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Maite Nolla

Mucho cura de paisano

En democracia la representatividad se cuenta en votos; incluso en Cataluña, aunque aquí cualquiera se arrogue legitimidades que electoralmente no va a tener en la vida.

Para determinar el verdadero alcance de la sentencia del Constitucional sobre el estatuto, sólo hay que reflexionar un minutito de nada sobre si la misma obliga a los nacionalistas a desandar un paso del camino que Pujol hizo durante veintitrés años y que el tripartit ha hecho durante siete, que desde luego parecen doscientos. En total, treinta años de imposición irreversible por la vía de los hechos en la mayoría de ocasiones, con alguna norma entre medio para disimular. Es posible que el Constitucional les impida ir más allá en algunas cuestiones y darle otra vuelta de tuerca a lo que ya tenían, pero ni la educación, ni la lengua, ni la financiación, ni las embajadas, ni el deporte, sufren el más mínimo menoscabo respecto a su situación actual. Por eso el Gobierno está tan contento. La sentencia no comporta ninguna carga, ni obliga a enfrentarse al gobierno autonómico. Y en el peor de los casos, el Constitucional deja en manos del Gobierno y del gobierno de la Generalitat decidir cómo se ejecuta la sentencia y si interpretan bien lo que sus señorías han declarado interpretable.

Luego están las reacciones de los políticos. Podemos distinguir cinco grupos. Primero están los nacionalistas, indignadísimos y dispuestos a salir a la calle, cuando acaben de hacer cálculos electorales y determinar, aproximadamente, si unas elecciones marcadas por el nacionalismo y no por la crisis hacen subir a ERC e igual permiten repetir el tripartit o no. Por otro lado, el Gobierno satisfecho, como les he dicho. En tercer lugar, el PP, aliviado, que asume como propio este estatuto y así puede hablar sólo de los problemas reales de la gente, es decir, del fútbol. En cuarto lugar está Cospedal que no se entera de nada, para variar, y, finalmente, estamos los que no somos nacionalistas, divididos entre los que vemos esto como más de lo mismo, y los que lo ven como un freno, aunque estemos todos de acuerdo en que las instituciones y la oposición han desertado de sus obligaciones.

Pero lo que plantea un problema de primer orden es lo siguiente: los nacionalistas van a salir a la calle a defender la dignidad del pueblo de Cataluña, PSC incluido. Por otro lado, está Carmen Chacón que como líder del PSC logró un resultado increíble, con casi un millón setecientos mil votos, un millón más de lo que habitualmente saca el PSC en las autonómicas. Carmen Chacón no sólo considera esta sentencia como buena, sino que pasa de ir a la manifestación nacional. Lo que les quiero decir es, ¿qué les hace pensar a los señores del PSC que poniéndose ultra nacionalistas representan más a sus votantes que cuando no lo hacen? En democracia la representatividad se cuenta en votos; incluso en Cataluña, aunque aquí cualquiera se arrogue legitimidades que electoralmente no va a tener en la vida. Y a falta de prueba en contrario, los indicios nos dicen que los que pueden votar en Cataluña están más cerca de lo que piensa Chacón que de lo que piensa Montilla. Es como el tipo éste de la Diputación de Lérida que retira la bandera española, aunque gobierna con sólo tres diputados por la vergonzosa deserción del PSC local. Vamos, que no se me ofenda nadie, pero si no representan ni a sus votantes, me da que les falta un poquito para representar a todo un pueblo. Mucho cura de paisano.

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