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George Will

Escuela de economía de chatarra

Hoover –contra el que los demócratas, esos manantiales de ideas frescas, llevan 78 años haciendo campaña– vuelve a ser invocado como terrible advertencia de la penitencia que acarrea el pecado.

Echando la vista atrás con orgullo, los británicos conmemoran el 70 aniversario de la Batalla del Canal, cuando Churchill dijo de los pilotos que combatieron a la Luftwaffe: "Nunca tantos estuvieron en deuda con tan pocos". Mirando al futuro con inquietud, los estadounidenses piensan: Nunca tantos de los nuestros estuvieron tan endeudados.

En la práctica, debían algo más cuando comenzó la recesión, momento en que la deuda del consumidor era de 2,6 billones de dólares. El doloroso pero imprescindible proceso de reducción de la tasa de endeudamiento está teniendo lugar lentamente: esa deuda apenas se ha reducido a los 2,4 billones de dólares. A esto hay que sumar el dato de que la recesión ha rebajado la riqueza neta de los hogares 10 billones de dólares, y que sólo el 25% de los estadounidenses esperan que su renta crezca el año que viene. De manera que no gastamos, y las empresas, habiendo dado a la economía un empujón temporal el pasado año reponiendo inventario, están preocupadas. De ahí que, en lugar de contratar, acumulen reservas de líquido muy por encima de los 862.000 millones de dólares en medidas de estímulo que se aprobaron el pasado año.

Los demócratas que afirman que es necesario otro estímulo para crear puestos de trabajo –pero que no se atreverán a pronunciar ahora la palabra "estímulo"– están trasladando tres mensajes de inquietud: la batería de medidas de estímulo por valor de 862.000 millones de dólares no funcionó; la opinión pública detesta tanto el término que otro estímulo no se contempla; de ahí que la prosperidad no esté "a la vuelta de la esquina", como dijo presuntamente Herbert Hoover (en realidad no lo dijo). Consumidores y empresas responden a esos mensajes haciendo caso al consejo de Polonio en Hamlet: "Ni prestes ni pidas".

Hoover –contra el que los demócratas, esos manantiales de ideas frescas, llevan 78 años haciendo campaña– vuelve a ser invocado como terrible advertencia de la penitencia que acarrea el pecado. El pecado es interpretado por los progresistas como austeridad en el gasto público, esto es, los niveles de gasto público en vigor, cualquiera que sean, en el momento que sea. El secretario del Tesoro Tim Geithner decía hace poco que los alemanes, que se muestran partidarios del gasto público moderado en lugar de gasto público expansivo, suenan "un poco a Hoover". Bueno.

El gasto federal real per cápita casi se duplicó entre 1929, primer año de Hoover como presidente, y 1932, su último año. David Kennedy, en Freedom from Fear, el volumen de la historia Oxford del pueblo estadounidense que aborda la Depresión, escribe de Hoover:

Prácticamente duplicó el gasto público en infraestructuras en cuestión de tres años. Gracias a su insistencia, el efecto estimulador neto de la política fiscal federal, estatal y local fue más extendido en 1931 que en ninguno de los años posteriores de la década.

Barack Obama tiene planes autoexcluyentes de estimular al sector de la pequeña empresa que crea la mayoría de los puestos de trabajo nuevos. Acaba de aprobar incentivos fiscales a esas empresas pero es contrario a la ampliación de las bajadas tributarias Bush a los contribuyentes de rentas altas, que incluyen a pequeñas empresas que registran el 48% de los beneficios del sector. La postura del resto de los demócratas parece ser que los recortes Bush fueron infames en su redacción, temerarios en su implantación... y deberían ser generosa, y tal vez totalmente, prorrogados.

¿Aumentará esto la confianza de alguien? Tanto como recordar el aniversario de la terminación de otra de las ocurrencias de nuestra administración.

El mercado de coches usados es un importante mecanismo de redistribución de la riqueza entre las rentas bajas: el precio de un coche baja de manera acusada en el momento en que abandona el concesionario, pero gran parte de su valor como medio de transporte se mantiene en cuanto ingresa al mercado de coches usados. Desafortunadamente para los contribuyentes de renta modesta, el precio medio de un utilitario de segunda mano con tres años de antigüedad ha aumentado más de un 10% desde el verano pasado. Esto se debe sobre todo a que el programa Car Allowance Rebate System, alias "Dinero a cambio de su chatarra", que expiró a finales de agosto de 2009, cortó la oferta de coches usados.

El "Dinero a cambio de su chatarra" proporcionaba hasta 4.500 dólares a las personas que cambiaban de vehículo para comprar un nuevo utilitario con mejor consumo, pero promulgaba que el coche usado había de ser desguazado. Jeff Jacoby, en el Boston Globe, informa que un estudio de muestra que sólo 125.000 de los 700.000 utilitarios que se vendieron durante la vigencia del programa se habrían quedado sin comprador incluso si no se hubiera facilitado subsidio alguno. Si esto es así, cada venta extra costó al contribuyente 24.000 dólares.

Hasta por motivos medioambientales el programa fue, argumenta Jacoby, "una calamidad exorbitante": el coste de la reducción de las emisiones de dióxido de carbono atribuible a sacar de circulación los vehículos más viejos, según la investigación de la Universidad de California en Davis, fue de 237 dólares la tonelada (los precios de las licencias de emisión en el mercado internacional se sitúan en torno a los 20 dólares la tonelada) y los coches de consumo más eficiente significan una reducción de las emisiones de dióxido de carbono inferior a lo que emiten los estadounidenses cada hora.

Obama insta desesperadamente al consumidor y a los inversores a tener confianza en su interpretación de la economía. Ellos podrían recordar, sin embargo, su característica certeza de que el "Dinero a cambio de su chatarra" fue "un éxito que supera todo lo imaginable".

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