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Pedro de Tena

A propósito de Marta

Son demasiadas cosas a la vez las que están recayendo sobre nuestras familias. Ni podemos tirar a la basura todo lo que contiene ni podemos, seguramente, preservar la totalidad de su contenido.

Lejos de mi intención pontificar sobre nada, pero muy cerca de ella aportar una reflexión sobre la familia. De una parte, observamos a bastantes insensatos, desde Engels e incluso antes, lanzando obuses ideológicos y políticos de calibre sobre la responsabilidad de la familia (se entiende que cristiana o judeocristiana si se prefiere) sin disponer de alternativas naturales, ni siquiera teóricas, a la función social y psicológica de este gran invento, o tal vez herencia, de la humanidad, que no de la Iglesia. Por otra parte, tenemos a unas iglesias, no sólo la nuestra, cuyos discursos morales están fuera del alcance comprensivo de la mayoría de los ciudadanos del Primer, del Segundo y del Tercer Mundo, que hacen bien, no mal, al amarse a sí mismos. En la expresión "ama a tu prójimo como a ti mismo", los partidarios del sacrificio del yo personal olvidan casi siempre esa fecunda segunda parte sin la cual la primera tampoco es posible. 

Viene esto a cuento del asesinato, al parecer algo más que salvaje, de la pobre joven de 17 años Marta del Castillo. A pesar de la tragedia, que sucede a la de Mariluz y a otras muchas, es fácil hacer bromas –y las hemos hecho–, con la inoperancia de Rubalcaba. Es natural poner nuestra lupa sobre la ineficacia policial española que convierte las tareas tan exitosas, en la tele, de la Crime Scene Investigacion (CSI) en un capítulo más de NUESTRA serie policial preferida, Con Suma Ineficacia. Más difícil es situarse críticamente ante los hechos y tratar de emitir luz propia. 

Leyendo un artículo del blog llamado Voto en Blanco, de mi amigo y veterano periodista, Francisco Rubiales, caí en la cuenta de que, en efecto, estábamos dejando fuera del análisis a la familia de Marta. Según Paco:

El caso de la sevillana Marta del Castillo, asesinada por su ex novio o por miembros de su pandilla, refleja con exactitud prodigiosa las carencias y vergüenzas de la sociedad española. En el desgraciado cóctel de su vida y asesinato conviven padres permisivos y cobardes, adolescentes y menores sin valores, capaces, incluso, de asesinar y de ponerse de acuerdo para que nunca aparezca el cuerpo de la víctima, una policía sorprendentemente ineficaz, una legislación permisiva, hipócrita y peligrosa, un pavoroso déficit ético y una educación impartida en escuelas e institutos que fabrica descerebrados, esclavos y hasta delincuentes.
Demasiadas afirmaciones de una tacada, pero todas ellas valiosas, hechas desde la honestidad intelectual y el desinterés material. Pero, sí, es preciso que una a una, e incluso algunas otras, las vayamos desbrozando. Permítanme que hoy decida meditar sobre la familia y su papel en este mundoabrújulo, palabrón que invento a falta de otro mejor, donde ni hay norte ni aguja que lo señale. 

No hablemos ya de la familia de Marta, que bastante tiene con lo que tiene. Hablemos de las nuestras. Las que conocimos y amamos de pequeños, las que promovieron nuestra rebelión juvenil y las que volvimos a apreciar con los años. Las que formaban abuelos, tíos, tías, primos hermanos y segundos e incluso amigos de la familia y las que formamos nuclearmente nosotros, ya sin entornos. Esa otra que se forma cuando nos separamos y volvemos a unirnos con otras parejas. Las de hecho y las que vemos hoy, de mujeres u hombres en soledad pero con hijos, con y sin matrimonio de por medio. Y también de esas otras, quizá incomprensibles para una mayoría, que hablan de amores del mismo sexo. 

Pero hablemos además de aquellas grandes casas, unas propias y otras de vecinos, donde la familia podía incluso vivir cerca y acoger sus influencias mutuas y heredar valores, juicios, opiniones y decisiones que luego incluso podían combatirse. Hablemos de nuestros pisos pequeños, de 80-90 metros que impuso el desarrollo que logró Franco y hablemos hoy de la ausencia de pisos, de las hipotecas, del espacio escasamente independiente, donde no se convive sino que se sobrevive. 

Y hablemos de la escuela, de la educación, de la autoridad inconfundible del maestro y profesor de nuestros tiempos, que se constituía en continuidad de la propia visión de la familia, al desmoronamiento de la autoridad de nuestros días (de latino "auctor", el que hace crecer). Recuerdo que me decía un amigo que estudió conmigo Filosofía y que ahora ejerce en un pueblo de Sevilla que un día que explicaba con textos directos laRepúblicade Platón un alumno le espetó: "Eso no es lo que decía Platón, sino lo que dice usted", sin aportar más prueba que la chulería. 

Hablemos asimismo de las tecnologías. Nuestras madres pasaron de la radio de galena al ordenador personal en una sola vida, si bien no lo comprendieron. Tampoco accedieron al resto del mundo por internet ni hablaban por chats y circuitos especializados. Y además, hablemos de los valores familiares, del valor de la vida, del respeto por la muerte y por la naturaleza –esa por la que algunos quieren que volvamos a las cavernas sin luz, comida, ni agua caliente pese a que no tienen empacho siquiera en negarla en abortos y eutanasias–, del papel de "seguridad social" de una institución vieja como el mundo en la que se alimentan niños, se limpian culos de viejos, se preserva al discapacitado, se ayuda al descarriado, se subvenciona al parado, se atiende a la desgracia y a la mala suerte...

Y hablemos además de lo que queremos que sea la familia cuando decidimos querernos a nosotros mismos y nos encontramos que nadie nace solo, salvo Gila, y que el hecho de ser, en el mundo vivo, siempre es cosa de varios. Ser es ser compartido desde el principio. 

Son demasiadas cosas a la vez las que están recayendo sobre nuestras familias. Ni podemos tirar a la basura todo lo que contiene ni podemos, seguramente, preservar la totalidad de su contenido. Es preciso realizar una reflexión, plural como lo son todas las reflexiones que se precien porque nunca hay un solo punto de vista, pero honesta, sincera, abierta y con vocación de compartir. Y es preciso que, como sociedad, dispongamos de instituciones, públicas y privadas donde se analicen los nuevos acontecimientos que sobre la familia inciden para ver cómo puede ser lo que queremos que sea en las condiciones posibles que la vida y sus circunstancias nos permita. 

Al parecer, Marta tenía una doble vida, como hemos tenido todos a esas edades. ¿Quién le contaba todo a sus padres, quién les daba a leer sus diarios, sus poemas? No. No. Sí, la familia tiene problemas, cierto. No lo puede todo, no lo sabe todo, no quiere ni sabe lo suficiente, no llega a todas partes, no es perfecta. Pero Marta topó con el mal, que también existe y eso es algo que las familias no podemos olvidar y que estamos obligados a hacer patente ante nosotros mismos, sobre todo ante nuestros miembros más indefensos y expuestos. Por ahí habría que empezar: la familia y su papel de preservar a sus miembros del mal, de la maldad evidente de algunos seres humanos, una maldad que conocemos bien porque la llevamos también, todos y cada uno, dentro del corazón. A lo mejor así, sin tapujos ni idioteces, empezamos a procurarle un final feliz a la familia que hemos conocido y la hacemos desembocar en una nueva familia, diferente, cierto, pero con fines semejantes.

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