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Juan Carlos Girauta

¡Azúcar!

De tanto lacrimal suelto, de tanta falta de sentido crítico, y del consumo indiscriminado de pastelería histórica industrial viene la superioridad progre en lo tocante a comunicación.

Alarmante subida de azúcar la que hemos sufrido con motivo del 15-J. Llama la atención que tanta tarta de cumpleaños y tanto bizcocho borracho (fatal para la memoria) y tanto almíbar consensual nos lo prepararan y sirvieran los políticos la víspera. Dicen que los viernes no se trabaja. Si los del banco azul trabajaran menos aún, el país se lo agradecería.

Uno de los efectos de la Transición fue la conversión de España en un país perdidamente sentimental. Sin esa lagrimilla fácil, sin esa respuesta pavloviana a impresiones prefabricadas y emociones espurias, no habría sido posible que Ana Belén cantara su hagiografía a la Pasionaria sin que la corrieran a tomatazos. Ni las audiencias asentirían hoy, aleladas, a versiones de nuestra historia reciente que recogen lo virtuoso y ocultan lo vicioso, que fue masivo. Insinúelo y le llamarán aguafiestas.

Josep Pla denunció en los años treinta la fatal deriva sentimental de los catalanes. Este sólido precedente podría llevarnos a concluir que el fenómeno descrito es un contagio, el virus del nordeste arrasando la península. Puestos a especular, quizá quepa interpretarlo como una primera materialización de la catalanización de España, el viejo y ansiado proyecto de los padres del catalanismo. (Y también del nieto.)

Sea lo que fuere, desalienta el infantilismo de un país que se emociona lo mismo con Isabel Gemio que con los padres de la Constitución, con Jarcha que con Operación Triunfo, con la paz zapatera que con Suárez. Pulsiones que quedan registradas, sospecho, en la misma zona de la "memoria sentimental". Un tierno batiburrillo.

De tanto lacrimal suelto, de tanta falta de sentido crítico, y del consumo indiscriminado de pastelería histórica industrial viene la superioridad progre en lo tocante a comunicación. Las ambigüedades, los matices, las escalas de grises –y no digamos las contradicciones y las paradojas– repelen al ciudadano posmoderno, acomodado en su flujo de inconsciencia. La paradoja mayor es que los pueblos entregados al más plano maniqueísmo histórico y político sean los primeros en absorber el relativismo.

En España

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