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Víctor Llano

No hay huevos

Apenas hace quince días un turista español que viajó a Cuba fue incapaz de comprar media docena de huevos en La Habana. No los encontró ni en las tiendas de recuperación de divisas. En la Isla-cárcel no hay huevos. No obstante, el Máximo Líder renuncia a la ayuda europea que podría paliar un poco el hambre de sus víctimas. La “dignidad” del coma-andante no le permite aceptar lo que califica de “migajas” y rechaza todo lo que le llegue acompañado de reproches. Ya tiene “una edad” y no está dispuesto a que le digan lo que ha de hacer con sus esclavos. Si los cubanos pudieran comer huevos y no tuvieran que dedicar todas las horas del día a lo que allí llaman “resolver” para no morir de inanición, tal vez les diera por pensar en cómo librarse de su negrero, pero con hambre y sin huevos es muy difícil. Castro lo sabe. Es por eso que rechaza en su nombre todo lo que pueda fortalecerles. Los quiere débiles, divididos, desconfiados y por supuesto, pacíficos. Entregados.

Los pocos huevos que llegan a Cuba son para el coma-andante. Los necesita para hacerse caldos de gallina. Últimamente anda muy desmejorado. Apenas se le ve. Por cierto, ¿dónde habrán metido a su hermano? Que nosotros tengamos noticia, nadie le ha visto en público desde hace semanas. Tal vez le estén curando alguna enfermedad relacionada con su afición al alcohol. Los herederos de los hermanos Castro cuidan mucho a los que tienen por amos. No quieren que se les mueran antes de que a ellos les dé tiempo a vender todo lo que con anterioridad robaron a sus legítimos dueños. Siempre hay alguien –llamémosle ¿ingenuo?– dispuesto a invertir en los escombros que rodean las más de doscientas cárceles castristas.

A estas alturas de su siniestra biografía, a Castro le importa muy poco que se invierta o no en su cortijo; sin embargo, sus cómplices creen que cuanto más capital extranjero consigan “enganchar”, más fácil les resultará a ellos escapar de la justicia. Tal vez lo logren, pero les va a costar un esfuerzo enorme. Cuarenta y cuatro años son bastantes, pero no suficientes. Son muchos más los muertos. Por lo demás, el largo lagarto verde anclado en el Caribe sigue donde estaba en enero de 1959. Mucho más pobre que estuvo nunca, pero aún bello, inquietante y sugerente. Atractivo como sus gentes que, aún muertos de hambre, son capaces de hacer que navegue por el Estrecho de La Florida un camión Chevrolet del 51. Ver la foto del extraño artefacto ha debido causarle a Castro un disgusto mayor que el que le produjo la broma que le gastaron dos locutores de Miami. Lástima que los guardacostas estadounidenses –con la escasa imaginación de la que siempre han hecho gala– hundieran el Chevrolet y no lo trasladaran a un museo donde millones de cubanos acudirían en peregrinación para hacerse una foto junto a la reliquia.

El Chevrolet sí que hubiera resultado un buen negocio y no el que se ha anunciado este jueves en la página 71 del diario ABC. Fíjense ustedes: Inversores Hoteleros en Cuba. Dos hoteles de cuatro estrellas en lugar céntrico de La Habana. Interesados llamen al 669... ... Ante oferta tan tentadora nos abalanzamos sobre el teléfono y marcamos el número con urgencia. Vean ustedes lo que nos contaron: los supuestos hoteles frente al Malecón están sin construir, los que quieran invertir en su construcción para garantizarse una supuesta participación en su futura gestión han de adelantar por uno de ellos 6 millones de dólares y por el otro 10. La inversión se realizaría a través de la empresa panameña Tulsor Internacional que –según nos aseguró la persona que contestó a nuestra llamada y que dijo ser su vicepresidente– cuenta con capital español y está autorizada a negociar en Cuba con Habaguanex. Cuando buscamos este nombre en un buscador de Internet, pudimos comprobar que Habaguanex es una compañía turística creada por la Oficina del Historiador de La Habana para financiar un sospechoso programa de conservación y restauración del Centro Histórico.

Eusebio Leal –historiador oficial de La Habana y destacado miembro de la Asamblea del Poder Popular– debe sufrir serios problemas de liquidez. De otro modo, no se entiende que los que trabajan con él tengan que recurrir a anunciarse en un periódico español. Han de ser ya muy pocos los que consientan en arruinarse en la Isla-cárcel. Lo único que merecía comprarse en Cuba era un Chevrolet del 51. Por desgracia, los necios guardacostas estadounidenses lo hundieron y devolvieron a La Habana a sus pasajeros. El talento y el valor no les sirvió para alcanzar la libertad.


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