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Joan Valls

Tras el 11-M, metanoia

Es bastante más fácil cambiar la forma del Estado que la esencia misma de las almas de todos sus ciudadanos. Es más alegre y cómodo culpar de todo a vuestros esclavos-dueños que tomar cada uno su parte de culpa e intentar destruirla.

La sentencia del Supremo ha dejado el 11-M sin autor intelectual, aunque desde el despreciable PP de Mariano Rajoy se ha considerado, por boca de su portavoz en el Senado, que la Justicia "ha hecho lo que había que hacer, de manera que, hoy por hoy, no hay nada más que investigar".

En 1946, Giovanni Papini publicaba sus célebres Cartas del Papa Celestino VI a los hombres. De las cenizas de Europa surgían diecisiete misivas de un Papa que nunca existió. Quizá cuando todo ya ha ardido y nos asemejamos a esos árboles rodeados de cenizas, llega, al fin, el momento de mirar en nuestro interior.

Me he permitido transcribir los últimos párrafos de la carta A los súbditos y ciudadanos, imagino que dirigida especialmente al Mariano que todos llevamos dentro. Si el 11-M trajo sangre y fuego, va a depender de cada español que el desierto moral se convierta en un semillero de sonrisas. Por las víctimas, que nos muestran siempre el camino, y por nosotros:

Para aproximarse a la libertad, a la felicidad, no basta cambiar los sistemas; hay que cambiar los ánimos y los corazones de los hombres, de todos los hombres, de los gobernantes y de los gobernados, de los poderosos y de los súbditos, de los que mandan y de los que han de obedecer. El peor sistema feudal, aplicado por hombres rectos y sabios, podría ser un paraíso; la República de Platón, en manos de beocios y sinvergüenzas, se transformaría en repugnante infierno. La Historia nos demuestra el fracaso final de todas las revoluciones, porque todo Estado nuevo ha continuado, como los antiguos, quitando vidas, bienes y libertades. No queda sino un experimento por intentar: la revolución espiritual del Evangelio, la metanoia, el radical cambio interior (…).

Esperáis demasiado de la política y no lo bastante de la religión. Os dejáis llevar perezosamente por la ley del mínimo esfuerzo: es bastante más fácil cambiar la forma del Estado que la esencia misma de las almas de todos sus ciudadanos. Es más alegre y cómodo culpar de todo a vuestros esclavos-dueños que tomar cada uno su parte de culpa e intentar destruirla (…).

No tendréis derecho a rebelaros hasta tanto no os hayáis rebelado contra el error que oscurece vuestras mentes, contra el pecado que tuerce y mengua la libertad de vuestros deseos. Con excesiva frecuencia, vuestra intolerancia nace del orgullo y de la envidia; vuestra sed de justicia esconde a menudo un tenebroso afán de venganza; vuestra rebelión, en ocasiones, es el espasmo convulsivo de un morbo que está dentro de vosotros, y no fuera.

Tampoco para vosotros hay más esperanza de salvación que el Evangelio. O sabéis haceros cristianos, espoleados por el triunfante afán de la caridad, o seguiréis durante siglos y siglos, yendo de unas cadenas a otras, de matanza en matanza, hasta el día de la carnicería universal y voluntaria.

Memoria, Dignidad, Justicia y Libertad.

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