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Lo peor de Londres

No, lo peor de Londres es otra cosa, es volver a ver cómo impera la corrección política y cómo la izquierda y otros tontitos útiles sacan siempre las lecciones equivocadas.

Lo peor de Londres y sus atentados frustrados no es saber que el mundo civilizado se enfrenta a un enemigo que es a la vez astuto y persistente. Tampoco volver a saber que se nos ha declarado la guerra y que nuestro enemigo busca por todos los medios a su alcance causar el mayor número de bajas entre lo que considera son sus filas enemigas, esto es, nosotros, pobres civiles, ciudadanos de las sociedades más abiertas y tolerantes del mundo. Ni siquiera tener que reconocer que la complacencia frente al terrorismo islámico es de todas a todas mortal y que, si les dejáramos vía libre, acabarían con nosotros en un pestañear de ojos.

No, lo peor de Londres es otra cosa, es volver a ver cómo impera la corrección política y cómo la izquierda y otros tontitos útiles sacan siempre las lecciones equivocadas. No nos enfrentamos a un único enemigo, ni tan siquiera a un enemigo que también está instalado entre nosotros. No; el enemigo también somos nosotros mismos.

Por ejemplo, durante dos días los comunicados oficiales y la prensa internacional se refirió a los terroristas como simplemente eso, terroristas. Que lo son, pero todos sabíamos que eran terroristas porque eran musulmanes fanáticos, fundamentalistas, suicidas y apocalípticos. Pero la corrección política impedía que se lanzara la hipótesis más plausible: que todo era obra del terrorismo islámico. Que, como se ha visto, era la realidad. Hoy el terrorismo es islámico y los terroristas son fanáticos fundamentalistas. Y aunque es verdad que no todo musulmán es un terrorista, no es menos verdad que todos los terroristas de Al Qaeda y grupos afines son musulmanes. Porque la jihad, que es la guerra que nos están haciendo aunque muchos no quieran verlo, es una institución que sólo existe para el Islam.

En segundo lugar, no ha faltado el coro de voces que explica y justifica esta barbarie por lo que nosotros hacemos en política exterior. Blair no se ha librado en esta ocasión y gente de izquierdas compañeros de viajes de las comunidades islámicas le reclaman un giro de su acción exterior: alejarse de Bush y retirarse del mundo árabe y musulmán. Casualmente lo mismo que preconiza el candidato demócrata Lamont, ganador en Connecticut sobre el viejo zorro Joe Lieberman.

Se dice que la creencia de que estamos en guerra con el terror sólo provoca más violencia y que la acción ofensiva y militar es contraproducente. Que todo se debe limitar a un asunto criminal y, por ende, policial. ¿Pero cómo iba la policía londinense a saber de la trama en Pakistán si no fuera por esa vínculo común que es la guerra contra Al Qaeda y el terrorismo islámico? ¿Y si se cambiara la política exterior, a lo Rodríguez Zapatero? ¿Estaría el mundo más seguro? No, quedaría a merced de la voluntad y compasión de los fundamentalistas que, como sabemos, es igual a cero.

Lo peor de Londres, por tanto, es tener que aguantar una vez más a los antisistemas, enmascarados de derrotismo, culpándonos a nosotros mismos por la mentalidad diabólica de Bin Laden y asociados. La izquierda, que no acepta los valores de las democracias liberales, esto es, libertad individual, derechos y deberes iguales para todos, valores comunes y nacionales, el indispensable papel del estado y el mercado libre y sin injerencias extrañas, prefiere vernos sojuzgados por los extremistas árabes a quedarse arrinconada por la Historia. Ya sabemos en qué consistía lo mágica fórmula de la dictadura del proletariado. Imaginen lo que sería la teocracia del extremismo islamista.

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