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DIGRESIONES HISTÓRICAS

La farsa interminable

La memoria es falseada de arriba abajo. La historia se convierte en farsa, empezando por la denominación “republicanos”. Los tales no eran otra cosa que comunistas, anarquistas, socialistas y, sí, también algunos republicanos muy poco demócratas y entregados a los revolucionarios.

Hay en el Círculo de Bellas Artes de Madrid una exposición sobre las Brigadas Internacionales. Como no tengo tiempo de ir a verla, leo en los periódicos que en ella se “rescata la memoria” de dichas Brigadas. Eso, simplemente, no puede ser así. Pocas cosas de la guerra están más “rescatadas”, pues no para de hablarse de ellas desde hace bastantes años. Y menos aún puede hablarse de memoria, si por tal entendemos un esfuerzo honrado por ceñirse a los hechos. Por lo que leo, se trata precisamente de lo contrario: de falsificar la historia y embaucar a quienes se dejen.

Al parecer, la mayoría de nuestros periodistas son incapaces ¡a estas alturas!, de distinguir la más burda perversión del lenguaje totalitario, y no les importa hablar de los “voluntarios de la libertad”. ¡Hombre!, si entendemos por libertad el sistema del Gulag, las checas, etc., entonces, sí. Aquellos voluntarios eran en su mayoría stalinistas, reclutados por los partidos stalinistas de todo el mundo, y en una empresa dirigida por el mayor genocida del siglo XX. Que estos hechos no levanten la menor objeción en casi ningún órgano de prensa indica mucho sobre la calidad de ella, bajísima en cuanto a conocimiento del pasado, en unos casos, y mala fe en otros.

Un aspecto fundamental de las Brigadas fue el terror ejercido en su seno por los dirigentes stalinistas. André Marty, uno de los principales jefes de la empresa, informaba de los delincuentes que, según él, se habían colado en las brigadas: “En vista de ello, no he dudado en ordenar las ejecuciones necesarias. Esas ejecuciones, en cuanto han sido dispuestas por mí, no pasan de quinientas”. La cifra es elevadísima, pero parecía baja a Marty, y seguramente aumentó mucho, pues, contra lo que él pretendía, la mayoría de las víctimas no eran delincuentes, sino acusados de desviación política. Federica Montseny observó escuetamente cómo los anarquistas extranjeros que cometieron el error de ingresar en aquellas brigadas, lo pagaron con la vida. Sandros Voros, un voluntario procedente de Usa y comunista convencido, escribía, en 1938: “Los líderes del Kremlin, aunque nos proporcionan material, confían sobre todo en el terror. Oficiales y soldados son implacablemente ejecutados siguiendo sus órdenes. El número de víctimas es particularmente elevado entre los polacos, eslavos, alemanes y húngaros”. Y así podríamos seguir largamente.

Estas cosas, máxime después de estudios como los de César Vidal o Ricardo de la Cierva, entre otros, debieran ser ampliamente conocidas, en particular de nuestros periodistas, pero no lo son. Su ignorancia es tan completa como su disposición a tragar ruedas de molino. Quienes en cambio sí conocen el asunto, pero mienten deliberadamente al respecto, son sus organizadores, empezando por un tal Michel Lefebvre. Éste ha dicho alegremente: “La memoria de la guerra civil no está en Salamanca, está en Moscú”. La frase es una perfecta sandez, pero tiene algo de reconocimiento inconsciente. Pues al haber sido Stalin prácticamente el amo del Frente Popular, es lógico que en Moscú se encuentren muchas claves, no de la guerra en general, pero sí de la parte relativa a las izquierdas.

Algo de eso vamos conociendo. Por ejemplo, el informe de Kléber o el de Sverchefski sobre las Brigadas, documentos no destinados a la propaganda, como lo está la exposición del Bellas Artes. Esos documentos, publicados en España traicionada, revelan la conducta y actitudes de los “voluntarios de la libertad” hacia sus compañeros hispanos. A ellos me he referido en otra ocasión, pero merece la pena insistir, porque no hay que cansarse de replicar a la falsificación sistemática de nuestra historia a la que se dedican tenazmente gentes y medios poderosos:

“Todas nuestras flaquezas y fallos se excusaban aludiendo a la presencia española en nuestras brigadas. Los españoles son cobardes, y así sucesivamente” “La XII Brigada, en el Jarama, mostró profunda indignación por la impertinencia del mando español, que osó insinuar con mucha cautela la conveniencia de que la brigada compartiese su abundancia de medios con los vecinos españoles, faltos de ellos” “La unidad sanitaria de Albacete atendía muy bien a los heridos internacionalistas, y sugería cínicamente que de los españoles se ocupara la división. Con magníficos hospitales en Albacete, Murcia, Alicante, Benicassim, equipados espléndidamente en personal y material, el responsable se negó tercamente y por largo tiempo a atender a soldados españoles”. En las brigadas internacionales ingresaron pronto gran número de indígenas, hasta el 60 por ciento y más de las plantillas, pero los extranjeros “tienen completo, absoluto poder. Todos los puestos clave y las posiciones políticas están ocupados firmemente por ellos”. Los oficiales rara vez se molestaban en aprender dos palabras de español, descansando en traductores y mermando la operatividad. Los españoles eran tratados con la exigencia de un “patrón insatisfecho”, y a la menor trasgresión les caía encima “la espada inexorable de la justicia”, siendo sometidos a “persecuciones sádico-fariseas, crueles, frías, desalmadas”. Etc., etc. ¿Acaso los organizadores de la exposición desconocen todo esto? Es imposible. Pero lo pasan por alto como si fueran minucias. El servilismo de los responsables del Círculo de Bellas Artes resulta en verdad indecente.

A Lefebvre no le falta arrogancia. Ha declarado que “en la batalla de la memoria, los republicanos, por fin, han ganado la guerra”. Ahí está, nuevamente, el reconocimiento de la manipulación. ¿Cómo pueden haber ganado en la memoria lo que perdieron en la realidad? Sólo pueden hacerlo si la memoria es falseada de arriba abajo, como efectivamente ocurre. Así la historia se convierte en farsa, empezando por la denominación “republicanos”. Los tales no eran otra cosa que comunistas, anarquistas, socialistas y, sí, también algunos republicanos muy poco demócratas y entregados a los revolucionarios. Según Paul Johnson, nuestra guerra civil es el acontecimiento de los años 30 sobre el que más se ha mentido. Probablemente tiene toda la razón. Y se sigue mintiendo, lo comprobamos a cada paso.

Si el ambiente intelectual y moral en el país fuera más sano, una desvergüenza como esta exposición, u otras por el estilo, levantaría innumerables protestas y aclaraciones, pero se ve que sólo estamos en los comienzos de una reacción muy necesaria.

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