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Emilio J. González

Las hipotecas de ZP

Cuánto ganaríamos si, en lugar de tanta tontería, acabara de un plumazo con tanto derroche como se lleva entre manos e hiciera las reformas que hay que hacer para crecer y crear empleo.

¿Qué nos dice la propuesta de ajuste presupuestario que ha presentado Zapatero? Lo primero, por supuesto, que tiene más cara que espalda porque, después de llenarse tanto la boca con eso de las políticas sociales, ahora resulta que pone buena parte de la carga del saneamiento presupuestario sobre las espaldas de uno de los colectivos económicamente más débiles, los pensionistas. Eso se llama política social, sí señor, aunque no debería sorprendernos lo más mínimo después de ver cómo está condenando a millones de personas al paro por negarse a hacer la reforma laboral que tanto se necesita. Pero vayamos al grano.

Empecemos por las pensiones. Éstas, salvo en el caso de los funcionarios, no se abonan con cargo a los presupuestos del Estado, sino que las paga la caja de la Seguridad Social con los ingresos procedentes de las cotizaciones sociales, cuya finalidad es, precisamente, la financiación de la prestación por jubilación. ¿Por qué, entonces, hay que congelar las pensiones si de lo que se trata es de reducir el gasto del Estado? Pues, en primer lugar, porque no nos están diciendo la verdad sobre la situación financiera de la Seguridad Social, que podría estar ya en déficit por culpa de la política económica y laboral de Zapatero. Con la congelación de las pensiones, el Ejecutivo pretende ganar tiempo y retrasar el momento de la verdad, aquel en el que el sistema público de pensiones registre números rojos y la excusa perfecta para hacerlo es el necesario ajuste presupuestario que nos han impuesto la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional para ayudarnos. Y, en segundo término, porque lo cierto es que lo que pretende Zapatero es dejar prácticamente intacta su capacidad de gasto, la suya propia como presidente del Gobierno y con los dineros de todos, porque si se fijan en la estructura de las medidas de recorte que ha planteado, ninguna de ellas afecta a las partidas presupuestarias que maneja a su antojo para financiar sus caprichos, ocurrencias y compromisos con los grupúsculos marginales de cuyo apoyo presupuestario espera obtener los réditos electorales que necesita.

No nos llamemos a engaño. Los cálculos políticos de Zapatero no han cambiado lo más mínimo y eso condiciona su propuesta de ajuste. ZP sigue pensando que cuenta con un voto de izquierda fiel, pase lo que pase, al que alimenta a base de medidas polémicas, como, por ejemplo, la ley de memoria histórica. Sobre esta base cree que puede ganar las elecciones si le añade el respaldo de aquellos cuyo voto está condicionado por una sola cuestión: el aborto, el ecologismo, etc., a los cuales mantiene las ayudas. Así es que pensionistas, funcionarios, usuarios del sistema público de salud y demás van a pagar la estrategia electoral del presidente del Gobierno porque éste ha decidido hacer recaer sobre ellos el peso del recorte del gasto, en vez de eliminar los miles y miles de millones en subvenciones tan innecesarias como cuestionables, como las multimillonarias ayudas a los sindicatos, las que reciben los artistas de la ceja o los dineros que dedica a cosas tan surrealistas como financiar a las asociaciones de gays y lesbianas de Zimbawe.

Lo mismo cabe decir en relación a las medidas que no toma. Zapatero tiene una apuesta política muy clara que le llevó a crear ministerios tan inútiles como el de Igualdad y el de Vivienda, por no hablar ya de la vicepresidencia tercera del Gobierno, que no se sabe para qué sirve excepto para seguir pagándole a Manuel Chaves un sueldo público y un coche oficial. ¿Han desaparecido estos departamentos, que es lo primero que había que hacer? Para nada, porque son parte de la estrategia de ZP. Lo mismo sucede con las primas a las renovables, que simbolizan su tan cacareado como vacío de contenido concepto de la economía sostenible. Y eso por no hablar ya de los miles de millones que está despilfarrando con sus sucesivas versiones del Plan E. Sumamos todo este dinero, eliminamos estas partidas de un plumazo y no hay por qué amargarle la vida a los funcionarios ni a los pensionistas. Pero eso implica quitarle a Zapatero su juguete presupuestario y, además, admitir que su estrategia política y económica es un completo fracaso y, como no está dispuesto ni a lo uno ni a lo otro, acude a lo más fácil: que paguen la factura los funcionarios y pensionistas. Zapatero es prisionero de las hipotecas que él mismo se ha creado y ni sabe ni quiere salir de esta situación.

Por último, están las consecuencias macroeconómicas de la propuesta de Zapatero. La española es una economía que, por sus características, necesita del consumo para crecer y crear empleo. ¿Qué hace ZP? Golpear insistentemente a la capacidad de gasto de las familias, primero con la subida del IVA que entrará en vigor este verano y ahora con la rebaja del sueldo de los funcionarios y la congelación de las pensiones, lo cual, unido al recorte en la inversión pública, nos va a devolver a la recesión. Denlo por seguro. Y todo por insistir en querer hacer las cosas a su manera, jugando a ser Roosevelt frente a la Gran Depresión pero en versión cañí, sin entender que lo que hizo el presidente norteamericano fue un verdadero desastre para la economía estadounidense, que sólo superó la larga crisis gracias a la Segunda Guerra Mundial. Cuánto ganaríamos si, en lugar de tanta tontería, acabara de un plumazo con tanto derroche como se lleva entre manos e hiciera las reformas que hay que hacer para crecer y crear empleo. Entonces sí que saldríamos de ésta, en vez de hundirnos cada vez más en un abismo socioeconómico ya de por sí muy negro y muy profundo.

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