Menú
Thomas Sowell

El declive de la industria americana

Las zonas industriales han matado la gallina de los huevos de oro, una estrategia política viable siempre y cuando la gallina no muera antes de las próximas elecciones y los políticos eviten dejar sus huellas en el arma del crimen.

Es fascinante contemplar a los políticos decir que van a rescatar las antiguas regiones industrializadas en las que los puestos de trabajo desaparecen y las empresas cierran o se mudan a cualquier otra parte. La culpa la tendría el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) de la deslocalización de los puestos de trabajo.

Barack Obama responsabiliza a la administración Clinton del NAFTA, lo que incluye a Hillary Clinton. El senador afirma estar a favor del libre comercio, siempre que sea "comercio justo". Es un ejemplo de retórica hábil en año electoral. Dado que "justo" puede significar virtualmente cualquier cosa para cualquiera, lo que se deduce es que los políticos pueden imponer las restricciones que deseen en nombre de la justicia, y al mismo tiempo afirmar que están a favor del "libre comercio". Muy listo.

Sin embargo, todo tiene un precio. También las restricciones políticas y la habilidad retórica. No hay nada gratis. En buena medida, es precisamente el pensar que existen cosas gratis la razón de que regiones antiguamente prósperas se hayan convertido en zonas industriales casi abandonadas.

Cuando la industria automovilística norteamericana era líder mundial de su sector, muchos parecían pensar que los sindicatos podrían transferir una gran porción de la riqueza que generaban las empresas a sus miembros sin que esto provocara repercusiones económicas. Toyota, Honda y otras marcas fueron ampliando su cuota de mercado cada vez más a costa de los tres grandes fabricantes norteamericanos, ocasionando enormes pérdidas de empleo en Detroit y demostrando una vez más el viejo refrán de que nada es gratis.

Al igual que el Sindicato de Trabajadores del Sector de la Automoción en sus mejores tiempos, los sindicatos de la industria del acero y de otros sectores no hicieron sino sumar costes, no sólo en salarios que guardaban poca relación con la oferta y la demanda, sino a través de todo tipo de regulaciones laborales burocráticas que también fueron incrementando los gastos.

Los gobiernos estatales y locales de lo que más tarde se convertiría en la zona industrial abandonada pensaron que también ellos podían considerar a las empresas bajo su jurisdicción como presas a cazar en lugar de como activos, de modo que transfirieron parte de la riqueza generada por la industria a sus arcas mediante impuestos cada vez más elevados. Tampoco consideraron las repercusiones. A corto plazo, siempre se puede salir uno con la suya y librarse de las consecuencias. Pero a largo plazo, los frutos de hacer algo mal siempre llegan. Es lo que está sucediendo ahora.

Mientras las empresas automovilísticas norteamericanas están despidiendo trabajadores a miles, los fabricantes japoneses como Toyota y Honda están contratando a miles de trabajadores norteamericanos, pero no en las antiguas zonas industriales. Estas empresas evitan esas zonas por la misma razón por la que lo hacen las nacionales, evitar los elevados costes que a lo largo de los años han ido sumando los sindicatos y los gobiernos en estos polos industriales.

En resumen, las zonas industriales han matado la gallina de los huevos de oro, una estrategia política viable siempre y cuando la gallina no muera antes de las próximas elecciones y los políticos eviten dejar sus huellas en el arma del crimen. Pero los parados residentes en zonas en declive deberían mirar más allá de la retórica política y asumir la triste realidad de que no hay nada gratis.  Muchos trabajadores de las nuevas plantas que Toyota y otras empresas están construyendo parecen entender esto. Por eso han votado una y otra vez en contra de ser representados por sindicatos. Quieren conservar sus puestos de trabajo.

A todo esto, ¿qué pinta aquí el ALCA? El comercio internacional es sólo una de las muchas formas en las que la competitividad de los fabricantes con menores costes hace que quienes fabrican a costes más altos pierdan clientes y puestos de trabajo. Las mejoras tecnológicas o las innovaciones en la gestión por parte de los competidores nacionales pueden tener el mismo resultado. Los puestos de trabajo siempre están desapareciendo. La gran pregunta es por qué no están siendo reemplazados por empleos nuevos. Las políticas industriales que en el pasado espantaron el empleo son las que ahora evitan que éste aparezca de nuevo.

El NAFTA facilita que los políticos achaquen el problema a los extranjeros. De hecho, los extranjeros son el chivo expiatorio ideal para los políticos. Después de todo, ni los japoneses ni los indios votan en las elecciones norteamericanas. Pero quienes sí lo hacen deberían empezar a dedicar más tiempo a pensar en las realidades económicas en lugar de dejarse arrastrar por la retórica política.

En Libre Mercado

    0
    comentarios