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Libertad religiosa

Tanto el laicismo como el islamismo atacan la libertad religiosa, y en el siglo que entra los dos cabalgan juntos con un objetivo común: derrotar al cristianismo e imponer su propia moralidad.

El viaje de Benedicto XVI a Estados Unidos es el viaje al país cuya religiosidad encandiló a Tocqueville; en América, la libertad religiosa no consiste en su ausencia de la vida pública, sino precisamente en su presencia natural, libre, abierta a los demás. Y es que la religión impregna profundamente la vida política e institucional norteamericana, y permite a cualquiera exhibir públicamente sus creencias sin que caiga sobre él la sombra de la sospecha que sí cae sobre los creyentes europeos.

Benedicto XVI entiende, y lleva razón, que en el siglo XXI la garantía de una sociedad libre es que todos puedan expresar sus creencias libremente. Que es en el fondo, para lo que está la libertad de expresión; su sentido no está en discutir si hay que pagar más o menos impuestos, declarar una guerra o hacer más carreteras. De ser así, sería una libertad muy pobre. El sentido de la libertad de expresión está en proteger la conciencia moral de los ciudadanos, que es el bien más preciado de una sociedad abierta.

¿Qué religión es capaz hoy de reivindicar al mismo tiempo la religión y la libertad? Desde luego, no el islamismo, que avanza a marchas forzadas por Europa –en lo relativo al crecimiento demográfico o a la fuerza ideológica en las comunidades musulmanas– negando a cualquier otra religión la posibilidad de hacerse pública. Los casos de la película Fitna, las caricaturas de Mahoma o la conversión de Magdi Allam son sólo los primeros; una religión que someta inhumanamente al ser humano a los designios caprichosos de un dios es un fraude, anunció Benedicto XVI en Ratisbona. Y a juzgar por la reacción a sus palabras, llevaba toda la razón.

Es peor otra religión que se presenta, curiosamente, como anti-religión. En España, a la espera de la actitud que adopten los socialdemócratas de UPyD, la izquierda radical de Zapatero y la comunista de IU son abiertamente antirreligiosas. Pero no se trata de la religión, naturalmente; después perseguirán cualquier moral o ética, y después todo lo relativo a la conciencia individual. Creen que es legítimo eliminar cualquier tipo de fuente de moralidad que no sea pública, ideológica o estatal. Es decir, eliminar cualquier moral no surgida de la mayoría o del Estado.

Tanto el laicismo como el islamismo atacan la libertad religiosa, y en el siglo que entra los dos cabalgan juntos con un objetivo común: derrotar al cristianismo e imponer su propia moralidad. Así las cosas, no debería extrañarnos que Benedicto XVI busque apoyos en la nación que mejor conjuga la religiosidad con la libertad: Estados Unidos. Y ello porque sólo uniendo apoyos, el cristianismo podrá sobrevivir a las dos fuerzas que le han declarado la guerra. Curiosamente, es el Papa de Roma el que hoy en día habla de libertad y de religión sin pretender acabar con la una ni con la otra, sino haciéndolas dependientes entre sí.

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