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In memoriam

Kristol se convertiría en un defensor del capitalismo como mecanismo de crecimiento, y de la curva de Laffer como inequívoca certeza de los incentivos que, desde Adam Smith, suelen afectar a las personas.

Acaba de morir a los 89 años Irving Kristol, llamado el padrino de los neoconservadores. Su figura era poco conocida en España. Es una pena.

Nació en 1920 en Brooklyn, en una humilde familia judía de las tantas que por aquel entonces acudían a buscar el sueño americano sin saber una palabra de inglés. Aprendió pronto tanto la importancia de los valores como el hecho indudable de que "el mundo no te debe un empleo, hijo".

Asistió a la universidad en el New York City College, conocido como el Harvard de los judíos proletarios, en donde, en búsqueda de la justicia sobre la tierra, se unió a un grupo de eternos conversadores y argumentadores en temas tan preocupantemente radicales como el trotskismo, el socialismo real y las diversas familias del izquierdismo radical. Nadie es perfecto. Supondría la vacuna ideal para inmunizarle de los utopismos del presente y formarle, todo sea dicho, en las opiniones convenientemente formadas y expresadas.

Tras pasar por el ejército durante la II Guerra Mundial, una de esas pocas experiencias que ayudan a conocer al hombre y al mundo, se casó con la historiadora victoriana Gertrude Himmelfarb –Bea– y se dispuso a tener una fructuosa vida intelectual. Hizo de articulista, redactor, editor y director de varias revistas y publicaciones, a este y aquél lado del Atlántico.

Pero su viaje ideológico ya había comenzado. De modo similar a Ronald Reagan que había dicho que él no abandonó al Partido Demócrata, sino que el partido lo abandonó a él, quien se había instalado en el progresismo como única opción política respetable de la América de los cincuenta, comenzó a poner en duda las doctrinas de la izquierda, en especial, sus irracionalidades económicas.

Funda en esta época la revista The Public Interest, dedicada al estudio de las políticas públicas del Estado de bienestar, particularmente las propiciadas por el programa de Gran Sociedad de Johnson, ya desligado de las condiciones de la Gran Depresión. Con una serie de colegas intelectuales, como Bell o Glazer, manifestaron su extrema desconfianza por las políticas de dependencia que otorgando pequeños subsidios atan a sus beneficiarios al Estado. Se convertiría en un defensor del capitalismo como mecanismo de crecimiento, y de la curva de Laffer como inequívoca certeza de los incentivos que, desde Adam Smith, suelen afectar a las personas.

Su facilidad para forjar frases era proverbial y, refiriéndose a la política exterior, donde los neoconservadores comenzaron por ser furibundos anti-comunistas, acabó describiéndolos así: "Un neoconservador es un realista asaltado por la realidad". Aunque nuestra favorita es la siguiente: "Estar frustrado es molesto, pero los auténticos desastres en la vida empiezan cuando consigues lo que quieres".

Uno de sus compañeros de viaje en The Public Interest, el sociólogo James Q. Wilson, ha definido el neoconservadurismo como: "La perspectiva de que sabemos menos de lo que creemos cuando se trata de cambiar la condición humana". Cuidado, pues.

Insistía en que se trataba de una corriente intelectual, y no un movimiento; lo que ilustraba diciendo que nunca se había visto una reunión de neoconservadores. Destacaba la importancia de la calidad de las contribuciones a su publicación,considerando más relevante quién leía la revista que cuántos la leían.

Cuando el neoconservadurismo ha ido adquiriendo mal nombre entre nuestros contemporáneos, por vincularlo al grupo de personas que acompañaron al presidente Bush en su decisión de ir a la guerra de Irak, no debe olvidarse que el término se forjó en los 60 por el crítico Harrington para referirse al giro ideológico de los que una vez habitaron en las filas de la izquierda, y no precisamente como un elogio. Es bueno que así sea. Poner las cosas demasiado fáciles nunca mejoró la vida a nadie.

Que sigan así los neoconservadores, como cuatro gatos metidos en un rincón, sin acudir a los cócteles de la gente bien. Como dijo el propio Kristol: "No voy a los restaurantes a dejarme ver. Me quedo en casa y veo la tele. Me gustan las de vaqueros y las de policías. Ni solemnidades, ni doctrinas". Nos va a resultar más difícil en esta nuestra España, pero estamos seguros de que entre Alfredo Landa y Paco Martínez Soria, podremos ir tirando.

Kristol presumía de haber nacido con temperamento teo-trópico, y esperamos que descanse en paz. Nuestro pésame a Bea, Bill y Elizabeth, y a sus cinco nietos. Dayenú por Irving.

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