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¿Punto de inflexión?

La gran esperanza de Clinton, lo que alimenta su obstinación ante la adversidad, es que la burbuja de Obama reviente. Es una apuesta a que la artificialidad del entusiasmo por el senador de Illinois no puede resistir indefinidamente el paso del tiempo.

Prometía ser una semana anodina, de transición hacia otras semanas igualmente anodinas, mientras el ambiente se iba caldeando con vistas al 22 de abril, primarias en Pensilvania, pero la mano oculta que tan sabiamente ha organizado estas elecciones no ha querido ahorrarnos la consabida dosis de intriga y emoción.

No desde luego por el caucus de Wyoming el sábado 8 ni por las primarias de Mississippi el martes 11. Ya se sabe que Obama gana los caucus y que el estado sureño tiene la mayor proporción de afroamericanos de todo el país, lo que también le aseguraba la victoria. De nuevo un modesto incremento en su ventaja respecto a Clinton en delegados comprometidos. Nada que no se esperase ni que pudiera dar un vuelco a la carrera en su estado actual.

El caucus del sábado de la semana anterior añade leña a uno de los términos de la cada vez más agria polémica sobre qué significa victoria con vistas a la convención demócrata de Denver a fines de Agosto. A la hora de contar estados que cada uno aporta en su tanteo, los partidarios de Hillary no quieren aceptar que los caucus cuenten lo mismo que las verdaderas primarias. Son reuniones que duran hasta altas horas de noche, en víspera de día laboral. Sólo los intensamente motivados acuden y ya se sabe que en grado de militancia los seguidores de Obama le dan varias vueltas a los de la ex-primera dama. Pero el número de asistentes es muy inferior al de los votantes en una verdadera primaria. El mejor ejemplo lo proporcionó la muy importante consulta de Texas el martes 4 de marzo. Entre los demócratas del estado se daban las dos modalidades. Los que acudieron a depositar su voto elegían dos tercios de los delegados comprometidos. Los que se presentaron en las asambleas llamadas caucus fueron sólo una quinta parte de los anteriores y sin embargo elegían el tercio restante de los compromisarios a la convención nacional del partido.

Ahora ya no se celebrará ninguna nueva consulta hasta las primarias de Pensilvania el 22 de abril. Si Hillary pincha está perdida. Si gana, sigue renqueando hacia delante, sin posibilidades de igualar a su competidor en compromisarios. Pero tampoco Obama puede llegar con la decisiva mitad más uno. Los superdelegados decidirán la designación de candidato. Toda la batalla es por ganarse su voto. Cada papeleta popular cuenta en la medida en que sirva para ese propósito. Muchos criterios pueden influir en su mente. Quién puede ganarles la presidencia frente a los republicanos es de la máxima importancia. Pero eso requiere mantener la unidad del partido y la encarnizada rivalidad entre los dos aspirantes la pone en solfa cada día. No apoyar al que llegue en cabeza podría significar un descalabro para los demócratas, por eso definir qué significa llegar como ganador es la gran batalla que se libra actualmente. Si Obama llega por delante en todas las contabilidades no habrá dudas, pero si se puede discutir alguna de ellas las espadas permanecerán en alto hasta el último momento.

Mientras tanto, la gran esperanza de la campaña de Clinton, lo que alimenta su obstinación ante la adversidad, es que la burbuja de Obama reviente. Es una apuesta a que la artificialidad del entusiasmo por el senador de Illinois no puede resistir indefinidamente el paso del tiempo. Y por fin esta semana ha sucedido algo que ha puesto en cuestión todas las premisas de su campaña. Se ha desvelado que su padre espiritual durante dos décadas, al pastor Jeremiah Wright, es y ha sido siempre un furibundo denostador de su propio país. En España puede que a un 45% de los votantes eso o algo parecido no les importe o hasta les parezca bien. En Estados Unidos es otra cosa. La próxima semana las consecuencias estarán más claras.

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