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José Antonio Martínez-Abarca

O nuclear o miseria

Se le está dando el mismo tratamiento global a lo de la central de Fukushima que a aquella epidemia de "gripe A" por la que íbamos a morir todos. Va a ser complicado que en Europa, no digamos en España, vuelva el estricto realismo.

Yo siempre traté de aprender de los mayores. Es decir, antes de Schopenhauer, que fue adulto toda su vida, que de la adolescencia perenne de Zapatero. Aquel viejo de nacimiento mantenía, me creo que pensando expresamente en lo que iba a pasar dos siglos más tarde con el terremoto jurásico, posterior maremoto cretácico y noticiada fuga radioactiva de Japón (como diría Groucho Marx, en Japón sólo ha faltado que encima llueva), que los humanos, para llevar una existencia razonable, no debíamos tener presentes en el día a día las desgracias que seguro van a ocurrir, como nuestro próximo fallecimiento. Y que no debíamos angustiarnos por desgracias teóricamente posibles pero que probablemente no ocurrirán. Como que a nosotros nos pase igual que ahora a Japón.

No podemos estar pensando que nos vamos a levantar la mañana en que un "agujero negro" engullirá a la Tierra y que por causa de esto habrá algún fallo de seguridad en alguna central nuclear. Desgracias imprevisibles que lo más seguro es que no pasen. La seguridad completa no existe, y debemos aprender a poner orden en nuestros asuntos de la forma más inteligente posible. La energía nuclear es una de las formas de poner en orden los asuntos más inteligentes que se han inventado. Por eso mismo tal vez no tenga gran porvenir, en el estado de histeria pública y privada en que vive Occidente. Una gran lección de vida, aquella de Schopenhauer, que nadie en la decadente Europa actual ha comprendido (en cambio, las célebres clases magistrales de Zapatero se entienden mucho mejor). Corren ahora los dirigentes europeos, al frente de la opinión pública, a cerrar la única fuente energética que asegura la supervivencia de sus países, no vaya a ser que la constelación de Andrómeda se precipite un día contra Bruselas y la central nuclear más próxima cause un disgusto. Y mientras estamos entretenidos con estos temores, otras cosas nos matan.

Los monstruos, nucleares o no, no es que no existan. Es que existen poco. Y no pueden mediatizarnos la vida. El mediático miedo occidental a la palabra "isótopo", que no nos deja vivir estos días, hace que no tengamos presente el terror seguro que deberíamos sentir hacia la palabra "miseria". Porque, cuando no haya petróleo, o nuclear o miseria. Así estarán las cosas mientras alguien no idee la forma de mover el mundo a pedales. Cambiamos con alivio una muerte improbable por una muerte de asco cierta. Justo lo que nos aconsejaba Schopenhauer.

Con el crudo acaparado por países golfos o países barbudos, con el gas suministrado a España por países barbudos o países golfos, con la fotovoltaica aromando a gasoil de noche, con los molinillos dedicándose a despedazar pájaros como misión principal, la única alternativa al colapso occidental venidero era la energía nuclear, a la que los dirigentes y los medios, siempre tan entusiastas cuando se trata de debilitarnos, ya han cavado la tumba. Ahora habrá, me temo, poco que hacer ya. Se le está dando el mismo tratamiento global a lo de la central de Fukushima que a aquella epidemia de "gripe A" por la que íbamos a morir todos. Va a ser complicado que en Europa, no digamos en España, vuelva el estricto realismo. Lo de Japón hará que triunfen mentes como la de Zapatero y no como la de Schopenhauer. Una apuesta segura. Directos hacia la miseria.

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