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Desmontando a Hillary

Bill Clinton tendrá que revelar la lista de los donantes de la fundación que lleva su nombre –como el Rey de Marruecos o la familia real de Arabia Saudí– y sus conferencias deberán pasar por la supervisión de un equipo ético del Departamento de Estado.

Barack Obama presentó en una rueda de prensa a su nuevo equipo de política exterior y seguridad nacional. Junto a él se hallaba la senadora Hillary Clinton, seria y firme. Ahí estaban los dos protagonistas de la lucha por el liderazgo del Partido Demócrata, que duró cinco meses y durante la cual ambos intentaron destruir la credibilidad del contrario. Agua pasada. Según Obama, los duros ataques que protagonizaron no eran más que un juego con el que la prensa se divertía. Ahora Hillary Clinton será la próxima secretaria de Estado de la nueva administración estadounidense.

La estrategia del presidente electo de tener a sus enemigos más cerca que a sus amigos ha desatado el escepticismo a su alrededor ¿Podrá realmente Obama controlar de esta manera a los Clinton? Puede que éste sea el principal objetivo de la elección de la ex primera dama como secretaria de Estado. De hecho, se rumorea que la senadora podría haber firmado un pacto con Obama según el cual el futuro presidente se compromete a hacer frente a parte de la elevada deuda contraía por Hillary tras la contienda de las primarias.

Pero además habrá otra consecuencia económica, aunque esta vez para su marido Bill. Éste tendrá que revelar la lista de los donantes de la fundación que lleva su nombre –como el Rey de Marruecos o la familia real de Arabia Saudí– y cualquier conferencia que quiera ofrecer deberá pasar por la supervisión de un equipo ético del Departamento de Estado. Obama se asegura de esta manera la anulación de cualquier potencial campaña y maquinaria de recaudación de fondos de los Clinton para 2012. Un golpe maestro.

Por otro lado, tampoco hay que olvidar que Hillary Clinton representa para muchos la línea más dura de los demócratas, lo que a Obama le viene muy bien para persuadir a algunos republicanos a la hora de tomar ciertas decisiones políticas en peliagudos asuntos como Irak. No obstante, la senadora no aporta una especial experiencia en política exterior, algo de lo que tanto ha presumido. Sus credenciales se limitan a sus ocho años como primera dama en los que asistió a actos protocolarios, ceremoniales, giras al extranjero y citas para tomar el té con varios embajadores. Ahí queda el grave error de prudencia política al que tuvo que enfrentarse sobre su visita a Bosnia en 1996 como primera dama, una historia que repitió en varias ocasiones durante la campaña contra Obama. Tuvo que reconocer que no estuvo expuesta al fuego de francotiradores como ella había asegurado, tras demostrar una cadena de televisión que había mentido. En otra ocasión, la senadora se presentó a sí misma como una pieza vital en las negociaciones de paz en Irlanda del Norte, aunque ningún implicado en el proceso haya confirmado nunca tal participación. ¿Por qué ha mentido tanto? Pues para dejar claro que está preparada hasta para enfundarse un uniforme de comandante en jefe.

Con el nombramiento de Hillary Clinton como secretaria de Estado resulta también peligroso que los demócratas traten de invocar la presidencia de Clinton como la edad de oro de la política exterior estadounidenses: fue una época en la Al Qaeda se movía a sus anchas, Saddam Hussein se dedicaba a expulsar a los inspectores de Naciones Unidas de Irak mientras le sacaba provecho al programa Petróleo por Alimentos y Corea del Norte desarrollaba su programa nuclear. Veremos qué nos depara en el futuro el tándem Obama-Clinton.

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