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Palos de ciego

Desde que Solana tratara de definir una estrategia europea adaptada al contexto internacional y a los nuevos escenarios estratégicos, allá por el 2003, ha fracasado en su intento de que la Unión alcanzara un reconocimiento internacional.

Son más que evidentes los distintos puntos de vista que los países de la vieja Europa e Israel mantienen sobre numerosas cuestiones políticas, algo por otro lado totalmente legítimo. Pero también se consideran aliados en la lucha contra el terrorismo, comparten los valores democráticos y cooperan en los esfuerzos para resolver el conflicto palestino. De ahí que llame la atención –aunque ya no nos sorprenda– el enfoque, cada vez más alejado de la realidad, que Javier Solana tiene de las actuales crisis.

En su reciente gira por varios países de Oriente Medio con el objetivo de impulsar el proceso de paz en la región, ofreció una entrevista al periódico Jerusalem Post que no tiene desperdicio. Aseguró que la esencia de Hamás es liberar al pueblo palestino, no destruir Israel; insistió en que es posible que Hamás cambie y reconozca el derecho a existir de Israel porque la historia ha demostrado que la gente y las naciones se adaptan a la realidad; dijo que la amenaza de Ahmadinejad de borrar del mapa a Israel fue un comentario desacertado; y destacó que el hecho de que Hamás sea un partido religioso no es un impedimento para ser optimista, ya que los imperativos religiosos no llevan a querer destruir un país. ¿Pero no es precisamente lo que está haciendo Hamás? Solana tiene todo el derecho a expresar su opinión pero que hable como representante de la diplomacia europea de la convicción de una evolución de la mentalidad extremista de Hamás lo sitúa en un punto totalmente alejado de la realidad, incluso para los más optimistas.

Desde que Solana tratara de definir una estrategia europea adaptada al contexto internacional y a los nuevos escenarios estratégicos, allá por el 2003, ha fracasado en su intento de que la Unión alcanzara un reconocimiento internacional. Se lo ha dicho recientemente Ahmadinejad a su homólogo ruso: el principal problema para continuar con las negociaciones entre Irán y Europa sobre la cuestión nuclear es la falta de autoridad del lado europeo.

Quizá por ello el Parlamento Europeo ha propuesto recortar a la mitad el presupuesto para 2007 a cargo Javier Solana y destinado a la Política Exterior y de Seguridad Común. Con ese dinero se financian misiones bajo bandera comunitaria como la misión policial en Bosnia o el control del paso fronterizo de Rafah. Los parlamentarios han pedido también que se suprima la partida destinada a los representantes especiales que dirige Solana. Acusan al diplomático español de no mantener suficientemente informada a la Eurocámara de sus nombramientos y sus funciones.

Quedarse a las puertas de ser el primer ministro de Exteriores de la Unión tras el fracaso del Tratado Constitucional ha debido pasar factura a Solana: se humilla ante los musulmanes pidiendo perdón por las caricaturas danesas, no entiende la alarma ante el peligro iraní, cree en Hamás y en Hezbolá y alaba el trabajo de la UNIFIL en el Líbano. ¿Qué más se puede esperar?

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