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José García Domínguez

Más de tres millones de… funcionarios

Gentes que jamás han experimentado en carne propia el menor riesgo profesional, laboral o empresarial elaborando desde la alta atalaya de la inopia las normas por las que se han de regir los que se exponen a él cada día de su existencia.

En medio de esa catarata de desastres estadísticos que no cesa de fluir en las últimas semanas, uno destaca con luz propia sobre todos los demás. Y es que, según la última Encuesta de Población Activa, España ya dispone de igual número de funcionarios y trabajadores en paro: algo más de tres millones de personas en ambos casos. Es decir, a estas aciagas horas, los españoles gozamos de los, por lo general, ignotos servicios de un empleado público por cada quince habitantes. Casi todos, el ochenta por ciento de ellos en concreto, en nómina de las bulímicas administraciones autonómicas y locales.

Un lujo asiático a nuestro alcance, por lo visto. Pues la descomunal broma nos viene saliendo por ciento diez mil millones de euros al año. Casi nada. Compárese tamaña orgía burocrática, clientelar y financiera con, por ejemplo, el prestigioso civil servant, el muy selecto funcionariado vitalicio británico al que sólo una pequeña elite accede tras superar una larga y dificilísima carrera de obstáculos dentro de la Administración central (los empleados de los ayuntamientos y demás entes locales no poseen privilegio alguno con respecto al resto de los trabajadores del sector privado).

Repárese a continuación en otra chocante excentricidad específicamente celtíbera: el setenta y dos por ciento de los diputados del Congreso, es decir casi tres de cada cuatro señorías, son a su vez probos funcionarios del Estado. ¡Tres de cada cuatro! Una aberración corporativa opuesta a la genuina naturaleza de la democracia liberal que, simplemente, no se repite en ningún otro lugar del orbe civilizado. En ninguno.

¡Tres de cada cuatro! Gentes que jamás han experimentado en carne propia el menor riesgo profesional, laboral o empresarial elaborando desde la alta atalaya de la inopia las normas por las que se han de regir los que se exponen a él cada día de su existencia. Seres que lo único que saben sobre el libre mercado lo memorizaron en su día con tal de superar el plúmbeo temario de una oposición, impartiéndonos doctrina a los demás sobre cómo ejecutar el triple mortal sin red cada mañana. El mundo al revés. España.

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