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Juan Carlos Girauta

El circo

Injustamente se acusa a los zapatas de desdecirse, reenfocar, recular, bailar la yenka y revolotear sobre las cifras

No es que el gobierno que nos ha caído encima no se explique; es que no estamos preparados para entenderlo. Repárese en la propiedad con que habla la ministra egabrense, que viene muy crecidita y que estará a punto de ocuparse de Ussía, tal como prometió al cartel de los multimillonarios del cine estabulado. Por ejemplo.
 
Tampoco hay, aunque lo parezca, una falta de criterio oficial acerca de todos y cada uno de los grandes temas públicos. Injustamente se acusa a los zapatas de desdecirse, reenfocar, recular, bailar la yenka y revolotear sobre las cifras. Pero, sin ir más lejos, ¿cómo iba a subirse a ese carrusel de los números blandos todo un ex comisario europeo con barba profesoral y voz sobrada? El problema está en nuestro caduco bagaje mental, tan logocéntrico, que nos hace inaptos para la lógica difusa, los conjuntos borrosos y la contabilidad nacional creativa. Lo mismo que cuando nos alarmamos por el hostigamiento a la Iglesia Católica: no advertimos que había unos derechos conculcados durante milenios y en los que no habían reparado ni Mill ni Tocqueville, ni Hayek ni Popper ni nadie. Sólo unos señores holandeses.
 
El asunto de las soluciones habitacionales presenta rasgos específicos y fundamentales que revolucionan la teoría del conocimiento. Una batería de pensadores trabaja sobre el escurridizo concepto de la Trujillo, que puede significar cualquier cosa, incluso nada. Las consecuencias para la semiótica y para la epistemología son apasionantes. Porque la de la vivienda no quiere construir sino desconstruir, acogiéndose a la doctrina del malogrado Derrida que, covenientemente pasada por el Bulli de Adrià, trajo a la política española Pasqual Maragall bajo el irresistible influjo de Xavier Rubert.
 
Qué decir de las cárceles, de cuyo cometido reinsertante (volver a colarla) habíamos dudado sólo porque unos muslimes se entrenaban en ellas militarmente, se imponían a los otros reclusos y negociaban joint ventures con la ETA. Gallizo lo niega -¡cómo lo niega Gallizo!- pero el trabajo de Garzón pone al descubierto los méritos que ella, modestamente, rechazaba.
 
Y así pasa con todo: la justicia será por fin salvada de Locke y Montesquieu, esos fundamentalistas. El ejército, tras siglos de confusión que lo ligaban con el uso de la fuerza, encuentra por fin su vocación humanitaria: soldados sin fronteras. Y nosotros dale que te pego, negando las ventajas de Kioto (¡antropocéntricos!) dudando de las cuotas (¡falocéntricos!) y temiendo a los zapatas (¡excéntricos!)
 
Recelosos, aún no tenemos claro si guardan a Marta Harnecker en el cajón de la pistola o a Vattimo en el de los artículos de broma. España, amarga carcajada.

En España

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