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Musulmanes en Melilla

A unos y a otros es bueno dar una lección de buen funcionamiento ciudadano para alejar lo más posible sus proyectos hostiles con respecto a estas entrañables porciones de nuestro territorio nacional.

El 26 de octubre un centenar de jóvenes levantaron barricadas y lanzaron cócteles Molotov contra las fuerzas de seguridad en Melilla, con el peligro de que la situación en esta ciudad autónoma española en el norte de África se deteriore. La manifestación violenta se inició en el barrio más deprimido de la ciudad, La Cañada de Hidún, con la excusa de protestar porque algunos jóvenes no habían sido seleccionados en los programas de empleo de la delegación del Gobierno. A la espera de comprobar lo que de manipulación interesada puede haber en estos incidentes, lo cierto es que es importante no perder de vista signos inquietantes que se hicieron bien visibles el pasado mes de agosto en la ciudad. Con posterioridad, y especialmente en el mes actual, se han producido diversos incidentes en la frontera, con un creciente número tanto de intentos fallidos como de entradas ilegales. El 30 de septiembre siete cameruneses saltaron impunemente la valla, ante la actitud impasible de los policías marroquíes.

Éste y otros incidentes –como el protagonizado por una patrullera marroquí con un buque de pasajeros de Acciona Transmediterránea el 6 de octubre–, unidos a las provocaciones del pasado verano de supuestas ONGs que en realidad están teledirigidas desde Rabat, así como los enfrentamientos producidos ahora, centran el interés en el modelo de convivencia de la ciudad autónoma. Algunos buenos analistasdefienden el modelo puesto en marcha en Melilla: se regularizó en su día de manera más o menos ordenada a bereberes residentes en la ciudad; en la educación comenzó la utilización del tamazight, lengua bereber materna de muchos niños, a quienes también se enseñó español;  e incluso se adaptaron algunas festividades musulmanas como el Aid o el propio Ramadán, de manera que para el alto porcentaje de musulmanes que residen en Melilla, los incidentes son, pese a todo, minoritarios. Para otros, sin embargo, esta política implica una paulatina y continua cesión que hará que cuando los problemas surjan sean más difíciles de controlar, al haber ido demasiado lejos en las deferencias a los musulmanes llegados a la ciudad.

En Melilla la población bereber de religión musulmana supone ya más del 40% de todos los habitantes de la ciudad; en otras ciudades europeas donde se han manifestado problemas de convivencia los porcentajes de población musulmana no se acercan ni de lejos a tal cifra. 24% en Ámsterdam, 20% en Marsella o 17% en Bruselas. Sea una solución satisfactoria que garantice el orden futuro, o se trate de paz inestable para hoy y problemas para mañana, en cualquier caso en la ciudad se ha logrado un inestable modelo de convivencia que puede zozobrar en relación con dos actores. Puede hacerlo tanto en relación con Marruecos como con los yihadistas salafistas: recordemos que Al Qaeda en las Tierras del Magreb Islámico (AQMI) llamaba antes del verano a alterar la vida cotidiana en Ceuta y Melilla para provocar escenas de represión que pudieran mostrar al mundo la "humillación" de los musulmanes. A unos y a otros es bueno dar una lección de buen funcionamiento ciudadano para alejar lo más posible sus proyectos hostiles con respecto a estas entrañables porciones de nuestro territorio nacional. Cuál sea la solución en términos de política de inmigración, si la puesta en marcha hace ya unos años con apreciable éxito, o justo la contraria, es una cuestión polémica.

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