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Más claro, agua

los dirigentes franceses discuten si el Tratado satisface o no los intereses de Francia. No hay en sus palabras idealismo europeísta, romanticismo sobre un continente unido en torno a unos principios superiores

Si no fuese porque el alelamiento en que vive buena parte de la sociedad española es una opción vital, libremente elegida, el debate francés sobre la posición a tomar en el referendo sobre el Tratado de la Constitución Europea llevaría a una seria reflexión sobre la política española en Europa.
 
Con toda la claridad posible, los dirigentes franceses discuten si el Tratado satisface o no los intereses de Francia. No hay en sus palabras idealismo europeísta, romanticismo sobre un continente unido en torno a unos principios superiores. Lo que hay es, estricta y llanamente, interés nacional. Francia existe, Francia debe sobrevivir y una Europa unida es el instrumento para potenciar a Francia. Europa sólo puede ser, en la perspectiva de las elites parisinas, una Francia grande. Así ha sido siempre. Ellos nunca lo han negado. Y, en coherencia con esta visión, los ciudadanos franceses aprobarán o rechazarán el tratado.
 
El porqué nuestro Gobierno ha llegado a identificar los intereses de Francia con los de Europa es un ejemplo de vasallaje internacional que nos retrotrae a los tiempos de José Bonaparte, cuando un grupo de colaboradores de Carlos III y Carlos IV llegó a la conclusión de que el programa reformador del Emperador bien valía olvidarse de la soberanía. Estaban equivocados, pero tenían el eximente de que aquel programa era una realidad tangible, de indudable trascendencia histórica ¿Qué aporta hoy Francia al Viejo Continente? Un estado de bienestar fallido, una economía estancada, una sociedad que ha decidido dejar de trabajar, una política exterior enfangada en la corrupción, dispuesta a pactar con regímenes dictatoriales y más preocupada por contener la influencia norteamericana que por combatir las amenazas reales a nuestra seguridad.
 
Por este plato de lentejas nuestros gobernantes han renunciado a un papel dirigente en Europa y a la defensa de nuestros intereses. Por una opción fallida una buena parte de nuestros conciudadanos ha decidido cerrar los ojos y aceptar que Francia es la locomotora de la unidad continental. Nunca podrán decir que fueron engañados. Viven en el engaño, pero porque quieren.

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