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Víctor Llano

Misiles norcoreanos

David Kay aseguró el pasado 5 de octubre a la cadena norteamericana ABC que han descubierto documentos que hablan de envíos de cohetes de Corea del Norte a Cuba. El jefe de los 1.300 inspectores que buscan armas de destrucción masiva en Irak afirmó también que “hemos encontrado cosas que de haberse sabido hace pocos meses, hubieran provocado muchos titulares en todos los periódicos que ahora dicen que no se han localizado las armas”. Según Kay, más tarde o más pronto, encontrarán lo que buscan. Si bien no creemos que en estos momentos en Cuba existan cohetes norcoreanos, nadie puede sorprenderse de que en el pasado se haya valorado la posibilidad de utilizar la Isla-cárcel para chantajear a Estados Unidos. No sería la primera vez. Castro es capaz de cualquier cosa con tal de no renunciar a su sueño de destruir la riqueza y la libertad que envidia y odia. Muchos de sus ex compañeros aseguran que antes de morir provocará un ataque estadounidense que borre las huellas de sus crímenes y de sus fracasos.

No quiere oír hablar de transición. Del olvido ha rescatado a Ramiro Valdés. Uno de los hombres más sanguinarios de su régimen. Ya no confía en que su hermano Raúl –enfermo y alcoholizado– pueda sustituirle. Probablemente morirá antes que el coma-andante. De nada le sirvió buscar la lealtad de los jefes del ejército a los que entregó las empresas mixtas que con capital extranjero operan en Cuba. Los que apostaban por una transición pacífica ya no ocultan su desánimo. No entienden cómo Castro, lejos de simular cierta condescendencia con la oposición, encarceló a los activistas de los derechos humanos y fusiló a tres negritos después de tenderles una trampa haciéndoles creer que lograrían escapar de la Isla. Ahora dice que le causó un profundo pesar, pero que los mató para dar ejemplo y evitar una crisis de balseros y una guerra con Estados Unidos. Sabe que Bush no va a tolerar que a las costas de Florida lleguen 200.000 cubanos en menos de quince días; sin embargo, son muchos los que le creemos capaz de utilizar la única baza que le queda si llega al convencimiento de que su principal enemigo será reelegido.

El régimen comunista ya no puede sobrevivir por mucho más tiempo con Bush en el poder. Necesita de los turistas norteamericanos. Los europeos cada vez son menos. Todas las informaciones independientes que llegan desde La Habana coinciden en que los hoteles están casi vacíos. El negocio de las jineteras no puede sostenerse ya sin los estadounidenses. Castro y los que pretenden heredarle lo saben. Pero mientras los más jóvenes de sus cómplices le piden que finja que acepta algún tipo de diálogo con la disidencia para evitar un mayor aislamiento, él vuela todos los puentes que desde el extranjero insisten en ofrecerle. Con misiles norcoreanos, o sin ellos, aún confía en su buena suerte. No va a cambiar. Es capaz de provocar un holocausto antes de ver cómo son los propios cubanos los que le queman el Palacio de La Revolución. Sueña con seguir haciendo daño después de muerto. Una invasión de la “potencia enemiga” le justificaría ante los que siempre le han defendido. El gobierno de Estados Unidos haría bien en prestar un poco más de atención a lo que está ocurriendo en Cuba. Antes de desaparecer Castro les va a crear un serio problema. Lo más probable es que provoque una nueva oleada de balseros. Sería la guerra. Ya está avisado. Pero intentará cualquier locura para evitar que Bush sea de nuevo elegido presidente. Tal vez tengan razón los sesudos analistas estadounidenses que aseguran que el próximo año será decisivo para los cubanos.


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