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Juan Carlos Girauta

Ciudadano qué

Los socialistas, a pesar de la juiciosa Díez y del volátil Ibarra, están que no paran. Y Prisa les va diciendo que por ahí van bien, que adelante, que ya llevan más de ocho puntos de ventaja al PP

Revolucionando la física, los socialistas han demostrado que existe algo que puede moverse a velocidad mayor que la luz: su idea de España. A poco más de un año de la Declaración de Santillana, pero a años luz de distancia de su espíritu, los socialistas catalanes yacen y pacen sin réplica en los prados del maragallismo, la aventurada fantasía de un personaje que evitó la jubilación anticipada gracias al cálculo político de los separatistas; entretanto, el socialismo vasco se ha perdido por las galerías de Piranesi, que son una cárcel, un laberinto y una pesadilla, tras décadas de hartazgo y de miedo comprensible; y la matriz PSOE, con tal de borrar del mapa a la derecha, volar su partido, acorralar a sus votantes y acallar a sus intelectuales, sigue apostándolo todo a la carta del zarco zaborrero que zanganea y hace la zanguanga mientras, en zapatiesta, zapan los suyos bajo los zapatos del adversario.
 
Maragall está tan contento de ser Maragall que suele formular muy claramente su confusión. Como Tamara, no cambia: o tragamos con el despiece nacional o estaremos en el "punto cero", hallazgo que se mueve entre la nada y la amenaza. Si Maragall no fuera Maragall, a lo mejor tomábamos lo del punto cero como la aséptica alusión a una sucesión frustrada que ha de volver al principio. Volver a negociar, volver a empezar. Pero qué va. Si Maragall está tan contento de ser Maragall es porque no es otro que Maragall, y su punto cero contiene una carga de calculada indefinición. Cuatro, tres dos, uno, ¡cero! ¿Un proyectil? ¿Un cohete espacial? ¿Un cero patatero? ¿Un agujero negro, un sumidero por el que va a desaparecer todo? Si el hombre tuviera una pizca de eso que los psicólogos llaman inteligencia emocional, se dejaría de agujeros negros y de dramas, no posaría junto a banderas inconstitucionales y comprendería lo antipático que está resultando a media Cataluña y a casi toda España, incluyendo a sus compañeros de partido.
 
Por su parte, los socialistas vascos inician su reconversión desde el desaliento y desde la claudicación, lo que no es muy prometedor ni anima mucho a sumarse a la triste fiesta. Tienen voces, sin embargo, que para sí las quisiera el aturdido votante del PSC. Está Rosa Díez, que denuncia el descubrimiento de la "comunidad nacional" y la apelación al "sentimiento identitario" como ajenos a la doctrina socialista y a la izquierda y, lo que es más grave, como términos habituales "en los regímenes totalitarios".
 
Los socialistas, a pesar de la juiciosa Díez y del volátil Ibarra, están que no paran. Y Prisa les va diciendo que por ahí van bien, que adelante, que ya llevan más de ocho puntos de ventaja al PP. Tendremos que analizar los ciudadanos las consecuencias de todo esto. Porque la entidad que se viene disolviendo contiene precisamente las garantías de nuestros derechos y libertades, y los entes que se vienen engordando, adoptando el grave nombre de naciones, mirando con anhelo la soberanía, están, en el mejor de los casos, por contarnos qué tipo de ciudadanos piensan albergar. Pero a qué disimular, si ya lo sabemos: ninguno.

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