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Nuevo curso, nueva Directiva

En los próximos años las Fuerzas Armadas han de llevar a cabo cambios de envergadura tanto en términos de estructura como de tamaño y doctrina.

España comienza el curso político estrenando la Directiva de Defensa Nacional sancionada por el presidente del Gobierno el pasado mes de julio. La Directiva, de corte claramente realista y serio –en contraste con las anteriores–, ha puesto sobre la mesa una serie de aspectos que hasta ahora habían pasado inadvertidos.

El primer cambio sustancial tiene que ver con la ruptura estratégica que se está produciendo, en términos tanto globales como nacionales. La pérdida de peso político de Europa, el retraimiento americano, el peligro de proliferación nuclear o el auge de nuevas potencias muestran un siglo XXI sustancialmente diferente al XX. En términos españoles, la inestabilidad en Oriente Medio y en el norte de África, con la impredecible deriva de la primavera árabe, presenta amenazas y riesgos hasta hace poco impensables. Este escenario obliga a cambiar la aproximación optimista y despreocupada de los últimos años en términos de seguridad, que permitían hablar de la amenaza pintoresca del cambio climático o de las relaciones civilizacionales.

El segundo cambio tiene que ver con la seguridad española y común. El tradicional entramado de seguridad colectiva, heredero de la Guerra Fría, presenta grietas importantes que ni los más optimistas pueden disimular. El terremoto económico en la Zona Euro afecta a las relaciones entre países y resquebraja la confianza en la UE, que ya ha mostrado su incapacidad para construir una política exterior común. En cuanto a la OTAN, verdadero músculo defensivo occidental, sale tambaleándose de Libia y Afganistán. Por lo que hace a la ONU, la crisis siria la ha colocado en una situación de tremendo descrédito.

Todo esto obliga a España a repensar sus instrumentos de seguridad y defensa, en términos más propios que nunca. La renacionalización de la defensa es un hecho en los países de nuestro entorno, y España debe adaptarse a las graves amenazas y riesgos presentes en las proximidades de sus fronteras. Se acabó la posibilidad de ser irresponsables y buenistas.

La alerta ante los cambios registrados a nuestro alrededor y los problemas que afectan a la seguridad colectiva son las grandes aportaciones de la Directiva. Aportaciones que han causado la divertida e histérica reacción del socialista López Garrido, anclado en un discurso buenista y multilateralista que pertenece cada vez más al pasado y que resulta anquilosador. El PSOE sigue en el discurso ideológico que terminó plasmado en la desgraciada Estrategia de Seguridad de Solana, que a los pocos meses de ser formulada ya mostraba su inutilidad práctica.

El siguiente paso en el nuevo ciclo será la Directiva de Política de Defensa, que previsiblemente concretará las consecuencias que este enorme cambio estratégico tendrá para las Fuerzas Armadas. La importante reorganización que éstas habrán de experimentar es también producto de la situación económica, que en los próximos años implicará restricciones en Defensa en todos los países occidentales. Así las cosas, en los próximos años las Fuerzas Armadas han de llevar a cabo cambios de envergadura tanto en términos de estructura como de tamaño y doctrina.

De ahí que los ojos estén puestos en el Jemad y en los nuevos jefes de los ejércitos, que deben ser capaces de romper con la tradicional inercia, sacar a las Fuerzas Armadas de su lánguida decadencia y convertirlas en herramientas solventes y apropiadas para el nuevo escenario, según reclama la nueva Directiva.

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