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GEES

La respuesta

Uno de los aspectos engañosos de la presente crisis es el de la fortaleza del oso ruso, que en realidad tiene muchos puntos vulnerables, entre ellos que necesita nuestros euros tanto como nosotros su gas y su petróleo.

La invasión de Georgia es el acontecimiento internacional más importante que se ha producido en el mundo desde la invasión de Irak hace cinco años y medio. No hay equivalencia jurídica o moral, pero sí en cuanto a la intensidad del impacto geopolítico. La importancia de toda acción depende de las reacciones que suscite y del balance final entre iniciativa y réplica. La trascendencia de la empresa de Washington en Oriente Medio se mide por la informal coalición antiamericana a que dio lugar a escala mundial, la cual utilizó las Naciones Unidas como instrumento de deslegitimación del coloso americano, y por el consiguiente agrietamiento de la Alianza Atlántica, todo ello con importantes repercusiones sobre el terreno a favor de las fuerzas yihadistas internacionales, que consiguieron infligirle a la gran potencia una importante sangría en forma de tensiones domésticas y erosión de su poder militar terrestre y de su influencia exterior.

Las ventajas adquiridas ahora por Moscú podrían ser neutralizadas por una adecuada respuesta, susceptible incluso de degradar al modesto plano táctico su victoria inicial, transformándola en derrota estratégica. Putin ha querido dar una lección de las que con sangre entran, pero a él y a los suyos les queda mucho por aprender, y a nosotros corresponde enseñárselo, por nuestro bien y el de sus encandilados conciudadanos.

Los excitados aspavientos occidentales han bastado para detener el avance de las tropas rusas ante la capital georgiana y contentarse con el mantenimiento en el poder del aborrecido Saakashvili. Todo ello puede haber estado previsto en los minuciosos cálculos de Putin, pero con menor resistencia habría llevado su arremetida más lejos, lo cual podría haber llegado a incluir el oleoducto Baku-Tiflis-Ceyhan, que parece que no ha sido afectado más que psicológicamente por un susto que será difícil de disipar. El estratega ruso ha buscado un desquite en una retirada remolona, incumpliendo desde el principio la letra de lo acordado con el presidente francés. Veremos si no afianza su conquista manteniendo un glacis militar de protección y de descarado desafío a Occidente.

Las declaraciones de la Unión Europea y OTAN se han quedado considerablemente por debajo de lo posible y aconsejable. Un tanto para Putin. El amedrentamiento ha funcionado y condiciona la respuesta. Limitarse a pedirle a Rusia que sea buena y protestar por su “desproporcionado” uso de la fuerza es ya una concesión excesiva. Supone reconocer que podía haber hecho un uso proporcionado y renunciar a la condena de sus muchas malintencionadas manipulaciones, violaciones de derechos y flagrantes provocaciones que vienen de muy atrás. Y ello no implica exonerar a los georgianos de sus propios pecados.

La respuesta occidental se pasa de delicada y brilla por sus silencios, el más ensordecedor el que se refiere a Chechenia. No es Kosovo, con el que las analogías son superficiales, sino Chechenia el elemento de comparación pertinente y requerido. Lo hemos silenciado desde hace años por el inaceptable tinte islamista que adquirió con el tiempo, pero también por deferencia interesada y no muy gallarda hacia Putin. Cuando se habla de las desconsideraciones americanas para con las sensibilidades moscovitas (a menudo enfermizas, habría que añadir), ese silencio no debería ser  olvidado. Pero cuando los representantes del Kremlin se burlan altivamente de las declaraciones de OTAN, es el momento de sacar el tema a relucir, y no de autocensurarse. No son palabras que se lleve el viento, e indican que también tenemos dientes que enseñar.

Naturalmente, no se trata sólo de palabras, por eficaces que sean. Nuestras opiniones públicas presionan a favor del apaciguamiento porque enseguida ven el espectro de la extensión de la guerra. No hay tal. Está por completo fuera del horizonte de este conflicto. Ni Rusia ni Occidente la desean, y tampoco están en condiciones de hacerla. Las palabras de Robert Gates, el secretario de Defensa americano, son perfectamente definitorias: “Nos hemos pasado 45 años tratando de evitarla con los soviéticos, no vamos ahora a tenerla con los rusos”. Los responsables políticos saben más. El miedo que los corroe es el corte de suministros energéticos. Es un temor justificado, pero lo que no resulta aceptable es que determine nuestra respuesta. Occidente tiene muchas opciones frente a nuestro vecino del Este. Uno de los aspectos engañosos de la presente crisis es el de la fortaleza del oso ruso, que en realidad tiene muchos puntos vulnerables, entre ellos que necesita nuestros euros tanto como nosotros su gas y su petróleo, que no puede vender en otros mercados por falta de las conducciones necesarias. Si llegara al embargo, podría resistir más tiempo sin nuestro dinero que Europa sin sus hidrocarburos, pero la dependencia es mutua.

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