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Lo que nos espera

Hizbollah es, lamentablemente, árbitro de la situación del país, y aunque el sistema electoral vigente le arrebató la victoria a la coalición formada por los cristianos del general Michel Aoun, ésta obtuvo 200.000 votos más que los seguidores de Hariri.

La explosión de municiones de Hizbollah ocultas en la vivienda de un cabecilla de este grupo terrorista, ocurrida en Tayr Filsay el 12 de octubre, es una buena tarjeta de presentación de lo que espera al mando español de la Fuerza Interina de Naciones Unidas en Líbano (FINUL). En varios vídeos puede verse cómo misiles y otras armas y municiones son salvados por milicianos de Hizbollah, que las cargan rápidamente en camiones llevándoselas a la vecina localidad de Dir A-Nahar antes de la llegada de efectivos de la FINUL y del ejército libanés. Lo que demuestra la violación permanente y sistemática de la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad que estipula que las milicias, con Hizbollah a la cabeza, deben ser desarmadas; no sólo está más fuerte y omnipresente en la zona de despliegue de FINUL, sino que es también prácticamente la última que puede ser calificada de milicia en todo el país.

No nos hacemos ilusiones. Cuando el general Alberto Asarta Cuevas tome posesión a partir del 17 de febrero del mando de la FINUL recaerá sobre él la responsabilidad en la zona. Asumiendo el mando en sustitución del general italiano Claudio Graziano no sólo incrementamos nuestro contingente de los 1.200 a los 1.400 efectivos –de un total de 12.000 militares y de 1.000 civiles procedentes de una treintena de países que componen la FINUL, fuerza que tiene también una dimensión naval– sino que también crecerá el nivel de amenaza sobre el mismo. Ello nos hace evocar a los seis miembros de la Brigada Paracaidista (BRIPAC) asesinados en junio de 2007 aún no se sabe por quién. Las cosas tienden ahora a empeorar, y la responsabilidad de la gestión, dado el estatus quo al que hemos llegado en la zona, recae sobre los españoles y el Gobierno. Veremos hasta qué punto estamos a la altura.

Si el contexto es adverso en términos de seguridad, también lo es el político: el 16 de septiembre Saad Hariri era designado por segunda vez en menos de tres meses primer ministro por el presidente Michel Souleiman pero no logra formar Gobierno. Esto le obligó a dimitir el 10 de septiembre. Su victoria en las elecciones del 7 de junio no fue lo suficientemente amplia y Hizbollah utiliza su probada capacidad de coacción para alterar los posibles compromisos entre libaneses. Sigue además reforzándose y desafiando al Estado, como la susodicha explosión demuestra, y aún se recuerda su violento pulso con los demás actores libaneses en mayo de 2008, cuando tomó el control de Beirut en una clara demostración de fuerza. El arsenal más preocupante en la zona es el de Hizbollah –estimado en unos 40.000 cohetes de diverso tipo– y este grupo posee además centros de mando y control y refugios excavados en roca que Israel no pudo destruir con sus bombardeos durante la guerra del verano de 2006.

Hizbollah es, lamentablemente, árbitro de la situación del país, y aunque el sistema electoral vigente le arrebató la victoria a la coalición formada por los cristianos del general Michel Aoun, ésta obtuvo en realidad 200.000 votos más que los seguidores de Hariri. Ello envalentona aún más, y peligrosamente, a sus líderes, quienes por ende están firmemente vinculados al también inquietante liderazgo de la República Islámica de Irán. Esto es lo que nos espera en Líbano, un Hizbollah crecido operativamente y fuerte políticamente. Por supuesto, ni Zapatero ni Chacón ni Moratinos nos han contado una sola palabra de todo esto. Para variar, mantienen la política exterior y de defensa en el más absoltuto de los secretos. Veremos que hacen cuando lleguen noticias de allí.

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