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Si no fuera por que su política atenta contra los intereses de Francia habría que reconocer que Chirac es un maestro de la alta política internacional. En lo que se refiere exclusivamente a las relaciones con España ha logrado en poco tiempo un importante número de éxitos que, además, han ido acompañados de una incomprensible aquiescencia por parte de las actuales autoridades españolas. Repasemos brevemente algunas de ellas.
 
La diplomacia socialista ha venido reconociendo, primero en la oposición y luego en el gobierno, el liderazgo francés en la política europea. Cuando, en compañía del canciller alemán, Chirac habló en nombre de la Unión para rechazar la invasión de Irak, los socialistas españoles lo asumieron con normalidad, sin valorar lo que suponía de humillación al resto de las naciones de este Viejo Continente a las que ni se consultaba, y, sobre todo, de desprecio a Javier Solana, único portavoz cualificado de las instituciones europeas en este terreno. Pocas veces Francia ha encontrado en España una disposición a la subordinación tan decidida como en nuestros días, renunciando a espacios de soberanía esenciales para defender nuestros propios y exclusivos intereses.
 
Hay quien ha visto en esta actitud una sintonía ideológica, pero esto es más aparente que real. Los socialistas españoles, como los alemanes, han asumido plenamente las viejas estrategias de apaciguamiento frente al Terror derivado de la proliferación de armas de destrucción masiva, el terrorismo internacional y los estados fallidos o canallas. Han entrado en un túnel de pacifismo que lleva al desarme moral de sus sociedades. Pero éste no es el caso de Francia. En la República vecina se cree y practica una clásica política de poder, orientada al desgaste de la potencia hegemónica. A diferencia de alemanes y españoles, creen en el ejercicio de la fuerza. En todos los casos se critica la política estadounidense, pero de distinta forma. Mientras que socialistas alemanes y españoles son crecientemente antiamericanos, al rechazar la globalización liberal que está en la base de su estrategia, los franceses están preocupados por el poder norteamericano y su negativo efecto sobre los márgenes de autonomía de su diplomacia. Españoles y alemanes, incapaces de articular una política en el medio y largo plazo, se suman a la estrategia francesa, aunque ésta no responde ni a sus prejuicios ideológicos ni a sus intereses.
 
Lo ocurrido en torno a la llamada Constitución europea, ya suficientemente tratado en estas páginas, es más de lo mismo. Francia ha impuesto, con grandes concesiones a Alemania, su voluntad. Con el nuevo sistema de votación España renuncia voluntariamente a su cuota de poder para pasar a un “cómodo” segundo plano bajo el despotismo ilustrado de los enarcas parisinos. Por qué un estado hace dejación de poder hasta ese punto es un enigma, pero las consecuencias las veremos si la Constitución llega a aplicarse.
 
La ideología sí nos ayuda a comprender otra de las grandes cesiones de Zapatero ante Francia, el abandono paulatino del Plan de Estabilidad y de la Agenda de Lisboa. Ni unos ni otros creen en la doctrina liberal. Se sienten cómodos con el déficit, la centralización económica, el desempleo y la caída de la productividad. La agenda de Lisboa fue una reacción ante la pérdida de peso económico de Europa en el mundo y, muy especialmente, ante los abismos que se están creando entre la productividad norteamericana y la europea. Ahora la mayoría es clara y Europa apuesta con firmeza por el estancamiento, no queriendo ver que el “estado de bienestar”, tal como hoy está organizado, es inviable. En la batalla de las ideas han llegado a la perversión de querer hacernos creer que esa política, y sólo esa, responde al ideario europeísta. Se es europeísta si se rechaza el vínculo trasatlántico y se abraza con ilusión el déficit. Cualquier otra opción es tan inaceptable como inmoral.
 
En este proceso de paulatina dejación de poder nos encontramos el esperpéntico capítulo marroquí. Cuando Mohamed VI ocupó el islote de Perejil Francia optó por nuestro enemigo y EE.UU. salió en nuestra ayuda. La lección fue bien aprendida por los dirigentes socialistas y ahí están los resultados: se invita al monarca marroquí a la boda del Príncipe de Asturias y no al Presidente norteamericano y se cede el Sáhara. En otras palabras, se asume la posición francesa a costa de los intereses nacionales.
 
Chapeau Monsieur Chirac, ha logrado usted lo que quería, sin pagar precio alguno y además sus víctimas le sonríen. La foto de Moratinos y Zapatero con Chirac en Bruselas, ahítos de felicidad al haber sido desplumados por el Presidente de la República, es una gráfica muestra de la realidad de nuestra política exterior: una renuncia a ser y a defender lo que es nuestro, una inexplicable voluntad de vasallaje.
 
GEES: Grupo de Estudios Estratégicos

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