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Pío Moa

Elecciones en el Ateneo de Madrid

En un tablón del Ateneo veo un anuncio de un acto electoral de Euskal Herritarrok. Entro en el bar, donde hay instalada una vitrina con libros y panfletos comunistas: “Lenin y las fuerzas armadas soviéticos”, “Comunismo científico”, “El Papa visita Washington para huir de los escándalos vaticanos”, propaganda castrista, un libro de Líster: “Cómo Carrillo destruyó el PCE”, y así sucesivamente. Carlos París ha convertido un centro de cultura y pluralismo en plataforma de propaganda de la izquierda más cutremente antidemocrática y violenta, en el que, por ejemplo, no he podido presentar mis libros.

Detrás de la barra hay una bandera republicana. Pregunto a la camarera: “¿qué pinta ahí esa bandera?, ¿es que esto se ha convertido en un local republicano?”. “Ah, yo no sé nada”. “¿La ha puesto la junta de gobierno?” “Que yo sepa, no. Creo que ha sido el jefe”. De ello deduzco que la concesión del bar ha sido otorgada a personas de la cuerda de Carlos París y compañía. En los últimos años, la junta de gobierno ha expulsado –a un alto coste para las precarias finanzas de la casa– a los empleados que consideraba desafectos, e impuesto una verdadera dictadura sobre ellos. Nunca el manejo económico de la institución fue tan opaco, y corren rumores serios –procedentes de empleados administrativos– de que el Ateneo ha pagado alguna querella particular, y cosas por el estilo. Una auditoría a fondo, con la depuración de las debidas responsabilidades, si las hubiere, tendría que ser el primer punto de cualquier intento serio de cambio en la casa. Mucho socios han pedido esa auditoria, pero París y los suyos la han bloqueado, por alguna razón. Esta es la junta que presiona a la administración pública exigiéndole constantemente dinero y amenazando en otro caso con el cierre de la institución, que ellos y otros han degradado a extremos inverosímiles.

Ahora va a haber elecciones. Algunos me piden que vote y anime a votar, para cambiar esto. Veo la candidatura alternativa, de Abellán, y me niego. No sé lo que querrá hacer el señor Abellán, pero una carta suya a “El País” me ha parecido tan floja frente a la situación actual, que la cosa no merece la pena. Además, conozco a algunos individuos que van en su candidatura, trepas desvergonzados, uno de los cuales se presentó a una elecciones atribuyéndose títulos académicos falsos y destruyó una revista de historia que, con grandes dificultades, sacábamos otros en el Ateneo.

Si los socios son capaces de aceptar ovejunamente las cosas que a diario ocurren allí, significa que en el Ateneo no existe una cultura democrática ni valor intelectual alguno, a pesar de que algunos persistan con loable esfuerzo en actividades de cierto mérito. Azaña describió así el Ateneo de tiempos de la república: “una masa de socios anodinos, pobres diablos, torpes casi todos, pedantes algunos, grillados otros. Alguno se hace el comunista tremebundo”.
La descripción, por desgracia, sigue valiendo. Ese ambiente aleja a las personas intelectualmente más válidas y a otras muchas, hartas de tanta malignidad y estupidez como alberga la antaño “Docta Casa”. La cifra de socios no cesa de bajar. Una larga experiencia me ha demostrado que, en estas condiciones, a una mala junta de gobierno le sucede otra parecida. Carlos París es lo que los socios se merecen, y si le sustituyen ahora un grupo de trepillas, también se lo merecerán. Cuando la degradación rebasa ciertos límites, es muy difícil salir de ella. Me gustaría tener la receta para cambiar eso, pero no la tengo, y he de contentarme con la denuncia.

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