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GEES

¡Está gagá!

Pero la realidad no puede estropear un buen prejuicio. El diario El País ha sentenciado que “la nueva doctrina es más signo de decadencia que de nueva fortaleza de esta presidencia tambaleante”.

Todavía no salen de su asombro. Las mentes bienpensantes de nuestra carpetovetónica izquierda no se pueden creer las declaraciones de Jacques Chirac en la base de submarinos nucleares. Habíamos quedado en que Francia es el “corazón” de Europa y, por lo tanto, portaestandarte de sus valores. Europa es multicultural y pacifista, antihegemónica y multilateral. Francia nos guiaba en contra de Estados Unidos para poner fin a su intolerable hegemonismo…

Pues va a ser que no. Que, una vez más, han confundido sus ensoñaciones erótico-políticas con la realidad. Francia no es eso ni falta que le hace. Ya tienen suficientes problemas importantes como para asumir los de la decadente izquierda española. Francia cree en Francia, quizás demasiado, pero más vale pasarse que no llegar. Francia cree en los valores republicanos, en su papel en el mundo y está dispuesta a luchar para prevalecer. La diplomacia francesa es firmemente antinorteamericana, pero no por ser antihegemónica o multilateral. Francia ambiciona disponer de mayor influencia internacional y eso requiere limitar la del hegemón. Lo hicieron con España siglos atrás, lo mismo que hoy lo intentan con Estados Unidos. Defiende el papel de la ONU como trinchera contra Estados Unidos, pero jamás aceptaría una imposición del Consejo de Seguridad sobre su particular forma de defender los intereses nacionales. Francia quiere ser una potencia hegemónica, aunque se conformaría con ser un actor relevante.

Francia entiende que la acción exterior es un ejercicio de poder y se dispone a jugarlo con todas sus cartas. El derecho de veto en el Consejo de Seguridad y su condición de miembro del selecto club de potencias nucleares son sus principales activos diplomáticos y los harán valer siempre que sea necesario.

Pero la realidad no puede estropear un buen prejuicio. El diario El País ha sentenciado que “la nueva doctrina es más signo de decadencia que de nueva fortaleza de esta presidencia tambaleante”. Resulta que todo se reduce a una circunstancia personal, a que Chirac está gagá. El problema es que ni está gagá, ni es la obra de un presidente, ni es el resultado de un cambio apresurado.

Francia, como toda potencia solvente, tiene un proceso permanente de revisión de su estrategia nacional. Tras los atentados del 11 de septiembre, los sucesos de Madrid y Londres y la crisis del régimen de no proliferación de armas de destrucción masiva era evidente que deberían hacerse ajustes importantes. Estados Unidos y el Reino Unido ya los habían hecho. Francia, de hecho, también, pero querían ganar tiempo para que la crisis de Irak quedara atrás y la de Irán escenificara un nuevo marco. Había que tapar las contradicciones entre el discurso diplomático y la doctrina estratégica.

Los cambios enunciados son el resultado del intento de acomodo a un nuevo entorno. No es que Francia quiera actuar de otra manera, es que el campo de batalla es otro. Tienen claro que las guerras convencionales han quedado atrás, aunque no definitivamente; que las estrategias asimétricas se imponen; que el terrorismo será la forma de combate elegida por los que no pueden vencer de otra forma y que determinados estados estarán detrás, animando, financiando y estableciendo prioridades… al mismo tiempo que tratarán de dotarse de armamento nuclear para disuadir o para atacar. En estas circunstancias Francia tiene que adaptarse para mantener la necesaria credibilidad.

Hay quien piensa que Europa ya ha superado la guerra y que las armas nucleares son tan superfluas como peligrosas. Afortunadamente en Francia todavía no han perdido el sentido de la realidad, son conscientes de que existen enemigos, aunque no queramos verlos, y que renunciar al armamento nuclear no quiere decir que los demás sigan el mismo camino. Hay quien olvida, o nunca supo, que el régimen de no proliferación se sustenta en un limitado grupo de estados que mantiene una fuerza capaz de disuadir al resto de aventurarse más allá de lo sensato.

Chirac ha afirmado que la defensa de los valores, la democracia y la propia existencia requiere adaptar su estrategia nuclear. En este nuevo entorno la garantía de los aprovisionamientos estratégicos, la seguridad de los aliados o la amenaza de otros estados, mediante actos terroristas o armamento de destrucción masivo, justificaría el uso del armamento nuclear. Parece evidente que Chirac no comparte el principio rector de nuestro inefable ministro de Defensa, que prefiere morir a matar. Está dispuesto a cumplir su obligación y defender a Francia con todos los medios disponibles. Tampoco parece compartir el núcleo central del pensamiento internacional de nuestro presidente de Gobierno, la rendición preventiva, mediante la alianza de civilizaciones o cualquier otro medio. Chirac cree que el armamento nuclear es esencial para garantizar la seguridad de la Unión Europea.

Sin embargo, este ejercicio de coherencia y realismo manifiesta algunas incoherencias. Chirac busca la credibilidad de su disuasión, pero no está claro que lo consiga plenamente en el nuevo entorno estratégico. Tenemos que esperar a la publicación de la nueva doctrina para poder hacer una crítica más precisa, pero parece haber un desequilibrio entre medios y fines. Por otro lado, resulta incoherente su intento de forjar una alianza con China y Rusia cuando estos países son los principales responsables y valedores de las nuevas amenazas, empezando por Irán, que tanto preocupan a Francia. Como señalamos en su momento, el giro antinorteamericano de Chirac era una expresión de nacionalismo más que de realismo, de sentimientos más que de razón.

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