así, el 11 de marzo de 2004 fueron vilmente asesinados 192 inocentes, la onda expansiva del atentado nos ha tocado a todos y España como país viró en seco tomando un rumbo muy distinto al que traía hasta aquella fatídica fecha. Tratar de olvidar es condenar a las víctimas al olvido, una infamia que no debe consentirse. Tratar de olvidar es dar por bueno que, con una determinada dosis de violencia, se pueden gobernar los destinos de España y de sus 45 millones de habitantes.

Lo único que cabe hacer es perseverar en la investigación y no dar la espalda a nuevas revelaciones, tal y como ha hecho el Partido Popular cuando se ha enterado de que, efectivamente, hubo más de un explosivo en el atentado que les sacó del Gobierno hace seis años. Esa actitud huidiza y cobarde habrá por la fuerza que demandársela cuando toda la verdad salga a la luz. Y en lo tocante al 11-M, el tiempo está demostrando una generosidad de la que ha carecido la política y todo su cortejo de interesados.   

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