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Victor D. Hanson

Caos en Gaza

La hora de los eslóganes rancios –como eso de empujar a los judíos al mar– ya se acabó, porque Israel da la bienvenida a un estado palestino democrático para arreglar las diferencias que restan

Tras la reciente retirada israelí de la franja de Gaza, estalló el caos.
 
Los invernaderos que habían comprado agencias internacionales para el futuro uso de los palestinos fueron saqueados por sus beneficiarios. Y se intensificaron las violentas peleas por el equipamiento saqueado entre los ocupas, el gobierno y los terroristas.
 
Se quemaron sinagogas vacías. Bandas de incontrolados y criminales metieron drogas y armas de contrabando a través de la frontera egipcia que estaba sin vigilancia. Parece que una fábrica de bombas que había en un edificio de Gaza voló por los aires. Los caudillos de Hamas, Yihad islámica y Mártires de Al-Aksa reivindicaron la victoria sobre los israelíes y prometieron montar bases de misiles para sus previstas nuevas ofensivas contra Israel. Los pistoleros inmediatamente levantaron con rapidez puestos de control para registrar todo minuciosamente e intimidar a los civiles.
 
Mientras tanto, un pariente de Yasser Arafat, el ex funcionario de seguridad Moussa Arafat, fue arrastrado fuera de su casa y ejecutado en la calle. Taybe, un pueblo cristiano cerca de Ramala fue atacado por una turba quemando algunas de sus casas.
 
La reacción de la mayoría de americanos que han visto por televisión este desgobierno al estilo del Lejano Oeste probablemente cae dentro de estas tres amplias categorías:
 
Los partidarios de los palestinos nos recordarán que no podemos esperar que los “oprimidos” puedan siempre ventilar sus reprimidas frustraciones de manera civilizada como nos gustaría ver que fuese.
 
Por contraste, ningún realista sensato adoptaría la actitud de “¿Ya ves? Te lo dije!” para descartar la idea de que semejante gente pueda gobernarse a sí misma algún día.
 
Pero la mayoría entre estos extremos continuará deseando lo mejor al mismo tiempo que resignándose a lo peor.
 
Nuestros políticos están aún más en desacuerdo sobre el futuro de Cisjordania y Gaza. Extrañamente algunos conservadores –que creen que la democracia emergerá en Irak muy a pesar de los atentados suicidas y los asesinatos– parecen no tener ningún optimismo en el caso del presidente palestino Mahmoud Abbas y su gobierno electo en una región tan propensa a la violencia. ¿Será que los iraquíes son más experimentados o están más deseosos de ejercer la política parlamentaria que los palestinos? ¿Y cómo está eso de ser partidario de la idea de la democracia en un Irak más proamericano pero no en una Palestina aparentemente antiamericana?
 
Algunos progres son igual de inconsistentes. ¿Cómo pueden argüir que el esfuerzo americano para construir la democracia en Irak es equivocado, ingenuo o que está condenado al fracaso cuando ellos confían en el emergente experimento palestino de autogobierno y desean que se reanude la ayuda americana? ¿Por qué debemos creer que Abbas es un líder legítimo pero el presidente iraquí Jalal Talabani, el veterano enemigo kurdo de Saddam Hussein, no lo es?
 
Sin embargo podemos enfocar el problema desde otro ángulo, reconociendo que la situación palestina difiere de la iraquí al mismo tiempo que comprendemos lo que Abbas tiene que hacer para lograr un estado en paz. Palestina no es Irak, ni tampoco es Afganistán. El gobierno electo de Irak está metido en una guerra civil necesaria; la Autoridad Palestina no. La lucha diaria del gobierno de Talabani es contra los terroristas islámicos que provienen de una minoría sunní que representa al 20% de la población. Una minoría manchada por su anterior intimidad con el genocida Saddam Hussein y por sus simpatías actuales con los terroristas de Al Qaeda.
 
Por descontado, el electo Abbas bien podría desear un sistema constitucional similar al de Irak. Y por cierto, también tiene similares enemigos fundamentalistas en Hamas, las brigadas de los Mártires de Al-Aksa y la Yihad islámica. Estos criminales al estilo iraquí ya han empezado a redireccionar su violencia contra la Autoridad Palestina porque ésta será la que cada día más se responsabilice de la ley, el orden y el gobierno que los israelíes dejaron vacante al irse de los territorios disputados.
 
Pero nuevamente tenemos aquí la diferencia clave entre Irak y Palestina. El gabinete de Abbas no está galvanizando apoyo popular para luchar contra los terroristas cuya matonería contra los palestinos es tolerada como un desafortunado daño colateral por su yihad anti-israelí. Pero para que Palestina se convierta en un estado soberano que conduzca relaciones normales con sus amigos y que negocie sus diferencias con los israelíes, el gobierno electo al igual que el de Irak, debe asumir el monopolio del uso de la fuerza y reprimir a señores de la guerra y grupos terroristas.
 
Al igual que Talabani, el gran ayatola Ali al-Sistani y otros líderes iraquíes están luchando por sus vidas por no permitir que Irak caiga en manos del líder terrorista Abu Musab al Zarqaui y sus seguidores, Abbas también debe tomar ahora los mismos riesgos para asegurar que Palestina se convierta en un estado y no en tierra permanente de grupos terroristas.
 
Abbas debe aceptar sin ambigüedades la existencia del estado judío y así renunciar a los eslóganes estereotipados acerca de enviar a cuatro millones de árabes al Israel de antes de 1967 bajo el “derecho de retorno”. En vez de escuchar a funcionarios palestinos elogiar en árabe a los terroristas (“héroes luchando por la libertad”) mientras que los condenan en inglés ante los diplomáticos europeos, Abbas y su gabinete deben decretar muy pronto que Hamas y otros asesinos abandonen las armas o que se enfrenten al destino de todos los proscritos.
 
La hora de los eslóganes rancios –como eso de empujar a los judíos al mar– ya se acabó, porque Israel da la bienvenida a un estado palestino democrático para arreglar las diferencias que restan. Por eso, la creciente amenaza a las posibilidades de la democracia en Cisjordania no es un F-16 ni un Apache, sino un asesino enmascarado con dinero iraní, un Kalashnikov y un lanzagranadas. Los islamistas que disparan, no los occidentales que apoyan a los que votan, pueden destruir ellos solitos el futuro de Afganistán, Irak y... el de Palestina.
 
El presidente Talabani y su parlamento iraquí así como el presidente Hamid Karzai en Afganistán están haciendo progresos a medida que luchan contra los radicales
enemigos islámicos de la democracia y el imperio de la ley. Mahmoud Abbas, por el contrario, ni siquiera ha empezado.

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