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DESDE JERUSALÉN

Luddismo globalizado

Desde la legendaria residencia de Robin Hood en los bosques de Nottingham irrumpió, en 1811, un movimiento de centenares de obreros textiles que, para conservar sus puestos de trabajo, destrozaban las máquinas telares de vapor. Se denominaron ludditas. Un lustro después, el Parlamento inglés envió un ejército de 12.000 soldados, que abatió a los ludditas pero no pudo con su mensaje: para detener el progreso humano hay que destruir sin miramientos.

Desde la legendaria residencia de Robin Hood en los bosques de Nottingham irrumpió, en 1811, un movimiento de centenares de obreros textiles que, para conservar sus puestos de trabajo, destrozaban las máquinas telares de vapor. Se denominaron ludditas. Un lustro después, el Parlamento inglés envió un ejército de 12.000 soldados, que abatió a los ludditas pero no pudo con su mensaje: para detener el progreso humano hay que destruir sin miramientos.
Paul DeCelle: DESOLATION TREE.
Al poco tiempo Jean Charles de Sismondi publicó su libro Nuevos Principios de Economía Política (1819), en el que sostenía que la rápida introducción de maquinaria conduce en efecto al desempleo, por lo que urgía limitar la capacidad de invención. Sismondi fue, así, uno de los primeros críticos de la escuela clásica de economía, y su tesis constituyó una especie de "luddismo moderado". Aunque nunca recomendó la violencia, supuso que la creatividad humana es un inconveniente.
 
La prédica luddita ha sido recogida y transformada casi dos siglos después, entre otros, por el islamismo. Seis diferencias básicas, empero, distinguen a éste de aquel enemigo del adelanto, a saber:
 
– El islamismo no se contenta con detener el progreso, sino que actúa para revertirlo.
– La reversión que impulsa no es en tecnología sino en derechos humanos, democracia, libertad de pensamiento, estatus de la mujer.
– No destruye tecnología, sino principal e inescrupulosamente vidas humanas.
– Se ampara en una religión a la que va secuestrando.
– Goza de mayor popularidad de la que se dispensa a los gobiernos democráticos empeñados en derrotarlos.
– Tiene aspiraciones de hegemonía mundial, y por lo tanto no demanda una respuesta focalizada sino global.
 
Quien acaba de plantear crudamente la índole de la Tercera Guerra Mundial que se le ha impuesto a Occidente es Wafa Sultán, una psicóloga siria que hace unos meses se exilió en EEUU y que declaró en la televisión Al Yazira (21-2-06) que el enfrentamiento que estamos viviendo se libra "entre una mentalidad que pertenece a la Edad Media y una del siglo XXI, entre lo civilizado y lo primitivo, entre la barbarie y la racionalidad".
 
Oriana Fallaci.Las declaraciones se asemejan bastante a las que durante el último lustro vienen formulando otras mujeres valerosas como Oriana Fallaci, pero el caso de Wafa Sultán es asombroso porque fue transmitido por una cadena televisiva árabe, y allí en general se desconoce la autocrítica.
 
En ésta abunda la Sultán, al atribuir al Islam la responsabilidad de la guerra porque procura imponer su doctrina a todo el planeta, al despreciar a un mundo árabe que dice enfrentar a Occidente pero se vale de todos sus avances científicos, al expresar su admiración por el pueblo judío y al concluir invitando a los musulmanes a "preguntarse qué pueden hacer por la Humanidad" antes de exigir su respeto.
 
El máximo romántico inglés, Lord George Byron, también combinó algunos de esos aspectos: oposición a los ludditas y valoración por los judíos (especialmente en sus Melodías Hebreas de 1815). En un discurso ante la Casa de los Lores (27-2-1812) se quejaba de que durante su breve reciente estadía en Nottingham "no pasaban doce horas sin algún acto de descarada violencia". Pero Byron además supo definir las motivaciones de los revoltosos: "Estos atentados deben de haber resultado de circunstancias de impar penuria; sólo la carencia más absoluta pudo haber llevado a un grupo de personas otrora honestas y trabajadoras a cometer excesos que son peligrosos para ellos y sus familias"
 
He aquí la característica fundamental que diferencia el luddismo del sanguinario terrorismo islamista: la motivación del segundo no apunta a resolver las miserias de su sociedad, sino a provocar la de las sociedades ajenas. Ante el rezago endémico del mundo musulmán, explotan de ira para culpar al mundo exterior de sus propios defectos. Y al matarse para matar, al educar en la muerte y en la sangre, al exaltar la tortura y el genocidio, muestran su intrínseco nihilismo devastador. Buscan destruir para dominar sobre ruinas, la única forma de dominio que les es asequible.
 
Ocho ludditas de Lancashire fueron condenados a muerte, trece fueron deportados a Australia, quince fueron ejecutados en York, y en 1817 el luddismo había sido desactivado en Inglaterra. Sólo quedaba la peregrina doctrina de Sismondi, que se diluiría con el tiempo.
 
La doctrina wahabí, que emana de Arabia Saudí y sirve de sostén ideológico al terrorismo actual, también terminará disipándose sola. Pero para ello debe primero derrotarse militarmente al movimiento islamista armado y activo, financiado y promovido desde Irán y sus secuaces.
 
La complicación es que éstos traman desde un territorio que trasciende en mucho al que está bajo jurisdicción del Parlamento inglés: su área de operaciones es una buena parte del mundo. Tal globalización requiere de una respuesta integral que permita mancomunar los esfuerzos de las naciones del Occidente agredido. Como bien y tardíamente ha admitido ahora el primer ministro francés, Dominique de Villepin, jamás hemos vivido una amenaza como la del terrorismo actual.
 
El mítico rey Ludd era descendiente de troyanos, y se le atribuye haber construido una "Nueva Troya" en su honor, llamada "Luddein" o Londres. Ésta corre el peligro de la devastación que padeció su legendaria antecesora; un riesgo que visita a Occidente en su conjunto.
 
Como mínimo, los nuevos ludditas se empeñan en detener nuestro progreso a fin de igualar para abajo. Pero además se han globalizado y han devenido en mucho más fanáticos y crueles. Ya no destruyen telares, sino edificios, trenes y discotecas. Ya no se los deporta a Australia, sino apenas a Guantánamo, y bajo el monitoreo y censura internacionales.
 
Y las voces de los Byron actuales que vengan a denunciarlos con la vehemencia que demanda la hora son demasiado escasas. Qué bueno que una de ellas haya sido la de una mujer, la de una árabe lúcida que hablaba en perfecto árabe a los árabes, desconocedores de la diversidad. La de una valiente demócrata a quien sólo cabe felicitar clamorosamente.
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