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Luis Herrero

El dilema

Ferraz huele a PASOC y muerte. Y sin embargo el moribundo tendrá el don de dar la vida: el próximo presidente será quien decida el Comité Federal.

Ya conocemos casi todos los pronósticos que pueden publicarse legalmente antes del parto de las urnas del día 26, a falta de los que aún puedan difundirse, en el último minuto, mañana lunes. Si pasamos por alto las discrepancias porcentuales de unos y otros -la mayor diferencia es de 2 puntos en el caso de Unidad Popular (24%-26%), 1,5 en el caso del PP (29%-30,5%), 1’4 en el caso del PSOE (20%-21,4%) y 1,1 en el caso de Ciudadanos (14,1%-15,2%)- encontraremos en ellos cuatro coincidencias sobresalientes.

Primera: el partido más votado será el PP. Es seguro, por tanto, que el domingo por la noche Rajoy saldrá al balcón de Génova y con los brazos en alto, como el maestro que comunica una buena nueva a sus discípulos, pronunciará la deseada frase "hemos ganado las elecciones". Que esa frase sea su despedida de la vida pública o el anuncio de una batalla numantina de supervivencia personal dependerá de cuál sea la letra pequeña de los resultados electorales.

Segunda coincidencia: no será suficiente con un pacto a dos. No hay ninguna pareja -excepto la de la gran coalición, ya descartada de antemano por el PSOE, y la del PP más Podemos, de formación imposible- que sea capaz de alcanzar, sin formar un trío, el éxtasis de la mayoría absoluta. He aquí, por lo tanto, otro dato casi seguro: el próximo gobierno será minoritario. La única posibilidad de que no lo sea pasa por la incorporación del PSOE a un pacto a tres bandas con podemitas y separatistas.

Tercera unanimidad: habrá sorpasso. En porcentaje de votos y en número de escaños. La debacle socialista parece asegurada. Será tercera fuerza por primera vez desde la restauración democrática y saldrá de la noche electoral con un asta desolada -"trompa de lirio por las verdes ingles"- clavada en su costado. Ferraz huele a PASOC y muerte. Y sin embargo, esa es la gran paradoja, el moribundo tendrá el don de dar la vida. El próximo presidente del gobierno, si lo hay, será quien decida el Comité Federal del PSOE. Es decir, quien más le convenga al gran perdedor de las elecciones.

Tiene para elegir tres opciones seguras, y acaso una más si la aritmética del escrutinio -en esto hay disparidad de pronósticos- coloca la suma de escaños de PSOE y Ciudadanos por encima de la del PP. En ese caso, contemplado por Metroscopia -y muy eventualmente por GAD3-, los socialistas podrían rescatar la doctrina Jordi Sevilla, que tanto ruido armó a mediados de semana, y pedir que se deje gobernar al candidato que concite más apoyos parlamentarios. Esto es, al propio Pedro Sánchez -si es que le queda humor para proponerse como ejemplo de liderazgo después de haber conducido a los suyos a la hecatombe-, o bien a un político de consenso sacado de la galería de bustos egregios de la Transición, o acaso al mismísimo Albert Rivera, de acuerdo a la enseñanza danesa de Borgen. Si los dos partidos del centro acumulan suficiente fortaleza aritmética para respaldar alguna de estas tres ofertas, el PP tendría que correr con el gasto, si las rechaza, de convertirse en el gran culpable de un nuevo atasco que nos abocaría a repetir las elecciones por tercera vez.

En un régimen parlamentario, el derecho de la fuerza más votada nunca puede más que el de la lista con más apoyos. Ni es más democrático, ni garantiza más estabilidad. Los de Génova podrían vender sin dificultad su negativa a permitir que gobernara un socialista, pero no lo tendrían fácil si el candidato fuera, por ejemplo, Albert Rivera. ¿Cómo explicarían que es mejor volver a las urnas, cronificando la parálisis que se deriva de tener un gobierno en funciones, o correr el riesgo de forzar un pacto de izquierdas que convirtiera a Pablo Iglesias en dueño y señor de la Moncloa antes que permitir una solución moderada?

Menos margen de maniobra tendrán los señores de Ferraz si el PP obtiene en solitario más escaños que PSOE y Ciudadanos juntos. En esa onda predictiva están los vaticinios de Sigma 2, El Español y casi todas las horquillas de GAD3. Si se confirmara esta predicción, el sustituto de Sánchez -porque seguro que Sánchez sería en tal caso sustituido de manera fulminante- sólo tendría tres salidas. En realidad sólo dos, si descartamos, como parece lógico, la de forzar la repetición electoral -con el partido en caída libre, los socialistas llegarían a unas hipotéticas urnas de diciembre con serias posibilidades de enfrentarse a un castigo casi extraparlamentario-: permitir que gobierne el PP o que lo haga Podemos. La diferencia es que para lo primero basta la abstención, que siempre es menos contaminante, y para lo segundo es necesario que vote a favor de iglesias porque los votos de PP y Ciudadanos, en caso contrario, impedirían la investidura del líder podemita.

Llevo muchos días tratando de averiguar cuál será la puesta del PSOE en caso de que se llegue a esta situación y después de no pocas conversaciones con exégetas cualificados del logos socialista llego a la conclusión de que el partido está dividido en dos partes casi simétricas. Y para dirimir la disputa, una de dos: o deciden las bases, en cuyo caso lo más probable es que se abran las compuertas del Frente Popular, o los barones, constituidos en colegio cardenalicio, se comen el marrón de apretar el gatillo. La bala irá directa al corazón si evitan que gobierne la izquierda y directa a la cabeza si lo consienten.

Susana Díaz, según mis noticias, ya dicho que no asumirá el liderazgo de un partido encamado con Podemos en una coalición de gobierno presidida por Iglesias, pero sigue sin aclarar si está dispuesta a correr el riesgo de apadrinar una abstención que provocaría estos tres efectos indeseables: continuidad del PP, inestabilidad de gobierno y confinamiento del PSOE en el vagón de cola de una oposición presidida por el nuevo partido hegemónico de la izquierda.

La cuarta coincidencia en el pronóstico de las encuestas -Metroscopia, Sigma2 y GAD3 la dan por hecha- es que, a diferencia de lo que ocurrió el 20-D, ahora habrá en el Congreso más escaños de izquierdas que derechas. La cantinela que utilizó Sánchez -"la izquierda no suma"- para defender la transversalidad de sus pactos se quedará sin soporte argumental. Susana Díaz, o quien se atreva a asumir la capitanía del pecio socialista, no tendrá más remedio -si repudia a Podemos- que arrostrar el precio de impedir un gobierno progresista a cambio de permitir otro, minoritario y frágil, en manos de Rajoy.

El PSOE decidirá quién gobierna, sí. Pero su decisión, sea cual sea, le condena al suicidio y coloca al país ante un dilema terrible: o populismo o extrema debilidad. Sigo sin entender por qué es imposible una gran coalición pensada por hombres inteligentes.

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