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El dilema del pentágono

La continua oleada de atentados y ataques en Irak –esencialmente limitados, eso sí, al llamado triángulo sunni, entre tikrit y la capital Bagdad–, con las consiguientes bajas entre las tropas americanas, vuelve a disparar el debate sobre si será posible estabilizar el Irak post-Saddam con los poco más de cien mil soldados que los Estados Unidos tienen en el país. Este debate, desgraciadamente, oscurece dos cuestiones mucho más básicas y esenciales al mismo tiempo: la primera, que la lucha contra el terrorismo no es asimilable a las operaciones tradicionales de imposición y mantenimiento de la paz. En estas últimas, la ecuación “soldado/población civil/kilómetro cuadrado” debe resolverse con un alto número de tropas, pues su visibilidad es lo esencial para servir de factor de disuasión e impedir el rebrote de la violencia. Por el contrario, en misiones antiterroristas, el número no es siempre garantía de éxito, pues la eficacia de las fuerzas depende de dos factores clave, una buena inteligencia, por un lado, y, por otro, una capacidad de actuar y golpear sorpresivamente.
 
En ese sentido, limitar la discusión actual a si el pentágono se equivoca al planificar una reducción de su presencia en Irak pierde de vista que lo verdaderamente importante es el cambio de naturaleza de las unidades en presencia. Mientras que la División 101ª aerotransportada ha sido sobreutilizada gracias a su capacidad de movilidad de teatro a través de sus helicópteros, la 4ª división mecanizada, la joya del Ejército norteamericano, apenas ha podido emplearse. Demasiado pesada y excesiva potencia de fuego. En la fase Libertad Iraquí II, tal y como denomina el pentágono la primera rotación de sus tropas en la zona, mejora algunas de estas deficiencias, desplegando unidades medias y más ligeras.
 
Unas tropas más móviles, mejor integradas con el medio en el que tienen que operar, con mejor y más fiable inteligencia, empezarán a dar sus frutos pronto. Con todo, el aumento del contingente americano en Irak enviaría ahora una señal de compromiso político con el futuro del país que también es muy necesaria. Como los editorialistas del Weekly Standard han señalado esta misma semana, parece que Bush está decidido por una estrategia de la victoria, mientras que el pentágono apuesta por una estrategia de la salida rápida. Puede que ambas coincidan en algún momento, pero no dejaría de ser prudente que los soldados americanos aumentaran en Irak por puras razones de imagen, a pesar de que lo que les traiga el éxito final es su capacidad de luchar con eficacia una guerra de nuevo cuño.
 
La segunda cuestión empañada por el debate sobre los números oculta una grave deficiencia de la estructura de fuerzas de los Estados Unidos: las batallas clásicas se ganan con unas tropas como las americanas; las nuevas guerras exigen una diversidad de opciones, desde la ayuda humanitaria instantánea a las tareas de policía, que es imposible puedan ser cumplidas óptimamente por un ejército clásico. En España, y en otros países de nuestro entorno, contamos con un cuerpo civil de naturaleza militar como es la Guardia Civil, preparada en gran medida para hacer frente a amenazas de nuevo tipo en un ambiente no permisivo del todo. Esa opción está ausente en América. Entre la inteligencia y las divisiones y brigadas de sus ejércitos apenas hay nada. Cuando Washington logre salir airoso de esta misión de recrear la democracia en Irak, debería reflexionar seriamente sobre esta laguna. Y sobre por qué nosotros no podemos ayudarles más en este terreno.

GEES: Grupo de Estudios Estratégicos

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