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Jeff Jacoby

Inmigrante, soldado, ciudadano

Que Estados Unidos no puede absorber a todo extranjero que quiera vivir aquí es de Perogrullo. Pero los forasteros dispuestos a poner en peligro sus vidas en defensa de este país son el tipo de inmigrante al que deberíamos recibir con los brazos abiertos.

Una de las mayores oportunidades perdidas por la presidencia de George W. Bush fue no aprovechar el momento inmediatamente posterior al 11 de septiembre para reconstruir el ejército norteamericano. En un momento de solidaridad y firmeza nacionales, el presidente tendría que haber pedido la expansión de las Fuerzas Armadas, que tan drásticamente se habían visto reducidas a lo largo de las vacaciones de la historia que acompañaron el final de la Guerra Fría. No lo hizo, y el resultado es la actual crisis en nuestra capacidad militar.

Este problema no comenzó con Bush. Durante los años de Clinton, la cifra de personal militar se redujo en medio millón (por su parte, el tamaño de las fuerzas de infantería disminuyó en más de 200.000 efectivos, un recorte del 30%, mientras los marines sufrieron una disminución de 22.000 hombres). Antes incluso del 11 de Septiembre, las fuerzas americanas estaban bajo una gran presión debido a esa reducción. Hoy, con guerras en curso en Irak y Afganistán, el ejército está siendo estirado hasta casi su límite, encontrándose en una imperiosa necesidad de más efectivos y teniendo que recurrir medidas desesperadas para atraer más reclutas.

El ejército se ha visto obligado a rebajar los criterios de selección de los nuevos reclutas, aceptando personas que carecen de formación elemental o que obtienen mala puntuación en las pruebas de aptitud militar. Una cifra creciente de soldados nuevos sufre problemas médicos; otros necesitan "exenciones legales" por antecedentes delictivos o consumo de drogas.

La edad de alistamiento ha sido elevada a los 42 años y las compensaciones por alistarse y permanecer en activo son más generosas. Recientemente el Boston Globe informó de un nuevo plan según el cual a cambio de cuatro años de servicio se entregarían 40.000 dólares para una vivienda o para abrir un negocio.

Reintroducir el servicio militar obligatorio sería una manera de llenar el vacío, pero la opinión pública se opone firmemente al retorno de la conscripción. También el Congreso: en 2004, la Cámara de Representantes votaba por 402 votos a 2 en contra del proyecto de ley para reinstaurar el servicio militar obligatorio. Pero incluso a despecho de criterios más relajados, primas más generosas y un reclutamiento más agresivo, es difícil imaginar que algo que no sea un nuevo ataque como el del 11 de Septiembre vaya a convencer a las decenas de miles de jóvenes americanos que el ejército necesita para que se alisten voluntariamente en las fuerzas armadas.

Así que, ¿por qué no abrir el ejército a los extranjeros? El servicio militar norteamericano nunca ha estado restringido a los ciudadanos americanos. Más de 40.000 foráneos prestan actualmente servicio en las fuerzas armadas, casi todos ellos residentes legales y permanentes ("portadores de la tarjeta verde"). La legislación federal facilita un proceso de naturalización acelerado para miembros del ejército, y así más de 26.000 soldados-inmigrantes se han convertido en ciudadanos desde 2001. De hecho, el Servicio de Inmigración de los Estados Unidos ha estado celebrando ceremonias de naturalización en destacamentos militares de todo el mundo, incluyendo la base Anaconda en Afganistán, el campo Victory en Irak, a bordo del portaviones USS Kitty Hawk en el Mar de Japón y a lo largo de la frontera desmilitarizada de Corea del Sur.

Pero la capacidad para obtener la ciudadanía americana a través del servicio militar no tendría que limitarse a los inmigrantes legales. Entre los millones de inmigrantes ilegales residentes en Estados Unidos se estima que hay 750.000 jóvenes, hombres y mujeres, en edad militar. Muchos de ellos aprovecharían la oportunidad de convertirse en ciudadanos americanos a cambio de servir en las fuerzas armadas. Expandir la reserva para incluirlos facilitaría al ejército la reconstrucción de sus filas sin tener que rebajar su nivel. ¿Y qué mejor manera para los inmigrantes ilegales de "salir de las sombras" y asimilarse por completo en la vida americana que llevar el uniforme de su país de adopción en tiempo de guerra?

Algunos expertos defienden de forma convincente ir incluso más allá. Max Boot, académico del Council on Foreign Relations, y Michael O'Hanlon, miembro distinguido de la Brookings Institution, recomiendan abrir el servicio militar no solamente a los inmigrantes que ya están aquí, sino a los futuros inmigrantes de todas partes. En 2006, decían en el Washington Post que al ofrecer la ciudadanía americana a extranjeros altamente calificados a cambio de cuatro años en el ejército, "podríamos seguir atrayendo a algunos de los individuos más emprendedores, desinteresados y talentosos del mundo". Estos reclutas internacionales "también compensarían una de las principales deficiencias de América en la batalla contra los extremistas islámicos: nuestra falta de conocimiento de los idiomas y costumbres de los territorios donde residen los terroristas".

Que Estados Unidos no puede absorber a todo extranjero que quiera vivir aquí es de Perogrullo. Pero ciertamente los forasteros dispuestos a poner en peligro sus vidas en defensa de este país son exactamente el tipo de inmigrante patriótico al que deberíamos recibir con los brazos abiertos.

Durante más de dos siglos, los forasteros han tomado las armas en defensa de Estados Unidos. Algunos, como el francés Marqués de Lafayette o el ingeniero polaco Thaddeus Kosciusko, se convirtieron en héroes de la Revolución Americana. Otros son recordados solamente por los historiadores. Boot observa que, durante la Guerra Civil, uno de cada cinco soldados de la Unión era inmigrante. Incluso hubo algunas unidades, tales como la 15 de Infantería de Voluntarios de Wisconsin, conocida como el Regimiento Escandinavo, o la División alemana, comandada por el general Louis Blenker, "donde apenas se hablaba inglés".

En este país y en todo el mundo hay hombres y mujeres que aprovecharían la oportunidad de servir en nuestras fuerzas armadas a cambio de la ciudadanía americana. Un trato que deberíamos aceptar.

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